[EL DIOS EMOTIVO, comentario 153]
En definitiva, uno mismo es un conglomerado de distintos Yoes que hay que armonizar o cohesionar de forma coherente. El proceso de coordinación se hace tan necesario y acuciante que su ausencia implicaría el fracaso a la hora de afrontar con éxito los avatares de la vida, de la misma manera que la incertidumbre sería desastrosa para un ejército que ha perdido a todos sus altos mandos. En consecuencia, surge la necesidad de un Yo dominante capaz de integrar o liderar a todos los demás Yoes en una causa o criteriología principal. La falta de un Yo dominante, cohesionador, puede deberse a un carácter patológicamente débil o a cualquier alteración morbosa de la mente, a nivel de individuo. Sin embargo, un Yo dominante bien establecido y buen cohesionador parece que, si bien salvaría al individuo del menoscabo mental personal, no supondría necesariamente un haber para la colectividad (verbigracia, un tirano que tiene muy claras sus ideas dominadoras y megalómanas). Por lo tanto, podemos decir que es necesaria la coherencia en la personalidad facetaria o múltiple, pero no es suficiente.