El primer pasaje que mostraré toca el asunto del tema:

Juan 4:19 Le dijo la mujer: “Señor, percibo que eres profeta. 20 Nuestros antepasados adoraron en esta montaña; pero ustedes dicen que en Jerusalén es el lugar donde se debe adorar”. 21 Jesús le dijo: “Créeme, mujer: La hora viene cuando ni en esta montaña ni en Jerusalén adorarán ustedes al Padre. 22 Ustedes adoran lo que no conocen; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación se origina de los judíos. 23 No obstante, la hora viene, y ahora es, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre con espíritu y con verdad, porque, en realidad, el Padre busca a los de esa clase para que lo adoren. 24 Dios es un Espíritu, y los que lo adoran tienen que adorarlo con espíritu y con verdad”. 25 La mujer le dijo: “Yo sé que el Mesías viene, el que se llama Cristo. Cuando llegue ese, él nos declarará todas las cosas abiertamente”. 26 Jesús le dijo: “Yo, el que habla contigo, soy ese”.

Ese pasaje está lleno de significado, y merece ser analizado desde diferentes ángulos; pero primero entendamos el contexto de lo que se nos cuenta ahí.

El diálogo es entre Jesucristo y una mujer samaritana. Los samaritanos no eran judíos en el sentido estricto de la palabra. Después que Samaria, la capital del reino del norte fue conquistada por los asirios, aquella tierra que había pertenecido a Israel como nación fue repoblada por gente de otros pueblos conquistados, como era costumbre hacer cada vez que los asirios conquistaban una tierra: ellos desterraban a los pobladores originales y repoblaban la tierra con gente de otros pueblos conquistados, tratando de evitar nuevas revueltas, afectando la identidad y costumbres de los pueblos para debilitarlos. La Escritura nos cuenta lo siguiente acerca de este hecho histórico:

2Rey.17:24 Subsiguientemente, el rey de Asiria trajo [gente] de Babilonia y de Cutá y de Avá y de Hamat y de Sefarvaim, y los hizo morar en las ciudades de Samaria en lugar de los hijos de Israel; y ellos empezaron a tomar posesión de Samaria y a morar en sus ciudades. 25 Y aconteció que, al comienzo de su morada allí, no temían a Jehová. Por lo tanto Jehová envió leones entre ellos, y estos llegaron a ser matadores entre ellos. 26 De manera que ellos mandaron palabra al rey de Asiria, y dijeron: “Las naciones que has desterrado y entonces establecido en las ciudades de Samaria no han conocido la religión del Dios del país, de modo que él sigue enviando leones entre ellos; y, ¡mira!, les están dando muerte, puesto que no hay nadie que conozca la religión del Dios del país”.
27 Ante eso, el rey de Asiria dio orden, y dijo: “Hagan ir allá a uno de los sacerdotes que ustedes condujeron al destierro de allí, para que vaya y more allí y les enseñe a ellos la religión del Dios del país”. 28 Por consiguiente, uno de los sacerdotes que ellos habían conducido de Samaria al destierro vino y se puso a morar en Betel, y llegó a ser maestro de ellos respecto de cómo habían de temer a Jehová.
29 Sin embargo, cada nación diferente llegó a ser hacedora de su propio dios, el cual entonces depositaron en la casa de los lugares altos que los samaritanos habían hecho, cada nación diferente, en sus ciudades donde estaban morando. 30 Y los hombres de Babilonia, por su parte, hicieron a Sucot-benot, y los hombres de Cut, por su parte, hicieron a Nergal, y los hombres de Hamat, por su parte, hicieron a Asimá. 31 En cuanto a los aveos, ellos hicieron a Nibhaz y a Tartaq; y los sefarvitas estaban quemando a sus hijos en el fuego a Adramélec y Anamélec, los dioses de Sefarvaim. 32 Y llegaron a ser temedores de Jehová, y del pueblo en general se pusieron a hacer sacerdotes de los lugares altos, y estos llegaron a ser funcionarios para ellos en la casa de los lugares altos. 33 De Jehová se hicieron temedores, pero de sus propios dioses resultaron ser adoradores, conforme a la religión de las naciones de entre las cuales los habían conducido al destierro.
34 Hasta el día de hoy están haciendo conforme a sus religiones anteriores. No hubo quienes temieran a Jehová ni quienes hicieran conforme a sus estatutos y sus decisiones judiciales ni [según] la ley y el mandamiento que Jehová había mandado a los hijos de Jacob, cuyo nombre él hizo Israel; 35 cuando Jehová celebró un pacto con ellos y les mandó, diciendo: “No deben temer a otros dioses, y no deben inclinarse ante ellos ni servirles ni hacerles sacrificios. 36 Antes bien, a Jehová, que los hizo subir de la tierra de Egipto con gran poder y brazo extendido, a Ese es a quien deben temer, y ante quien deben inclinarse, y a él deben hacer sacrificios. 37 Y las disposiciones reglamentarias y las decisiones judiciales y la ley y el mandamiento que él escribió para ustedes, deben cuidar de ponerlos por obra siempre; y no deben temer a otros dioses. 38 Y el pacto que yo he celebrado con ustedes, no lo deben olvidar; y no deben temer a otros dioses. 39 Antes bien, es a Jehová su Dios a quien ustedes deben temer, puesto que él es el que los librará de la mano de todos sus enemigos”.
40 Y no obedecieron; antes bien, era conforme a su religión anterior que estaban haciendo. 41 Y estas naciones llegaron a ser temedoras de Jehová, pero fue a sus propias imágenes esculpidas a quienes resultaron estar sirviendo. En cuanto a sus hijos y también a sus nietos, tal como habían hecho sus antepasados ellos mismos están haciendo hasta el día de hoy.

Estos repobladores de las tierras del norte de Israel, unidos a nuevos repobladores que con el tiempo se les unieron, llegaron a ser los samaritanos de los tiempos de Jesús. Como dice ese pasaje, ellos siguieron adorando a sus dioses, pero temían también a Jehová. Se sabe que esos "semiadoradores" de Jehová también tenían un texto del Pentateuco, y hoy ese texto se conoce como el Pentateuco Samaritano, aunque tiene algunas diferencias con el texto hebreo (como el hecho de que cambian los nombres que se mencionan en el Pentateuco Hebreo de los lugares de adoración y colocan en su lugar los nombres de las ciudades donde adoraban al norte), es un intento norteño de "comprender" la ley de Jehová. Antes de que estas tierras fueran conquistadas, recuerden que no adoraban a Jehová en el templo de Jerusalén, pues ellos se habían separado totalmente de aquella parte de Israel y habían construído sus propios lugares de adoración en sus tierras. El sacerdote que el rey de Asiria envió cuando aquellos pobladores se lo pidieron, probablemente había sido un sacerdote no-levita de los que servían en aquella parte de Israel antes de la conquista y no de los sacerdotes levitas que servían fielmente en el reino sureño de Judá, en Jerusalén.

Por estas razones los judíos de la provincia romana de Judea no consideraban a los samaritanos como hermanos. Era costumbre en tiempos de Jesucristo que los judíos ni siquiera hablaran con estos samaritanos por su origen mixto y religión mezclada con paganismo. Jesús, por supuesto, no tenía esa costumbre, como se puede ver en el diálogo que él mismo comenzó con aquella mujer. Las palabras de la mujer muestran que a pesar de la religión mixta de los samaritanos, ellos daban importancia al texto samaritano que ellos tenían y desde donde también habían entendido que había un Mesías que debía llegar, como dice la mujer “Yo sé que el Mesías viene, el que se llama Cristo. Cuando llegue ese, él nos declarará todas las cosas abiertamente”. Cuando Jesús le dice a la mujer que él es el Cristo, ella sale a llamar a los hombres de la ciudad y les dice:

Juan 4:29 “Vengan acá, vean a un hombre que me ha dicho todas las cosas que hice. ¿Acaso no es este el Cristo?”.

Todo eso ocurrió en Samaria, en una ciudad llamada Sicar (quizás la misma Siquem), por donde Jesús tuvo que pasar por alguna razón; o sea que, los hombres de la ciudad que la mujer mandó llamar eran también samaritanos y ellos tenían la misma esperanza de aquella mujer acerca de un Mesías o Cristo que habría de llegar. El final de aquel relato es éste:

Juan 4:39 Ahora bien, muchos de los samaritanos de aquella ciudad pusieron fe en él a causa de la palabra de la mujer que había dicho en testimonio: “Me dijo todas las cosas que hice”. 40 Por eso, cuando los samaritanos vinieron a él, se pusieron a pedirle que se quedara con ellos; y él se quedó allí dos días. 41 Por consiguiente, muchos más creyeron a causa de lo que él dijo, 42 y empezaron a decir a la mujer: “Ya no creemos a causa de tu habla; porque hemos oído por nosotros mismos y sabemos que este hombre es verdaderamente el salvador del mundo”.

Esta es la introducción al diálogo entre Jesús y la samaritana, para que se entiendan las cosas que son mencionadas en él. En el siguiente post analizo un poco el contenido del diálogo como tal, para que se entienda porqué este diálogo tiene que ver mucho con el tema.