1917. Estados Unidos entra en guerra

Las relaciones con su aliado alemán seguían siendo de franca debilidad. Un suceso entre muchos lo puso de manifiesto: el 8 de enero de 1917 el Alto Estado Mayor Alemán decidió reanudar la guerra submarina. “Los expertos aseguraban que bastaban seis meses de guerra submarina ilimitada para conseguir la rendición de Gran Bretaña. Era el remedio único ante la imposibilidad de conseguir la victoria en tierra y de romper el bloqueo naval a que los aliados tenían sometida a Alemania”.

Para llevar a cabo esa guerra en el Mediterráneo, los alemanes solicitaron que Austria abriera sus bases navales de Trieste, Pola y Cattaro, y el 20 de enero se celebró un consejo de ministros en Viena presidido por Carlos, en el que estaban presentes el secretario de Estado alemán, Zimmerman; el almirante alemán Holtzendorf; el almirante austriaco Haus; y el jefe del Estado mayor austriaco Hoetzendorf.

Holtzendorf dijo que con los ataques submarinos conquistarían Inglaterra en menos de seis meses. Lo mismo opinaban Haus y Hoetzendorf. Carlos levantó la sesión sin concluir nada y llamó a Holtzendorf para comunicarle su rotunda negativa a ese tipo de guerra, consciente de que conduciría a la derrota, mediante una guerra abierta con Estados unidos.

El Almirante le repitió sus argumentos y al ver que Carlos no cedía, le dijo que, a fin de cuentas, no necesitaban su consentimiento: aquella misma mañana el Alto Estado Alemán ya había dado órdenes de empezar la ofensiva. Pensaba –gravísimo error- que los escasos efectivos militares de los norteamericanos en aquellos momentos (130.000 hombres) y el tiempo que necesitaban para reclutar nuevos hombres y atravesar el Atlántico haría inútil su ofensiva.






Carlos viajó hasta el frente italiano, durante la batalla de Isonzo, y regresó a Viena con la idea firme de poner fin a aquellas matanzas: "No podemos seguir así eternamente – le dijo a su ayudante militar—. Necesito saber si la otra parte está dispuesta a hacer la paz"

Pocas semanas después, en el mes de febrero, Guillermo II visitó Viena en viaje oficial para pedirle que Austria rompiera sus relaciones con Estados Unidos. El Kaiser consideraba el conflicto desde el punto de vista de sus militares, profundamente nacionalistas, aunque mantenía buenas relaciones con él.

Carlos se negó a su propuesta, porque seguía intentando una paz negociada, frente a la diplomacia alemana que buscaba la victoria militar a cualquier precio.

-- Desconfía de las mujeres que se meten en política –le comentó el Kaiser a continuación- y procura no dejarte influenciar por ellas.

--No te preocupes –le dijo Carlos, que sabía que el comentario se basaba en las murmuraciones que corrían sobre Zita- porque la única que quiere meterse en política es la archiduquesa Isabel, y yo procuro evitarla todo lo que puedo.

Según Troud, que recoge esta conversación, el Kaiser se quedó en silencio, porque sabía que esa duquesa, tan activa políticamente, era germanófila.

Se sucedieron los encuentros. El 2 de abril –día en que Estados unidos declaró la guerra a Alemania- Carlos y Zita devolvieron la visita al Kaiser, que se encontraba en Homburg. Carlos se mantenía firme: "Si los monarcas no hacen la paz – le comunicó a Guillermo por carta en abril de 1917- la harán los pueblos".

El caos se iba generalizando en unas sociedades que sufrían penalidades de todo tipo por una guerra que no parecía tener fin. Los alemanes multiplicaron los hundimientos de buques mercantes (sólo en abril hundieron casi un millón de toneladas), provocando las barreras de minas, los convoyes, las cargas de profundidad y los vuelos de reconocimiento. A fines de año –pensaban- habrían acabado con la flota mercante británica.



El Alto mando germano no le había dado, en uno de sus errores más fatales, la importancia requerida a la declaración de guerra de los norteamericanos, porque subestimaban su potencia bélica, y pensaban -como señala Dugast-, que los yankis no podrían trasladar a Europa sus soldados antes de que finalizara el conflicto. Pero los norteamericanos reaccionaron con inusitada rapidez; promulgaron una ley de servicio militar obligatorio y pusieron los medios para transportar a cientos de miles de soldados a través del Atlántico. En ese mismo mes estallaba la revolución en Rusia.

Mientras tanto, las consecuencias de la guerra se dejaban notar entre la población austriaca, cada vez más exasperada por la duración y marcha del conflicto. La industria de armamentos estaba en crisis. Como en otros países en guerra, muchas mujeres y adolescentes se habían visto obligados a trabajar, y la carestía de alimentos obligaba al racionamiento.

Carlos pensaba que el país no soportaría otro invierno en aquella situación, en contra de la opinión de Guillermo II, que le aseguraba que la ofensiva aliada no iba a ser tan terrible: Francia –repetía sin cesar— estaba al límite de sus fuerzas.

Siguió intentando en vano que Alemania le permitiera dar los primeros pasos de una negociación con Francia e Inglaterra. Sin su poderoso aliado esa negociación era impensable. Austria estaba ligada con Alemania por medio de una serie de pactos firmados por Francisco José y sus tropas combatían junto con las alemanas en diversos frentes. No podía pretender firmar un armisticio por separado con la Entente.

Pero era demasiado tarde. Los checos pedían su reconocimiento como pueblo soberano. Polonia reclamaba la unificación de sus territorios. Y Hungría deseaba separarse de Austria. Se acercaba el fin.


El castillo de Liechstenstein cerca de Vienna.