Me imagino a dos amigos yendo por la calle y uno diciendole al otro, mientras ven pasar a una chica
-¡Pero mira qué compasión tiene esa mujer, Dios Santo!
O sino
-¡Pero mirá qué bien anda de resiliencia!
Tengo que escoger lo que detesto:
o el sueño, que mi inteligencia odia,
o la acción, que a mi sensibilidad repugna;
o la acción para la que no nací, o el sueño
para el que no ha nacido nadie.
Resulta que como detesto a ambos,
no escojo ninguno, pero, como alguna vez
tengo que soñar o actuar, mezclo una cosa con la otra.