Conquista de Babilonia.
Ciro por fin se preparó para una confrontación con la poderosa Babilonia, y es en particular a partir de este momento cuando desempeña un papel importante en el cumplimiento de la profecía bíblica. En las palabras proféticas inspiradas registradas por Isaías concerniente a la restauración de Jerusalén y su templo se hizo mención de este gobernante persa como aquel que Jehová Dios había designado para derrocar a Babilonia y liberar a los judíos exiliados. (Isa 44:26–45:7.) Aunque esta profecía se registró más de un siglo y medio antes de que Ciro subiera al poder, y pese a que la desolación de Judá evidentemente tuvo lugar antes de que siquiera hubiera nacido, Jehová declaró que Ciro actuaría como su “pastor” a favor del pueblo judío. (Isa 44:28; compárese con Ro 4:17.) En virtud de este nombramiento por anticipado, se llamó a Ciro el “ungido” de Jehová (una forma de la palabra hebrea ma·schí·aj, mesías, y de la palabra griega kjri·stós, cristo). (Isa 45:1.) El que Dios ‘le llamara por su nombre’ (Isa 45:4) con tanta antelación no quiere decir que le diera a Ciro su nombre cuando nació, sino, más bien, que sabía de antemano que un hombre llamado así se levantaría y que Él le llamaría, no de manera anónima, sino directa y específicamente, por nombre.
Así, sin que él mismo lo supiera, ya que con bastante probabilidad era un seguidor pagano del zoroastrismo, de manera figurada Jehová Dios había estado ‘asiendo su diestra’ para dirigirle o fortalecerle, ciñéndole y preparando y allanando el camino para que llevase a cabo el propósito divino: la conquista de Babilonia. (Isa 45:1, 2, 5.) Al ser Aquel que “declara desde el principio el final, y desde hace mucho las cosas que no se han hecho”, el Dios Todopoderoso había conformado las circunstancias para realizar por completo su propósito. Había llamado a Ciro “desde el naciente”, desde Persia (al E. de Babilonia), donde se construyó su capital favorita, Pasargada, y Ciro habría de ser como un “ave de rapiña”, abalanzándose velozmente sobre Babilonia. (Isa 46:10, 11.) Es de destacar que, según The Encyclopædia Britannica (1910, vol. 10, pág. 454), “los persas llevaban un águila fijada en la punta de una lanza, y el Sol, como su divinidad, también estaba representado en sus estandartes, que [...] custodiaban con gran celo los más valientes del ejército”.
¿Cómo desvió las aguas del Éufrates?
Las profecías de la Biblia relativas a la predicha conquista de Babilonia por Ciro anunciaron que se secarían sus ríos, se dejarían abiertas sus puertas, habría una invasión repentina de la ciudad y los soldados babilonios no ofrecerían resistencia. (Isa 44:27; 45:1, 2; Jer 50:35-38; 51:30-32.) Heródoto habla de un foso ancho y profundo que rodeaba Babilonia y dice que había numerosas puertas de bronce (o cobre) en los muros a lo largo del río Éufrates, que dividía la ciudad en dos partes. Según este historiador (I, 191), cuando Ciro puso sitio a la ciudad, “por medio de un canal dirigió el río hacia el lago [el lago artificial que supuestamente había construido antes la reina Nitocris], que a la sazón era una ciénaga, logrando que el cauce primitivo se hiciera vadeable al descender el nivel del río. Cuando este fenómeno tuvo lugar, los persas que habían sido apostados a tal efecto penetraron en Babilonia por el cauce del río Éufrates, que había bajado de nivel hasta llegarle a un hombre como a medio muslo más o menos. Ahora bien, si los babilonios hubieran sabido de antemano lo que Ciro pretendía hacer o se hubiesen percatado de ello, hubiesen dejado entrar a los persas en la ciudad y hubieran podido causarles una terrible mortandad, pues, con cerrar todas las poternas que llevan al río y subirse ellos a los contramuros levantados a lo largo de las márgenes del mismo, los hubieran cogido como en un buitrón. Pero el caso es que los persas se les presentaron de improviso. Y, debido a la gran extensión de la ciudad, según cuentan los que en ella habitan, cuando ya habían sido tomados los arrabales de la misma, los babilonios que vivían en los barrios del centro no sabían que aquellos habían caído, sino que (como se daba la coincidencia de que estaban celebrando una fiesta) en aquel momento se hallaban bailando y se encontraban en pleno jolgorio, hasta que al fin se enteraron —y perfectamente— de lo que ocurría. [Compárese con Da 5:1-4, 30; Jer 50:24; 51:31, 32.] Así fue tomada, entonces, Babilonia por primera vez”.
Aunque el relato de Jenofonte difiere en algunos detalles, contiene los mismos elementos básicos que el de Heródoto. Jenofonte dice que para Ciro era casi imposible tomar por asalto los poderosos muros de Babilonia, y entonces pasa a contar cómo puso sitio a la ciudad, desviando las aguas del Éufrates en canales. Mientras la ciudad celebraba una fiesta, envió sus fuerzas por el lecho del río, pasando los muros de la ciudad. Las tropas, bajo el mando de Gobrias y Gadatas, sorprendieron a los guardas desprevenidos y consiguieron entrar a través de las mismas puertas del palacio. En una sola noche “la ciudad había sido tomada y el rey muerto”, y los soldados babilonios que ocupaban las diversas ciudadelas se rindieron a la mañana siguiente. (Ciropedia, VII, V, 33; compárese con Jer 51:30.)
El historiador judío Josefo registra el relato que escribió el sacerdote Beroso (siglo III a. E.C.) sobre la conquista de Ciro, como sigue: “En el año decimoséptimo de su reinado [de Nabonido o Nabonedo], Ciro el Persa lo atacó con un gran ejército; y luego de haberse apoderado de todo el Asia, invadió la misma Babilonia. Nabonedo le salió al encuentro, pero fue vencido; entonces con unos pocos buscó salvarse, encerrándose en la ciudad de Borsipo [un suburbio de Babilonia]. Ciro, una vez que se hubo apoderado de Babilonia, dispuso que se destruyeran las defensas exteriores de la ciudad, al ver que la ciudad era insegura de capturar por ser difícil su asedio. De ahí se dirigió a Borsipo, para atacar a Nabonedo, el cual, viendo que no podía soportar el asedio, se rindió. Ciro se portó humanamente con él, le entregó la Carmania para vivir allí, pero lo hizo salir de Babilonia. En cuanto a Nabonedo, habiendo pasado el resto de su vida en esta región, falleció”. (Contra Apión, libro I, sec. 20.) Este relato difiere de los demás sobre todo en lo que concierne a la actuación de Nabonido y la actitud de Ciro para con él. Sin embargo, está en armonía con el registro bíblico, que muestra que Belsasar, no Nabonido, fue el rey asesinado aquella noche. (Véase BELSASAR.)
Aunque las tablillas cuneiformes que han hallado los arqueólogos no dan detalles precisos en cuanto a cómo se produjo la conquista de Babilonia, sí confirman su caída súbita a manos de Ciro. Según la Crónica de Nabonido, en el mes de Tisri (septiembre-octubre) del que resultó ser el último año del reinado de este monarca (539 a. E.C.), Ciro atacó las fuerzas babilonias en Opis y las derrotó. La inscripción continúa: “El día 14 Sippar fue tomada sin combate. Nabonid huyó. El día 16, Gobrias (ugbaru), gobernador de Gutium, y el ejército de Ciro entraron en Babilonia sin combate. Después Nabonid fue apresado en Babilonia, a la que volvió [...]. En el mes de Arahšamnu [Marhesván (octubre-noviembre)], el día 3, Ciro entró en Babilonia”. (La Sabiduría del Antiguo Oriente, pág. 241.) Gracias a esta inscripción se puede fijar la fecha de la caída de Babilonia en el 16 de Tisri de 539 a. E.C., con la entrada de Ciro diecisiete días después, el 3 de Marhesván.