El sueño

Cerró por un momento los ojos, estaba cansada hasta de soportar su propio ser, la noche se había vuelto áspera como para pasarla en vela. El agotamiento la llevó a dormir en un instante. Comenzó el sueño, un sueño desdibujado y lento, pasivo como el mismo silencio. En ese teatro de desvarío que son los sueños y que a veces resultan más cuerdos que la vida misma, pudo divisarse ella misma, como única actriz, como la figura central de la obra. Estaba sola, sin dicha ni amargura. Su imagen tomó asiento, temblaba profusamente al sentir ese terrible frío que congelaba hasta el alma. El horizonte se componía de una espesa negrura, sin brillo, sin matiz, el terreno era de una aridez total que entristecía solo de contemplarlo. Ante tanto vacío el sentimiento de soledad la invadió. Sí, estaba sola, más sola que el olvido. Comprendió, sin perturbarse, que era la muerte, su muerte. Comenzaba a formar parte de la nada, del eterno olvido. Dentro de su sueño, cerró los ojos con resignación. Su alma empezó a desintegrarse poco a poco hasta ser dispersada por la ligera brisa que soplaba tenue, siendo llevada hasta los confines de la desolación. Se convirtió en nada y todo a la vez. Acabó el sueño y comenzó su muerte.

Parzival