NEFERTITI EN EL ATELIER DE TUHMOSIS
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LA FINESA ARTISTICA
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por Alejandra Correas Vázquez
(Parte 2)

Pues la estilización en los artistas creadores, se produce sin el modelo presente. Se logra a partir de un trabajo anterior y varios diseños, donde el artista puede recrear el contenido buscado y es entonces cuando pone su impronta. El momento preciso cuando ambos, modelo y creador, se confunden en uno solo. Esto se llama el “trabajo de taller”. Un efecto reelaborado. Es la obra de arte en sí misma.

La infinita serie de personajes hallados en el atelier de Tuthmosis nos presenta uno a uno, los individuos de distintos sexos, razas y clases sociales que rodearon a Akhenatón durante su empresa. Este conjunto llama la atención. Y los modernos analistas cuando hallaron semejante tesoro artístico olvidado, creyeron encontrarse de pronto rodeados por hombres parlantes, cual si estuviesen en medio de ellos, debido al realismo con el cual fueron modelados. Descubriendo de golpe, los rostros de quienes rodeaban a Akhenatón... con él incluido. Como si un velo se hubiese descorrido, para vivir en esos instantes hacia atrás, por una contracción del tiempo, entre los personajes reales de la revolución atoniana.

De esa vida conjunta y sin distancias, que todos ellos manifestaban compartir, salieron estos “retratos vivos” (cual se los ha llamado) del taller de Tuthmosis. Como un notable grupo humano que se aproxima a nosotros, hablándonos. Pues cada rostro define el tipo psicológico del individuo. Muchos de ellos reflejan adustas preocupaciones, en contraste con la serenidad de otros. También nos ofrecen con elocuencia su tipo racial, demostrando que en esta ciudad había una convivencia internacional.

Pero lo más precioso de todo para nosotros, es saberlos testigos del proceso atoniano. Y encontrar inmortalizados en esas esculturas, a los rostros de aquellos compañeros del poeta revolucionario, quien ofreció compartir su trono faraónico con todos los hombres del mundo. Persistencia de un tiempo brillante que transmiten tales cabezas, casi vivas y naturales, modeladas por Tuthmosis y sus discípulos.

Tuthmosis, analizado por los objetos de su creatividad, era un espíritu delicado y sensual. Con toques femeninos bien manifiestos. Lo que se desprende del tratamiento que hace de la materia. Detallista y miniaturista en el juego de la forma, sus trabajos llevan una factura manual donde no participa ningún esfuerzo físico. Y nos revela por su manejo de la materia, que él tenía manos pequeñas, dedos finos, piel delicada. En sus trabajos usa mucho el elemento dactilar, emplea materiales blandos, arcilla y cal. Es casi un orfebre. Lo que destaca más ese carácter casi femenino de su obra.

Pero no hay que confundirlo con el trabajo de una mujer, pues el suyo no lleva adornos, que es el caso de la artista dama. El se extasía con el rostro de la mujer más bella atoniana —Nefertiti— por ello es de creer que fue probablemente un bisexual, y no un homosexual puro como se ha propuesto. Condición corriente en medios artísticos, y natural entre los orientales antiguos. Sensitivo y contemplativo, se conmueve con su modelo y le extrae el alma. Su exquisitez tiene melancolía, la cual emana de sus obras, y es un expectante emotivo de la interioridad humana.

Dentro de su técnica, tomaba mascarillas del original y luego con sus delicados dedos, precisos y detallistas, las trabajaba para revitalizarlas. La mascarilla se hace tomando el molde sobre la cara misma de la persona, cubriendo para ello el rostro con un ungüento especial a fin de proteger su piel, y sobre él va colocándose una materia modeladora, la que al secarse deja listo el molde. Luego éste se rellena con el material adecuado y aparece el rostro de la persona.

Pero Tuthmosis le agregaba su propio modelado en la terminación. Es por ello que sus mascarillas están “vivas”. A diferencia de lo que comúnmente ocurre en los tiempos modernos, como es el caso de la mascarilla de Bethoven, muy reproducida y que se coloca en las escuelas de música, donde lo seguimos viendo con una imagen mortuoria de capillada ardiente, ya que se la tomó en el momento de su deceso. El genial egipcio la hubiera revitalizado. Una de las caracteríticas que vemos en muchos de sus trabajos, es el de usar una materia muy plástica, retocada manualmente, como en tiempos modernos.

La estilización de sus figuras recrea facciones naturalistas o idealizadas y hasta subjetivas, que nos hablan de él... ya que no tenemos su retrato. Fue el único que no representó. O no lo sabemos reconocer en medio de aquella galería de rostros atonianos.

Si alguna novedad especial produce este taller escultórico de Tuthmosis, encontrado intacto, es la que nos permite advertir que sus “modelos” (sean Akhenatón, Nefertiti, las princesitas y todo el entorno atoniano) se trasladaron para ser retratados, hasta la misma casa del artista. Tuthmosis trabajaba del natural y por ello debía tomar los croquis y primer modelado, con la persona en presencia. Los bocetos inacabados hallados allí, indican que sus personajes debían continuar posándole.

No era para nada el artista de la corte que debe vivir dentro del palacio, al servicio del señor, sujetándose a sus reglas. Puesto que en la ciudad de Akhet-Atón nadie era superior a otro, y se respetaba con especial cuidado a quienes trabajaban. Además que Akhenatón no poseía en esa ciudad nueva ningún palacio, su casa era igual a las otras. Dando vuelta a todas las consignas faraónicas anteriores, aquí era la familia real quien debía pedir turno, de modo que el artista creador quedaba en primer plano. Pues era el dueño de casa.

Su atelier debía ser, a todas luces, un centro habitual de reuniones con largos diálogos que acompañaban aquellas sesiones de trabajo. Como sucede en los talleres artísticos de relevancia, desde el renacimiento hasta el mundo de hoy. Allí los atonianos replantearían en arduo debate las ideas renovadoras, con las cuales intentaban reencauzar al mundo, a los hombres y mujeres, a las diversas razas y pueblos, en la armonía solar única de Atón.

Esa aspiración humana, siempre deseada, a la que aún creemos imposible, y que todavía proponemos con timidez.

Pero timidez fue de lo único de que ellos carecieron. Un azar fortuito los colocó como conductores del país, de un gran imperio internacional, y salieron con ardor al encuentro de su destino.

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