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Tema: ...Siddaharta ...de Hermann Hesse ...

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  1. #1
    Fecha de Ingreso
    18-junio-2011
    Ubicación
    Santa Cruz - Bolivia ...
    Mensajes
    6.242

    Predeterminado ...Siddaharta ...de Hermann Hesse ...

    Hermann Hesse
    A mi esposa Ninón

    Siddharta

    PRIMERA PARTE
    EL HIJO DEL BRAHMÁN


    Siddharta, el agraciado hijo del brahmán, el joven halcón, creció junto a su amigo Govinda al lado de la sombra de la casa, con el sol de la orilla del río, junto a las barcas, en lo umbrío del bosque de sauces y de higueras. EI sol bronceaba sus hombros brillantes al borde del río, en el baño, en las abluciones sagradas, en los sacrificios religiosos. La sombra se adentraba por sus negros ojos en el boscaje de mangos, en los juegos de los niños, en el canto de su madre, en los sacrificios religiosos, en las enseñanzas de su padre y sus maestros, en la conversación de los sabios.

    (... es como Adán en el jardín del Edén...)*i

    Ya hacía mucho tiempo que Siddharta participaba en las conferencias de los sabios. Con Govinda se entrenaba en las lides de la palabra, en el arte de la contemplación, de saber ensimismarse. Ya podía pronunciar quedamente el Om la palabra por excelencia. Había conseguido decirlo en silencio, aspirando hacia
    adentro; aprendió a enunciarlo calladamente, aspirando hacia afuera, concentrando su alma y con la frente envuelta en el brillo de la inteligencia. Ya sabía entender el interior de su atman indestructible en el mundo material.

    (...como el hombre pío frente a su más preciado dogma ...)*i

    La alegría invadía el corazón de su padre al ver al hijo inteligente, con deseos de saber;
    observaba cómo crecía en Siddharta un gran sabio y sacerdote, un príncipe entre los brahmanes.
    Una deliciosa sensación llenaba el pecho de su madre cuando le veía andar, sentarse y
    levantarse. Siddharta el fuerte, el hermoso, el que caminaba sobre piernas delgadas, el que saludaba con perfectos modales. EI corazón de las hijas de los brahmanes rebosaba amor cuando Siddharta paseaba por las callejuelas de la ciudad con la frente iluminada, con mirada real, con caderas estrechas.

    (...como David era para Dios ...)*i

    Pero Govinda era el que más amaba a Siddharta, su amigo, el hijo del brahmán. Sentía afecto por la mirada de Siddharta y por su cálida voz; gustaba de su manera de andar y de sus armoniosos movimientos; apreciaba todo lo que Siddharta hacía y decía. Pero lo que veneraba más era su inteligencia, sus altos pensamientos ardientes, su férrea voluntad y su vocación sublime. Govinda lo presentía: Este no será un brahmán corriente, ni un oscuro funcionario de los sacrificios, ni un ávido comerciante de fórmulas mágicas, ni tampoco un orador vano y vacío, o un sacerdote malicioso. Sin
    embargo, tampoco será una mansa y estúpida oveja entre la masa del rebaño. No, y tampoco él, Govinda, quería ser así, un brahmán como hay diez mil. Quería seguir a Siddharta, el amado, el maravilloso. Y si Siddharta un día se convertía en dios, si un día entraba en el imperio de la luz, Govinda le seguiría entonces, como su amigo, su acompañante, su criado, su escudero, su sombra. Todos querían así a Siddharta. A todos daba alegría y gozo.

    (...como Jonathan amaba a David ...)*i

    No obstante, el propio Siddharta no sentía alegría ni gozo de sí mismo. Su corazón no compartía ese júbilo general cuando andaba por los caminos rosados del jardín de higueras, o se hallaba sentado a la sombra azul del bosque de la contemplación, cuando lavaba sus miembros en el diario
    baño propiciatorio, o hacía sacrificios entre las profundas sombras del bosque de mangos.
    Incesantemente se le aparecían sueños y pensamientos en que veía la corriente del río, el brillo de las estrellas nocturnas, el resplandor del sol. El ánimo se le intranquilizaba con pesadillas salidas del humo de los sacrificios, de los versos del Rig Veda, de las doctrinas de los viejos brahmanes.

    (...el vacío espiritual de todo ser humano ...)*i

    Siddharta había empezado a alimentar el descontento en su interior. Comenzó por comprender que el amor de su padre, el cariño de su madre, y también el afecto de su amigo, Govinda, no le harían feliz para toda la vida. No le satisfacía ni le bastaba. Había empezado a presentir que su venerable padre y los otros profesores, junto con los sabios brahmanes, ya le habían comunicado la parte más importante de su sabiduría. Adivinaba que ya habían henchido hasta la plétora el
    recipiente, y, sin embargo, el recipiente no se encontraba lleno. El espíritu no se hallaba satisfecho, el alma no estaba tranquila, el corazón no se sentía saciado. Las abluciones eran buenas, pero eran agua; no lavaban el pecado, no curaban la sed del espíritu, no tranquilizaban el temor del corazón.

    (...Sal. 63:1Dios, Dios mío eres tú;
    De madrugada te buscaré;
    Mi alma tiene sed de ti, mi carne te anhela,
    En tierra seca y árida donde no hay aguas,
    )*i


    Los sacrificios y la invocación de los dioses eran excelentes... Pero, ¿lo eran todo? ¿Daban los sacrificios la felicidad? ¿Y qué sucedía con los dioses? ¿Realmente era Prajapati el creador del mundo? ¿No era el atman, lo único, lo indivisible? ¿Acaso los dioses no eran unos seres creados como yo y como tú, súbditos del tiempo, pasajeros? ¿Tenía sentido, entonces, ofrecer sacrificios a los dioses? ¿A quién más se debían ofrecer sacrificios y mostrar devoción, que no fuera al único, al atman? ¿Y dónde se podía encontrar el atman? ¿Dónde vivía, dónde latía su corazón eterno? ¿Dónde sino en el propio yo, en nuestro interior, en lo indestructible que cada uno lleva dentro de sí? ¿Pero dónde se hallaba este yo, este interior, este último? No es carne ni es hueso, no es pensamiento ni conciencia: así lo enseñan los grandes sabios. Entonces, ¿dónde? ¿Dónde se encontraba? ¿Existía otro camino para llegar al yo, al atman..., un camino que valía la pena buscar?

    (Sal. 115:3 Nuestro Dios está en los cielos;
    Todo lo que quiso ha hecho.
    4 Los ídolos de ellos son plata y oro,
    Obra de manos de hombres.)*i


    ¡Pero nadie enseñaba ese camino! ¡Nadie lo conocía! ¡Ni el padre, ni los profesores y sabios, ni los sagrados ritos de los sacrificios! Todo lo sabían los brahmanes y sus libros religiosos. Lo conocían todo. Se habían preocupado de todo; lo referente a la creación del mundo, al origen de la oración, de los elementos, de la aspiración, de la espiración, a las órdenes de los sentidos, a los hechos de los dioses. Sabían infinidad de cosas. Pero, ¿tenía algún valor saber todo eso, si se desconocía al Uno, al Único, al más Importante, al únicamente Importante?

    (Is. 55:8Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová.)*i

    Ciertamente, muchos versos de los libros sagrados, sobre todo los Upanishandas de Samaveda, hablaban de este interior y último. Maravillosos versos.
    «Tu alma es el mundo entero», se leía allí. Y escrito está que el hombre, mientras duerme, durante el sueño profundo, entra en su propio interior y vive en el atman. ¡Qué maravillosa sabiduría entrañaban esos versos! Todo el conocimiento de los grandes sabios se había reunido en estas palabras mágicas, puras como la miel de las
    abejas. No, no se debían menospreciar los enormes conocimientos que aquí se guardaban, reunidos por innumerables generaciones de sabios y penitentes, que habían logrado no sólo conocer este profundo saber, sino también vivirlo. ¿Dónde se encontraba el experto que era capaz de retener el atman desde el sueño hasta el despertar, durante la vida, con cada paso, palabra o hecho? Siddharta conocía a muchos brahmanes venerables, sobre todo a su padre, el puro, el sabio, el más reverenciado. Su padre era digno de admiración; su comportamiento resultaba sosegado y noble, su vida era pura, su palabra sabia, los pensamientos de su frente delicados y aristocráticos.
    Pero él, que sabía tanto, ¿vivía en la bienaventuranza, tenía la paz? ¿Acaso no era también uno de los que buscan siempre, sedientos? ¿No necesitaba beber continuamente en las fuentes sagradas, en los sacrificios, en los libros, en los diálogos con los brahmanes? ¿Por qué él, que era irreprochable, tenía que lavar diariamente sus pecados, esforzarse cada día en la purificación, repetirla cotidianamente? ¿No estaba el atman en él, no fluía la primera fuente de su propio corazón? ¡Esa primera fuente debía, tenía que encontrarse en el propio yo! ¡Era necesario poseerla!
    Todo lo restante era una simple búsqueda, un rodeo, un desvarío. Tales eran los pensamientos de Siddharta. Esa era su sed, su sufrimiento.

    (Heb 10:11Y ciertamente todo sacerdote está día tras día ministrando y ofreciendo muchas veces los mismos sacrificios, que nunca pueden quitar los pecados; 12pero Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios,)*i

    A menudo pronunciaba las palabras de un Chandogya-Upanishad:
    -Quizás el nombre del brahmán sea Satyam... Quien lo sabe con certeza entra diariamente en el mundo celestial.
    Siddharta parecía estar a menudo cerca del mundo celeste, pero nunca lo había alcanzado completamente, jamás había saciado la última sed. Tampoco ninguno de todos los más sabios que Siddharta conociera, y de cuyas enseñanzas disfrutó, había conseguido ese mundo celestial que apaga la sed eterna para siempre.

    (Jn. 4:14mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna.)*i

    -Govinda -dijo Siddharta a su amigo-, Govinda, ven conmigo a la higuera de los banianos.
    Tenemos que practicar el arte de la meditación.
    Se fueron a la higuera de los banianos. Se sentaron. Aquí Siddharta y veinte pasos más allá
    Govinda. Acomodado y dispuesto a decir el Om, Siddharta repitió el verso murmurando:

    Om es el arco, la flecha, es el alma,
    la meta de la flecha es el brahmán,
    al que sin cesar se debe alcanzar.

    (*i) itálicas de intelectito ...
    Última edición por intelectito; 29-abr.-2016 a las 06:43

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