A veces me parece que los pantanos son
retazos de noches que se que se han estrellado en la tierra
a lo largo del tiempo.
Es que parecen noches: Uno se hunde en ellos y corre peligro de muerte
y todo lo que toma para no ser arrastrado guarda una alimaña en su interior
o se rompe precipitándonos más, abandonándonos más en esa fosa espantosa.

Las noches también tienen sus plantas de pantanos que son los minutos que guardan tras de sí los nidos horribles de los recuerdos, las culpas, las penas por quien ya no está
y que no ha de volver; el silencio es la consistencia espesa de esa tumba y los
movimientos desesperados de las manos estas líneas sin sentido.

Lo que me queda de ti es lejano, indiferente, inútil, como los cielos que se tienden por los pantanos.

Lo que soy ahora es eso que me sorprende en la oscuridad y me arroja hacia las aguas y el cuerpo que cae es este estado anímico.

Si tan sólo pudiera cumplir con el gesto digno de dejar de desesperarme, pero el amor
es una angustia constante, aún ese con resultados felices.

No está mal, entonces, hundirse en los pantanos; no sé si conviene estar allí siempre, pero no está mal.


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