Poema 35
Creo estar viendo dormir ahora mismo a la mujer
que se despedirá de mí en algún puerto o una estación
después de habernos prometido –sin mentir- amor eterno.
O quizás está despierta, porque puede que viva del otro lado
de hemisferio, y camine ahora mismo por una calle soleada
y ancha, llevando una bolsa repleta de frutas y verduras en alguna
ciudad no lejos del Mar Negro.
Veo el cuarto en donde me voy a encerrar a intentar luchar en
vano con mis miedos; oigo sentir el agua corriendo en el baño
llevándose del lavamanos el vómito producto de una borrachera
prueba de esa derrota.
Presiento la agonía de las horas desparramadas a lo largo de una
tarde de domingo; la agonía… la agonía penetrando por mis poros
hasta reventarme los tímpanos del corazón.
Veo el pasado cada vez más difuso; los sueños y metas y propósitos
cada vez más extraños a mi alma; si más adelante quisiera correr a ellos
y, después de girarlos hacia mi tras tomarlos por el brazo, me preguntarían
quien soy, qué necesito.
Veo cada vez más espacios en todo, todo más ancho…
Veo a mi soledad más allá de mi muerte…
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Derechos reservados.
Tengo que escoger lo que detesto:
o el sueño, que mi inteligencia odia,
o la acción, que a mi sensibilidad repugna;
o la acción para la que no nací, o el sueño
para el que no ha nacido nadie.
Resulta que como detesto a ambos,
no escojo ninguno, pero, como alguna vez
tengo que soñar o actuar, mezclo una cosa con la otra.