Los humanos somos los únicos "animales" que miramos al cielo. Algún religioso le podría decir que ese inocente acto es un reflejo de nuestro origen divino, pero lo cierto es que, hasta ahora, al menos, nadie puede probar que en nuestro organismo haya algo de divinidad. Uno se pregunta cómo actuaríamos en estado silvestre, es decir, sin nadie que nos dé un coscorrón por hacer algo que, obviamente, nuestro agresor no considera conveniente. Es muy probable que el origen de nuestra "civilizada" raza sea un simple y humilde primate que ha ido evolucionando hasta llegar al punto de creerse Dios y empezar a gobernar a sus congéneres a su antojo y conveniencia, pero no voy a entrar en polémicas por algo que no se sabe y que, por ahora, no se sabrá.
Lo cierto es que nuestra inestabilidad emocional es la generadora de millones de congéneres que pretenden decirnos cómo organizar nuestras vidas, y hasta nos cobran por eso, pero no son capaces de organizar las de ellos.
Así las cosas, me remito a la simpleza de la más elemental de las psicologías: "Sé tú mismo". Así es, tres simples palabras que cubren todo el abanico del comportamiento humano.
Los humanos tenemos tres facetas perfectamente identificables: lo que queremos ser, lo que aparentamos ser y lo que somos realmente. Aquí está el meollo del asunto. Nuestra súper condicionada mente, llena de tabúes y prejuicios, no puede llegar a ninguna conclusión razonable debido a las inhibiciones causadas por nuestra continua lucha con uno mismo, la lucha entre en bien y el mal, para ser más precisos.
El primer paso es hacer las paces con uno mismo. El cerebro y el cuerpo son los responsables directos de nuestras acciones y omisiones, por lo que es imprescindible que haya cierta coordinación entre ambos.
El segundo paso es pesar las circunstancias y actuar en consecuencia. A veces le vienen a uno ideas locas que hay que medir minuciosamente antes de ponerlas en práctica. La experiencia me ha enseñado que uno tiende a arrepentirse más por lo que dejó de hacer que por lo que hizo, pero esto no quiere decir que haya que dejar de lado la cordura.
Cuando algo le inquiete, la solución es enfrentarlo hasta sus últimas consecuencias. No podemos permitir que un deseo frustrado se anide en nuestra mente y nos atormente por el resto de la vida.