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Tema: Hijos del celibato- i

  1. #11
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    Esa noche fue con Teresa a la cama por primera vez y recuerda muy bien cada instante de ella. Fue muy feliz y nunca olvidaría los delirios de esa noche y su creciente frenesí. El acto del amor le pareció del todo natural; ya que el placer físico no le causo la sensación de un acto prohibido. Y mismo si no era la primera vez que se entregaban al amor, esa noche amó a Teresa incluso con más fuerza y pasión que nunca. Así fue pues esa noche la beso mil veces la acaricio todo su cuerpo, estrecho entre sus brazos hasta casi asfixiarla y pese a su pudor femenil ella también termino con la misma pasión.

    Después cuando los deseos parecían acabarse y se encontraban medio extenuados. Los dos quedaron abrazados y pensativos pero, además, ella quedó callada por el temor a que José; que ahora que había apagado su sed amorosa, dejara de pensar como antes. Pero poco a poco fue calmando sus dudas al oír en su oreja, dulces frases persuasivas y con la clara intención de continuar amándose siempre. Estas acariciadoras frases, la dejaron más tranquila y sus dudas fueron desapareciendo al estar convencida de una vez para siempre. ¡Qué José la amaba en todo momento y cuanto un hombre puede amar a una mujer!

    Aquel mismo mes Teresa después de convencer a sus tíos y con la promesa de ocultar a sus padres la decisión tomada por ellos se fue a vivir al apartamento de José. Sus tíos que la querían mucho, terminaron por aceptarlo al estar habituados a la manera de vivir en la capital; donde el concubinato después de la democracia se iba imponiendo como un hecho normal. Pero sus tíos no eran sus padres y Teresa comprendía muy bien que el triunfo de estas ideas, no eran compartidas todavía por sus padres. Al principio pensó que hubiera debido contar con sus padres de todo lo ocurrido, pero no tuvo valor. Pues sus padres hubieran sentido más dolor que alegría y todo a que no obstante le tenían a una gran estima a José.

    Así la vida se puso de nuevo en marcha, pero esta vez junto a Teresa que parecía muy feliz. También para él, comenzó una nueva vida y pese al recuerdo continuo de su madre intentaba esconder sus sentimientos al no querer mortificarla. Y, por otro lado, se daba cuenta que las dudas que tenia de sus padres, antes de hacerla sufrir debía de averiguarlas él y todo a que ella de vez en cuando notaba que a él se le escapaba algún gesto en su continuo sufrimiento.



    CAPÌTULO VI
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  2. #12
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    CAPÌTULO VI
    Pensaba en su porvenir, su tío y protector tenía razón: –«la vida no es un juego» y ahora que de nuevo comenzaba el curso universitario debía cambiar de método. Se acabaron las salidas nocturnas y a excepción de los sábados y domingos que ayudaría a los tíos de Teresa en el bar, trabajaría duro en sus estudios; pues no dejaba de reconocer que en el amor que Teresa le tenía, había mucha admiración. ÉL sabía que Teresa le adoraba como a un ser superior y diferente de sus amigos y por eso debía seguir enamorándola. Esto no era imposible y el momento de realizar sus sueños, se hallaba cerca. «Pues para Teresa él era un pedazo de cielo que descolgaba hasta ella en forma de poesía y por eso debía terminar sus estudios con el fin de que ella siga admirándole y amando al mismo tiempo.– ¡No, no podía perder su convicción seria atroz el no ver un día conseguido sus ilusiones!».

    En la concentrada calma de su nueva existencia, reconoce que terminó por sentirse satisfecho, al considerar tristes los meses del invierno. Mientras tanto Teresa, sin dejar de trabajar se revelaba como una excelente ama de casa y los pucheros aprendidos del bar de sus tíos y padres y que a él le preparaba le daba nuevo vigor a su cuerpo y alma. Teresa por su parte, también experimentaba los beneficios de la nueva existencia la mostrase alegre y sólo de tarde en tarde se acordaba de sus padres por el temor del: « ¡Qué dirían de ella!»…

    Pasaron los días, pasaron los meses y Teresa lo mismo que él continuó experimentando las mismas emocione, pese a la rutina diaria, sin sobresaltos, monótona, reposada y sin ningún cambió aparente. Diariamente hacían los mismos gestos, pero esta existencia común no turbaba sus sentimientos. Como todos los días a las doce de la noche José, como un clavo se dirigía a la cafetería, y después de saludar a los tíos de Teresa y a su buen amigo Jerónimo, que siempre le entretenía con algún chascarrillo bajaban del brazo como dos enamorados la calle Atocha hasta su confortable estudio.

    José reconoce que se sentía perdido entre tantos capítulos y artículos jurídicos recopilados en su escritorio. Hasta entonces había sido relativamente fácil, pero ahora que se acercaba el día de los exámenes y la hora de la verdad; todo su afán era decisivo para poder terminar con éxito sus estudios y como todo tiene término en la vida también llego esa mañana tan temida como deseada. La verdad es que no sentía predilección por la carrera de Derecho, pero su tío se empeñó en que así fuera; pues en España, todo el que no sabe a qué dedicarse y tenga ilusiones políticas debe hacerse abogado. Es verdad que es difícil explicar esto, pero siempre fue así.

    Para José, sus estudios habían representado muchos años de labor monótona y desesperante. Pero a sus veinticuatro años José era ya abogado y todo porque no tuvo que hacer el servicio militar al salir (excedente de cupo) en el sorteo que él ejército realizó a sus veintiún años y ahora era ya la hora de buscar un trabajo adecuado a sus cualidades. No obstante, reconocía que la influencia de su “tío Francisco” podría servirle, dado que su tío adoraba los libros de leyes y conocía a mucha gente y aunque en la actualidad, se hallaba en Italia desempeñando los asuntos de jurisprudencia del Vaticano. De él recibía correspondencia y en su última carta le comunicaba que pasaría unos días en Madrid con el propósito de abrazarle y ocuparse de su futuro trabajo. También reconocía que le debía mucho a su madre ya que siempre escucho que era una mujer apasionada con mucho tesón y con una disposición a lo extraordinario y lo maravilloso.

    La vida eclesiástica de ahora es muy distinta de lo que fue antes y a su llegada al aeropuerto de Barajas le costó reconocer de pronto a su tío. No obstante, José lo encontró casi lo mismo que cuando se separó de él en Zamora. Pasaba ya de los cincuenta y cinco años, pero se mantenía ágil de cuerpo, erguido y el rostro aun sonrosado y fresco. De este viaje de Roma, lo que más le sorprendió del canónigo, después de largos años sin salir de Zamora, fue su elegancia y su fuerte personalidad favorecida posiblemente por un carácter de continua sonrisa juvenil. No parecía el mismo sin aquellas sotanas de seda que su sirvienta María conservaba siempre limpias y brillantes. Iba ahora en traje civil, vestido de un negro que le hacía más elegante y señorial. –Llevó esto, explico a su sobrino al ver su admiración, para pasar desapercibido. –Aquí en España, las cosas han cambiado y no interesa que la administración socialista, siga pensando que la Iglesia, no ha evolucionado de su criticada Ortodoxia.

    Era curioso como el tiempo transforma los países y los hombres, pero el bueno de su tío se imaginaba todavía que en España, las cosas no habían cambiado lo suficiente, cuando en realidad las nuevas generaciones pasaban por alto todo el oscuro pasado. Al observarlo de nuevo José creyó, haber vuelto a la adolescencia viendo a su tío, que si bien se mantenía sonriente y bondadoso, seguía tan incrédulo de los cambios experimentados políticamente en España. Para él su tío seguía siendo de esas personas que por pereza o por resignados sentimientos religiosos, se creen en la obligación de sacrificar las necesidades legítimas de la madre naturaleza. A su tío, lo único que le interesaba era todo lo que supone trabajo y voluntad; sin embargo, él, lo que más valoraba en esta vida eran aquellos hombres que tiene un ideal político-social y procuran realizarlo.

    Por lo mucho que su sobrino hablaba de ella, su curiosidad por conocerla. Hasta su casa en Roma y por mediación de sus amistades en Madrid le habían insinuado ya sobre la conducta que José llevaba y sabía también quien el trabajo detrás de la barra de un bar de ella. Pero claro su sobrino se justificaba a legando que la vida en España no era como él se imaginaba y que habían cambiado tanto las cosas que todo estaba permitido. No obstante, ante pese a la franqueza de su sobrino, él seguía pensando que todo era un pretexto de la gente aunque su modernismo lo llamaran con toda normalidad modas. Pero al fin y al cavo la vida era así, y si ella según todos era joven y hermosa, a nadie le hacía daño pese a su conducta chocante de vivir juntos. Él como tutor, para tranquilidad de su propia conciencia se mostraba seguro y tranquilo porque sabía que al fin los dos acabarían casándose. No iba a asustarse como un clérigo tímido por los amoríos de dos personas jóvenes que, además, sabían ocultar su concubinato con discreción. Debía de cerrar los ojos ya que el pecado en una gran ciudad como Madrid no escandalizaba como en los pueblos.

    Apenas cinco días después de su llegada a Madrid, su tío Francisco le cito de nuevo pero esta vez en la puerta del Buen Retiro, con el fin de conocer a Teresa personalmente. Los tres entraron en aquel esplendoroso jardín vegetal, que su tío llamaba el pulmón de Madrid. –«Sí que es guapa– se decía interiormente el padre Francisco – Y mucho más de lo que él se imaginaba… ¡Y, además, parece muy educada!». La verdad es que la encontró idéntica a como José la había descrito, quedando a la vez impresionado por su sonrisa continua como de su sencillez. También la encontró culta al interesarse continuamente sobre Italia, Roma y El Vaticano. Por eso de ella no se hizo preguntas, ya que gracias a las revelaciones continuas de su sobrino creía conocerla perfectamente.

    Hay que reconocer que las emociones de Teresa fueron de una alegría casi infantil y un deseo de vivo de correr entre estos árboles urbanos y centenarios que señoreaban este bien llamado jardín de Madrid. Aquella naturaleza hermosa, aunque castigada por los miles de visitantes, despertaba en su interior instintos de salir corriendo para perderse entre sus innumerables calles, plazas y hasta los bosques de espeso follaje. Después comprendió que debía de frenar sus jóvenes impulsos al observar que las gentes paseaban muy bien arregladas, con buenos modales y con una perfecta respecto al medioambiente.

    Ya más tranquila la invitación del tío de José a sentarse en la terraza de un bar que dominaba el pequeño y encantador estanque situado en el centro del parque. Después y una vez acomodados en sus sillas quedaron largo rato observando a su alrededor la prefabricada y hermosa naturaleza.
    – Teresa – ¿Le gusta su trabajo? Pregunto el padre Francisco.
    – ¿No sé por qué me pregunta eso? – No obstante le diré que sí ya que sólo conocí esa forma de trabajo y todo porque mis padres como bien sabe José viven de un bar café en la Plaza Mayor en Monte derramo. – Es verdad que nunca se vive contenta de lo que una tiene… – Pero no me quejo y estoy feliz con el amor de mi familia y de su sobrino. –Sepa, además, usted que no se necesita sufrir ni complicarse la vida, ni la mía ni de la persono que vivan con armonía para ser feliz.

    Ante las impertinentes preguntas de su tío y al observar que tenia la misma manía que todos de concentrar la atención en un asunto único. José intento cambiar de conversación, al acordarse repentinamente de María la domestica de su tío y le pregunto: – ¿Qué es de María? – ¿Está todavía a su servicio? Su tío puso el rostro triste al recordar a su fiel sirvienta, pero no tardo en contarle que María había muerto pocos meses antes de su viaje a Roma. Luego hizo una pausa para seguir afirmándonos su intenso dolor por ella, aunque en realidad para él no era la única amargura intensa que perturbaba su vida…
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  3. #13
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    –Todos morimos –comento su tío melancólicamente. Para después torpemente con balbuceos y palabras incompletas, seguir hablando de una segunda persona que él consideraba como algo que le pertenecía pero que seguía ausente en su vida. Ante esta misteriosa afirmación y al observar que los dos fruncían la frente su tío tomó de nuevo fuerzas para dar un salto penoso en su memoria y darle a entender sin mencionar persona que durante el resto de su vida un ser muy querido por él seguiría sufriendo su mismo y desdichado problema.
    –Todo sea por el bien de Dios. – ¿Qué es eso, comparado con lo que Cristo padeció por nosotros? ¡Pero reconocía a la vez que todo lo que ambos estaban sufriendo era injusto! Luego se detuvo bruscamente por temor de que su natural y expansiva franqueza le llevase sin querer a una revelación indiscreta.

    Mientras Teresa de manera muy clara al oír las últimas palabras del canónigo, dejó por su instinto femenino el silencio y paso de pronto a cortar las lamentaciones del eclesiástico y entre la sonrisa dio un cambio de conversación.
    –Don. Francisco, no sufra usted más y acatemos de Dios sus misterios divinos designios que al fin y al cabo siempre son para nuestro bien.
    –Hija mía– dijo el padre Francisco con cierta tristeza en su rostro– Una de las enfermedades del alma que nos hace a todos perdernos, es la ambición, el afán de engrandecernos a costa del sufrimiento de nuestros semejantes. –Mis sentimientos personales, no existen y, yo siempre intente sacrificar mi vida privada a fin de conseguir la grandeza Universal de la Iglesia Católica. –Mi vida entera la he dedicado a la noble empresa de defender la “Justicia Divina”. –Pero el trabajo es tan enorme, que tal vez no llegue a superarlo… Ambos le miraron y comprobaron que el semblante del sacerdote no expresaba desilusión alguna, pero a pesar de intentar contener sus lágrimas no pudo evitar que dos de ellas rodaran por sus mejillas.

    Después ya menos excitado hizo gestos de tranquilidad y arqueando las cejas sonriendo como hombre habituado a superar sus debilidades dijo: – José, mis obligaciones en Roma son múltiples, pero a pesar de todo y con gran satisfacción pasaré unos días con vosotros. –Esto me permitirá ayudar a encauzar tu porvenir y, a la vez os deseó suerte y felicidad y rezaré para que seáis capaces de defenderos de este mundo que vive hechizado e inconsciente ante el pecado...

    Reflexionaba Teresa sobre aquellas sabias palabras, fijando a la vez sus ojos en el rostro de José y la verdad es que le dio pena al observar la situación en que se hallaba “su marido”. Vio como sus labios vacilaban entre la sonrisa y la tristeza, para después no decir nada. Teresa quiso adivinar sus pensamientos, al observar que José desde que su tío comenzó hablar, había concentrado toda su atención para intentar a comprender como ella lo que su tío quería decir. Estaba segura de que su marido pese a su gran interés en comprender lo que en realidad entristecía la vida de su protector; no llegaba bien descifrar como ella los problemas reales de su tío.

    La verdad es que José permaneció silencioso largo tiempo mirando fijamente a su protector, a la vez que sonreía por vencer su curiosidad. No obstante, en su silencio y con gran rapidez desfilaron con ironía la misteriosa y triste Historia de la Iglesia que su tío, intentaba ocultar. – «Pues como bien dicen ellos: –Hacer lo que nosotros os decimos y no lo que nosotros hacemos». Los escándalos de la Iglesia, de antes y ahora, son incalculables… –No me dirá usted, se decía en su interior que no hubo papas acusados públicamente de abominaciones tan extendidas en aquella época. –Como fue el caso de Julio Segundo, eterno enemigo de los Orgias, o también como Alejandro Sexto, con sus innumerables hijos naturales. –Además en aquellas épocas estuvieron interesados en desarrollar los mimos bacanales y vicios de la época griega y romana.

    Después, sin dejar de mirar a su tío Francisco, siguió reflexionando como si los arboles y las plantas floridas que le rodeaban no formasen parte de su entorno. Y se dijo que si su tío descubriera sus pensamientos; se justificaría diciendo, que no todo lo que hizo la Iglesia fue malo, mismo si les echan en cara Alejandro Sexto… “¿Qué tuvieron hijos bastardos?”. También les tuvieron otros pontífices de Roma, y mismo muchos simples sacerdotes, canónigos, prelados que pecaron como los papas. Pero no hay que quitar mérito y reconocer que algunos de sus hijos fueron personalidades enérgicas, ardorosas e inteligentes que siguieron sirviendo la causa de Dios en la tierra.

  4. #14
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    Es verdad, que la Iglesia, perdura y perdurara aunque pierda clientes y estoy convencido que no obstante, la Iglesia a través de sus máximos representantes un día sabrá pedir perdón por quemar vivo a Giordano Bruno hace 400 años. O por simplemente decir que la tierra gira en torno al Sol y mismo aprobará las teorías de Darwin sobre él origen y evolución de la especie. Así como también los crímenes de la Santa Inquisición y por qué no de su colaboración con el fascismo Internacional. – ¿Pero qué puede hacer su tío, un canónigo que sólo intenta mistificar su entera tranquilidad de su conciencia?”…
    – ¡Pero él no era su tío, él era laico y podía decir lo que realmente pensaba sin importarle ningún criterio sagrado! Después, José pensó que no merecía la pena deshojar los misterios de unos seres que habían dejado de existir hace ya más de mil años… ¿Y al fin y al cabo que le importaban a él, estos “Tabúes Históricos” protegidos desde siempre por todos los políticos de turno en el poder? Ya más tranquilo, José volvió a suspirar al comprender que no hay más remedio que como decía siempre su tío había que conformarse con la “Santa Voluntad Divina” y, además, como llegaba a descifrar las palabras poco coherentes de su tío decidió callar.

    Serian las cinco de la tarde, cuando los tres ganaron de nuevo la Puerta de Alcalá. Pero como su tío tenía que ir desde allí hasta la calle Princesa y detenerse a preguntar por no conocer bien Madrid. Se dirigió al metro más cercano para apearse en la Plaza de España y después acompañarle por la amplia calle de la Princesa hasta dar con el arzobispado de la capital.
    No dejaba de ser digno de admiración, el poder que todavía en esos años poseía la iglesia; pues a los pocos días de su permanencia en Madrid, su tío ya había solucionado todos los pormenores relativos a su empleo que sería en el Ministerio de Trabajo y con más precisiones en el departamento de Asuntos Sociales. Y apenas dos días después le volvió a invitar de nuevo a comer; pero esta vez en los salones del Episcopado donde su tío siguió mostrando repetido interés por su futuro dado que posiblemente tardaría mucho tiempo en verlo de nuevo.

    Dentro de los salones del Episcopado de la capital, José se sintió nervioso y no tuvo por menos de recordar cuando la última vez que visito a su tío en la catedral de Zamora cuando no fue capaz de resistir a su misa cantada. José, temía que su tío se lanzara de nuevo en su tema favorito, del que su tío Francisco era incapaz de poner difícilmente punto final a la defensa y justificación de la Iglesia. Pero se dijo que como era el último día que pasaría con su tío en Madrid, debía y podía hacer un esfuerzo
    –Vámonos al jardín tío, que aquí dentro parece faltarme aire en los pulmones y quiero que hablemos algunas cosas sobre Teresa. Una vez en el jardín, José a provecho para dar salida relato sobre ciertas preguntas indiscretas de su tío. Pero él habló de ella, sin balbuceos y con decisión y, además, encontrando las palabras apropiadas a cada instante.
    –Tío entre nosotros debe existir una franqueza absoluta y que usted siempre fue como un padre para mí…
    –Ahórrate esfuerzos y palabras rebuscadas y dime toda la verdad: – ¿Te sientes enamorado de ella?
    José no mostró indecisión a la pregunta seca y directa de su tío y su respuesta fue de una total sinceridad.
    –Sí, tío le amo desde el primer día y la amaré siempre y a mi pasión se une un intenso agradecimiento, pues ella me hizo conocer la felicidad como también me dio el cariño que siempre me falto de mis padres y gracias a su amor soy un hombre feliz. Calló José un momento, y al seguir notando en sus ojos la expresión interrogante de su tío; con una expresión irónica, no tardó en decirle que ahora solo le faltaba el saber más sobre sus padres y sobre todo encontrar a su madre al precio que sea.
    – ¿Tío, usted no cree que esto es un castigo que me impone la vida?
    –Créame, yo he hecho todo lo posible por alegrar mi vida, pero le aseguro no llego a olvidar a mi madre…
    –Además, le aseguro que es la pura verdad y le diré además tío Francisco.
    – « ¿Qué no comprendo que les hice yo a mis padres para permitirse tal castigó y además con esa inhumana insolencia al abandonarme cuando tanta falta me hacían?»…

    A los continuos interrogantes de José, su tío Francisco se mostró indeciso y silencioso. Pero le dolía observar en los ojos de su sobrino el continuo e interrogante deseo de una explicación por parte suya.
    – Yo también, José he sufrido y sufro por la falta de caricias, de cierta persona y he pensado muchas veces en mi futuro y en el de los demás… – ¿No creas que para mí la vida es de color de rosas, muchos años he pensado abandonarlo todo y recorrer el camino más fácil? –Pero un día hice una promesa al Divino y tengo que cumplirla… – ¿También sé que las tentaciones son cada día más fuertes… y, además, quién podrá decir un día los recuerdos tenaces no me impulsen a buscarla con toda clase de abdicaciones y bajezas?…–Bueno no hagas caso de lo que he dicho. – ¿Cómo podría yo revelarme contra él Sumo Supremo?

    Hubo un largo silencio y al no encontrar las palabras apropiadas y temer que sus palabras no tuvieran el calor de la sinceridad terminó por bajar la cabeza y balbucir con voz sorda palabras inaudibles. Luego siguió añadiendo con un acento más triste todavía, repetidas excusas por la imposibilidad de darle una respuesta sincera. Después José indeciso ante la situación creada, decidió marcharse; pero su tío con el aire de protector que le caracterizaba, decidió romper su silencio y seguir dándole consejos sobre su trabajo como si nada hubiese pasado.
    –Querido sobrino, tú eres aun joven, y ahora que empiezas tu carrera puedes disponer de tiempo para dedicarte en buscar a tu madre y la persona más indicada es tu tía Inés. José acogió fríamente dichas insinuaciones; pero al fin quedó más tranquilo al preguntarse si verdaderamente su tío no conocía nada sobre sus padres.

    Su tío ante su continua preocupación volvió a cogerle del brazo y con una cortesía digna de su persona le invitó a ganar de nuevo los salones del palacio Episcopal con el fin de dar por terminada la conversación. Todas las salas del palacio parecían salones de museo, no quedaba un palmo de pared en donde no hubiese un adorno y, además, el comedor era majestuoso y por primera vez asistió a un envidioso banquete. Las paredes del comedor desaparecían debajo grandes tapices y cuadros representando, Vírgenes o Cristos moribundo alternando con “Venus desnudas”.
    – Como veras José, Venus ya no era solamente la diosa del amor: – La iglesia también sabe apreciar además de la belleza del alma, la de los cuerpos y Venus era un ejemplo al servir de símbolo a la belleza la razón y la dulzura del vivir. Para su tío todo esto era un verdadero orgullo y miraba a su sobrino como esperando una respuesta a tanta grandeza, pero de él, no recibió más que una restringida sonrisa. Pues estos objetos vistosos e incoherentes a José, al mismo tiempo que iba descubriéndolos sólo le despertaban el recuerdo de cuando los españoles marcharon hace siglos a América con la triste excusa de evangelizar los indios. Pero en realidad el sólo fin era expoliar y asesinar a millones de pobres indígenas. La “Leyenda Negra Española” es entre otras, la prueba que oscurece la verdadera belleza del alma.

    Entorno a la larga mesa del salón comedor del Episcopado, se fueron sentando más de quince invitados y el sencillo y disciplinado protocolo de la Iglesia se observó en todo momento. Para José la mayoría de los clérigos y prelados, allí sentados le inspiraban una indiferencia total, al ser figuras que pertenecen a otro mundo. Estos tristes personajes se envuelven en un mundo mitológico y cargados de una simple falsa poesía. Los sacrificios que dichos dogmas, son compensados por una existencia llena de otros privilegios, que la mayoría de las gentes carecerán el resto de su vida. Es ese mundo seguro de porvenir, que les proyecta sobre un mundo de luz misteriosa en que aparecen envueltos, en espera de esa pobre ilusión en la de un día y después de la muerte podrán entrar en ese inventado paraíso terrenal.

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  5. #15
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    Después de comer salieron a la calle dejando atrás el palacio Episcopal y al alejarse observaron como el choque frontal del Sol, creaba láminas brillantes de acero enrojeciendo sus grandes ventanales, mientras que la capital en ese momento vivía en un apretado y continuo movimiento. Millones de seres, se agitaban en sus calles y José pensó que en su existencia la mayoría gravita en infinidad de graves problemas con la exigencia del tiempo y el número de ellos. La gran mayoría de estas personas jamás las conoceremos, por eso no nos inspiran más que indiferencia. De modo que cuando los observamos, nos son indiferentes y no nos causan ni pena ni alegría; al convertirse en figuras que no pertenecen a nuestro mundo. Y sonreía con tristeza, al pensar que dentro de cincuenta años, la mayoría de nosotros seriamos suplantados por otros.

    Al día siguiente, su tío dejaría Madrid para incorporarse de nuevo a su trabajo en Roma y como había prometido le entregó unas cartas para unos señores de Madrid que le ayudarían y aconsejarían en su nueva situación. Una de las personas a quien estaba recomendado era el propio, Joaquín Ruiz-Giménez dirigente reconocido de Democracia Cristiana como también otra para López Rodó, máximo dirigente del todo poderoso Opus-Dei. Él último era Juan Pedrosa, director del departamento de asuntos sociales del Ministerio de Trabajo y de Asuntos Sociales. ¿Qué extraño todo este sacrificio por parte de su tío? Pero reconocía que todo lo que por él estaba haciendo era digno de la máxima gratitud

    Para José había llegado la hora de la verdad, así como el tiempo de cuando se entretenía en ver las cosas por la parte risueña y en la de hacer combinaciones fáciles. Con la ayuda de su tío el camino trazado parecía llano y pensó que se le abrirían voluntariamente unas puertas que sin su tío hubieran sido difíciles de abrir y reconocía que por el momento todo iba perfectamente bien. Pero tan metido estaba en sus pensamientos, que apenas escuchaba los consejos que le daba su tío, hasta al fin que tuvo que estrecharle el hombro para que volviera a escucharlo.

    La tarde era hija de las famosas canículas de Madrid, muy calurosa y, además, no corría una pizca de aire. Al llegar a la Plaza de España, se sentaron frente a las estatuas del Quijote y Sancho-Panza, donde una chiquillería quinceañera creaba un bullicio ensordecedor. Pero lo que más les extrañó fue que fueran las chicas las que más jaleo metieran.

    A las siete, cuando el sol se aleja hacia el poniente y sin apenas haber cambiado palabras siguieron como abobados el juego de los muchachos. Estos, uno detrás del otro iban colocándose en caballete sin llegar a tocar con las manos en el suelo, mientras los demás saltaban todos por encima para luego volverse ellos mismo a colocarse en la misma posición. Pero lo que menos le gustaba a su tío era ver que las chicas actuaban sin ningún pudor femenino. Dado que estos chiquillos en el fondo le habían ofendido en sus ideales y al no poder disimular su malestar no tardo en levantarse. Y ante este brusco gesto de su tío; José quedó sorprendido, pero no se atrevió a decir nada.
    –Me resulta difícil separarme de ti – pero debo regresar al Episcopado.
    –Sobrino me tendrás al corriente de todo lo que suceda y además de lo bueno como de lo malo.

    Después aparto sus manos de sus hombros y al mirarle vio que realmente estaba llorando. Ante tan confusa situación José quedó tan perplejo e intimidado que no supo que decir. Pero al verle de pie, la cabeza inclinada y con sus cabellos grises le pareció más viejo y le dio mucha pena.
    –Adiós– Adiós tío.
    – ¡Adiós José y qué el señor te ilumine!
    Después no dijo nada, pero asintió con la cabeza y pudo ver a su tío que al separase reprimía de nuevo sus lagrimas.







    CAPÌTULO VII
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  6. #16
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    CAPÌTULO VII


    Vivían muy cerca de la estación de Atocha y desde la ventana de su cocina-salón se veían a través del profundo terraplén los trenes cargados de viajeros que llegaban a la ciudad lo que les hacia recordar con frecuencia la distancia que les separaba de su pueblo. Por eso y cada vez que el sonido de la locomotora penetraba en el pequeño estudio les parecía que eran ellos que efectuaban el viaje.

    Por todo eso Teresa se las arregló para poder disponer de tres semanas de permiso que coincidían, además, con las fiestas patronales de Monte derramo que son el 15 de agosto en honor de nuestra Señora de la Asunción. Pero la fiesta que más cabe destacar es la de Vilar de Barrio en honor al principal producto de patata. Esta fiesta tiene lugar todos los años a principios de octubre y después de recogida la cosecha.

    Aquella tarde el cielo estaba gris y soplaba un viento húmedo y en su continua marcha él tren fue dejando atrás la gran ciudad con su irrespirable y brumoso aire en horizonte. Para después perder de vista también la sierra de Guadarrama y unas horas más tarde ante ellos se desplegaba los vastos horizontes de la meseta Castellana. Hasta que cuando eran ya casi las nueve de la noche entraban en la estación, donde una docena de taxistas esperaban en sus coches a los posibles clientes.

    Aunque en Madrid el concubinato se consideraba ya una moda, en Monte derramo las gentes seguían siendo indiferentes a las modas al haber dejado todavía las costumbres anteriores de la dictadura. Por eso todo lo habían organizado de antemano y por eso a la familia y la gente había que darles esa satisfacción de un simple noviazgo. Pero la realidad fue otra, dado que con los padres de Teresa las precauciones fueron innecesarias. Sus tíos de Madrid, sin que ellos lo supieran les habían puesto al corriente y pese a que los padres de Teresa aprobaban dicha unión para ellos las cosas no cambiaban en lo que se refiere a compartir la misma habitación. A José en esos momentos le pareció que sus aspiraciones a casarse y formar una familia le parecía poder ser satisfechas, pero a la vez no veía la necesidad de precipitarse.

    A sus abuelos no les dijo nada, porque temía y con razón que ellos no comprendieran que se juntara con una mujer. A los pobres como ellos hay que dejarles sus costumbres, respetarlos y no turbar sus escasas alegrías. A su tía Inés si le diría la verdad, pues ella estaba convencida de la rectitud y honestidad de su conducta. Pero su sorpresa fue al entrar en el bar de los padres de Teresa y al recibir los primeros sinceros abrazos de sus padres cuando comprendió al instante que el señor Gamuxo estaba al corriente de todo. Después, su esposa Matilde y Teresa salieron de la cocina y colocaron sobre la mesa con cierta solemnidad una suculenta cena.

    Pero reconoce que pese a las continuas miradas maliciosas de los padres de Teresa, reconoce que por haber pasado el día sin probar bocado, los dos comieron con buen apetito. – ¿José, tú quieres decirme algo y no te atreves? – dijo Antonio Gamuxo en dialecto de la región.
    –Así es, señor Antonio. Pero al igual que todos los tímidos que dudan o vacilan antes de lanzarse José ya una vez tranquilo con seguridad y rudeza le respondió: – Sí, tengo que decirle algo que además es muy importante. –Les hemos engañado y no sabíamos cómo decirles que su hija y yo vivimos en concubinato.
    – ¿Cómo dices que se llama esa chorrada moderna de vivir juntos?
    – ¿Por qué se burla de nosotros, cuando sabemos que usted nos quiere tanto?
    – ¡Burlarme! Exclamo Gamuxo con cierta tristeza. –Por lo contrario nosotros conocemos desde hace tiempo vuestra situación. – ¿cómo dices que se llama? – ¡Bueno es una broma!
    –Pero en una palabra que os acostáis juntos y nada más. –Pero entérate de una vez, tú eres hasta que no te cases para los del pueblo el pretendiente de Teresa. – ¿Os imagináis que todos los del pueblo lo supiera, sería el cachondeo padre y todo porque estos analfabetos pueblerinos son unos ignorantes y unos cotillas?...

    Su carácter acostumbrado a la sonrisa obligada de los clientes le hacía siempre simpático, erizado de malicias que en él se manifestaban en mil punzadas y a veces en bromas nada ligeras. Por eso a José, estas últimas afirmaciones le hicieron reír como algo inesperado y gracioso, al estar convencido de la sinceridad de sus palabras. Después se despidió de los padres de Teresa con fuertes abrazos y apretones de manos, pero su madre al no parecerla bastante sus besuqueos, termino por llamarle - hijo de mi corazón”. Pero fue después ya una vez solos que José puso el gesto triste, al comprender que esa noche dormirían cada una con su familia.
    –No puede ser, José de otra manera. – ¿No comprendes que no estamos casados y no puede continuar esto así? – ¿O cambiamos que es lo que más nos convendría o de lo contrario cada uno a su casa? – ¿No es verdad cariño?

    José acogió estas palabras con un cierto estilo, al comprender que contra lo imposible nada pueden los hombres. Esta noche por lo menos, cada uno con los suyos, pues esto terminara arreglándose. Mientras hablaba su pensamiento vagaba hacia sus antiguos amigos del fútbol y le preocupaba la situación en la que les había dejado antes de irse a Madrid. Pero al mirar de un lado a otro del bar, no encontró como otras veces esa juventud dinámica e inquieta que llenaba el local y tras una breve vacilación de hombre humano e inquieto llamo a su futuro suegro con el fin de una clara información.

    – ¿Señor Antonio? –volvió a preguntar José, al continuar mirando con extrañeza él vació en que se hallaba el establecimiento. Antonio Gamuxo movió la cabeza y pregunto con cierta sorpresa si él no estaba al corriente de la situación. Los pocos clientes así como Teresa y su madre ante su insistente pregunta quedaron en silencio con el fin de aprovechar el ambiente tranquilo y así las palabras sonaran más agudas. Pero su voz sonó triste y con el gesto de hombre dolorido bajando la cabeza dijo: –Te acuerdas de aquellos tiempos cuando llegamos a ser campeones de tercera regional pues todo se fue al carajo y ya no queda nada. –Juan Sánchez murió de esa enfermedad que llaman el sida, así como Vicente el hijo de la señora Ramona y su hermana Elena, están en el hospital de Santiago de Compostela. –También el pobre de Jacinto, el hijo del boticario, si ese que jugaba de delantero; que además creo que no durara mucho y todo pese a que sus padres le llevaron a las mejores clínicas de España. –También Venancio el que quería ser cura y que no salía de la Iglesia; que tú bien conoces, también murió de esa mortal enfermedad y no hablemos de los demás que casi todos están tocados por la droga. – Bueno todos moriremos de una manera o de otra; unos en futuras guerras, en las irreparables enfermedades, en los accidentes y otros buscándoselo ellos mismo. –Pero la verdad es que yo no sé si hay en realidad una regla fija y si para esta enfermedad existen posibilidades de evitarla.

    La noticia que venía de darle de sus amigos, fue para José un golpe terrible y precisamente en el momento en que él se hallaba en la más feliz situación de espíritu que un joven puede tener. Salió del establecimiento cuando ya eran las diez de la noche y sobre el recio pavimento de la plaza, llovía sin cesar. Pero no obstante, la plaza de Monte derramo tan bulliciosa otras veces, hoy los sopórtales se hallaban despoblados y tristes. Aun le parecía ver los jóvenes formando corros alrededor de los sopórtales a la vez que con su griterío ensordecedor daban vida a la plaza, pero eran otros tiempos. Se acordaba también de aquellos días cuando las mozas en grupos paseaban y los mozos lanzaban frases amorosas y ellas valiéndose de los chiquillos les entregaban doblados papeles escritos donde se les recordaba la cita como siempre en la alameda del río.

    Cuando José llamó a la puerta, su abuela le abrió llena de emoción y como él siempre recordaba. A ella su nieto le pareció como una especie de dios y siempre lo recibía con esa cariñosa sonrisa de siempre. Pero esa noche José tardó algo en responder a sus dulces palabras de ese ser que él tanto quería y que siempre le cuido como una madre.
    – ¡Ven hijo y siéntate aquí conmigo para que pueda verte de cerca, ya que sabes que cada día pierdo más la vista! Le dijo con dulzura su abuela.

    Él se acercó, se sentó a su lado y colocando su cabeza en sus rodillas, le acaricio largamente y mientras afuera débil las últimas gotas de lluvia ya sonaban más débiles. A su abuelo no le despertaron pues según su abuela los años no le perdonaban y no cabe la menor duda que el tiempo como para todos era su peor enemigo.

    Al día siguiente se levantó tarde y lo primero que hizo fue buscar a su abuelo y que lo encontró como siempre sentado en la mesa que se hallaba bajo de parral. El abuelo trenzaba con maestría un cesto de mimbre, pero al verlo se levantó con cierta vivacidad para besarlo a la vez que le dijo:
    – ¡Hijo mío, que satisfacción nos diste el día que nos anunciaste el fin de tu carrera! Había en su mirar tanta bondad e interés, que José no pudo por menos de felicitarse interiormente de la suerte de tener unos abuelos tan buenos. Su abuelo vivía una existencia ruda y su única satisfacción personal era la pesca tradicional a la caña. La verdad es que en el arte de lanzar la línea era un maestro y José se sentía orgulloso de él. No-sólo porque fuera su abuelo, si no porque él era el mejor y su habitual tenacidad había llegado a apasionarle. Para su abuelo era un arte, el saber enviar lo más lejos posible el cebo y esa mañana aunque amaneció lluviosa, el abuelo le propuso ir a pescar porque para él era un placer ver como su nieto había superado su destreza en esta modalidad de lanzar lo más lejos la línea.

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    Como un niño con zapatos nuevos, el abuelo mientras él desayunaba preparó con el cariño de siempre los enseres de la pesca. Al despedirse, su abuela les pidió que sobre todo se acercaran a la Iglesia Monasterial de Santa María a la que su abuela por su torpeza al andar hacia tiempo que no entraba. En esta Iglesia fue donde su tío Francisco pasó sus primeros años de su carrera eclesiástica. Esta monumental Iglesia se halla muy cerca de la Ribeira Sacra, y entre los numerosos edificios que la jalonan, está el conjunto de la Iglesia parroquial y el monasterio de Santa María de Monte derramo. Todos ellos presidiendo la gran plaza que destacan sobre el extenso altiplano de suaves horizontes, ofreciendo un aspecto exterior pulcro, sobrio y de líneas depuradas.

    Es verdad que para su abuelo por su torpe al andar fue una verdadera osadía, pero estaba tan contento de ir con su nieto a la pesca que no demostró en ningún momento síntomas de fatiga. El paisaje es sin la menor duda de una gran belleza, pues se trata de un área bien definida, no sólo por la altitud sino también por su orografía. Las tres cuartas partes del terreno forestal se concentra mayoritariamente en la mitad meridional más agreste, en cuyas cimas aparecen grandes extensiones de matorral y es donde por los materiales aluviales de las márgenes del río Mao y afluentes, que se concentra la escasa superficie cultivada y los pastos.

    Su abuelo muy devoto de la santa, al llegar a la puerta, sin esperarlo ni descansar se quitó la boina y se precipitó en el interior de la Iglesia. La fachada de la Iglesia, plana y sin torres, posee una concepción arquitectónica sencilla y equilibrada y precedida por un pequeño ario. El cuerpo central está franqueado por pares de pilastras estriadas, encima de las cuales sé allá el arco y sobre el tímpano de la fachada, una hornacina entre dos pares de pilastras alberga la imagen de la Santa María. Al penetrar en el interior, se perfilan los tramos de las tres naves que están determinados por pilares monumentales que ostentan pilastras estriadas. Por encima de él corre una cornisa que le sirve de arranque a la bóveda central y además las naves laterales están formadas por tramos cuadrados con bóvedas de crucería.

    José quedó sólo y hasta sus oídos llegó el sonido arrullador de unos palomos que se escondían en los arcos cortando las largas pausas de silencio. Hasta que los repiqueteos de una campanilla, hicieron a las gentes que se arrodillaran o se pusieran de pie. El interior de la Iglesia estaba casi lleno, pero José al poco tiempo de penetrar en el templo experimentó cierta necesidad de respirar el aire del exterior. Poco después comenzaron a desfilar los hombres y detrás las fieles mujeres vestidas de negro, que con una inclinación de cabeza le saludaban como si le conocieran de siempre, para después murmurar entre ellas los pormenores de su persona. Aún quedaban gentes dentro y entre ellos su abuelo que salió acompañado del sacristán y que el bien conocía.

    El sacristán, vivía permanentemente en las viviendas reservadas a sus servidores. Y el recuerdo de su tío, volvió a José cuando observó que el sacristán al hablar con su abuelo no dejaba de mirarlo, a lo que José no pudo menos de preguntarle.
    – ¿Por favor, Usted conoció a mi tío Francisco? El sacristán quedó pensativo al escuchar su pregunta que él creyó indiscreta, pero no tardó en acoger esta demanda con una sonrisa bondadosa y tras un gesto expresivo el sacristán ayudó a su memoria y respondió que sí. Después agito sus manos al mismo tiempo que elevaba los ojos al campanario de la Iglesia, para decir: –Yo no sé bien con certeza, porque de esto hace ya más de veinte años, pero si puedo decirte que tu tío fue un santo. Y lo que si bien recuerdo, es lamentar a tu tío el embarazo de tu madre y eso sí que fue una pena…
    El sacristán quedó de nuevo pensativo como intentando coordinar sus recuerdos sobre estos años que le llegaban difusos a su memoria, pero al fin volvió a decir. –Realmente tu madre, era una muñeca blanca e ingenua que podía gustar a los hombres… –Pero tu tío, al juzgar por su propia sensibilidad, no pudo comprender que tu madre inspirara pasiones hasta el extremo de quedar embarazada. Y la verdad fue que todos creímos, que un joven Portugués no-mal parecido la hechizó hasta tal punto de crear el drama.

    Las duras declaraciones del sacristán y el al no querer entrar en detalles le dio mucha pena dado que él no le había dado ninguna solución a sus constantes preguntas. Por lo que determino dejar la conversación y pedirle a su abuelo, que no articulaba palabra seguir su marcha hacia él rió.

    El sacristán permaneció bajo las arcadas, viendo cómo José y el abuelo se alejaban afligidos y confusos por sus últimas palabras. Mientras iban llegando a toda prisa nuevos grupos de feligreses precipitados por el último toque de las campanas, anunciando la próxima misa. El paisaje que enmarca el edificio es magnífico y ofrece a los visitantes desde su plaza uno de los mayores alicientes de la comarca. Como es entre otras la vista panorámica del río Mao, en su ambiente natural todavía bien conservado.

    Nunca había hablado de su madre a su abuelo; pero al verlo tan afligido y triste por las palabras del sacristán, intento hablar de la pesca como la salida más fácil a tan delicada situación. Su abuelo como el bien decía conocía bien su río y a pesar de que el cielo amaneció nublado él estaba convencido que «iban a hacer buenas presas». Luego cuando José parecía inquieto contemplando el cielo amenazador, su abuelo que permanecía observando la corriente del río y las posibilidades de donde colocar las cañas le dijo que con un cielo oscuro los peces se acercaban más a la superficie.

    Obligado a la inercia de la pesca y pese a que su abuelo parecía no fatigarse y feliz como un niño esperando la codiciada pieza. José incapaz de olvidar las insinuaciones del sacristán no pudo por menos volver a preguntar a su abuelo, si su tío Francisco era hijo de un hermano de él o por lo contrario de un hermano de la abuela. Su abuelo en bebido en sus quehaceres y no espera su pregunta después de una larga reflexión con voz torpe le dijo: – “Hijo, tu abuela Matilde, no tuvo hermanos pero según dice el padre Francisco es hijo de un pariente lejano de ella”. Después guardo silencio cómo si no pensara, o no deseara seguir hablando de algo que le apenaba. Luego se fue tranquilizado ante la esperanza, que en cualquier momento su hija iba a presentarse para llenarle de nuevo la alegría de su casa. Para José, la respuesta de su abuelo seguía siendo confusa y ante esta abrumadora tristeza que su madre le seguía causando. Pensó que iría a buscarla mismo hasta el fin del mundo si hiciera falta.

    ¡Plácido día aquel, que ya no volvería arrepentirse para su abuelo!… La Verdad es que sus abuelos no llegaron al verano siguiente, como tampoco volvieron a ver a su hija Margarita. Y si además, añadimos los años que no perdonan y como también la enfermedad de la vejez que fue la que acabó con sus días. No obstante, reconoce que el noviazgo de José y Teresa, hizo muy felices a sus abuelos y sonreían halagados de los elogios que él hacía de su prometida.

    A mediodía. José, dejo a sus abuelos en su siesta cotidiana y se dirigió por las estrechas callejuelas de Monte derramo hacia la plaza Mayor y a su llegada encontró a Teresa a la puerta del bar conversando con una antigua amiga. Mientras en el interior ese día un nutrido grupo de clientes veía la televisión y con griterío ensordecedor se lamentaban de la derrota del Club Deportivo de la Coruña. Él equipó favorito de todos los gallegos.

    José se unió a las dos mujeres, y mientras hablaba vio salir del bar a su tío que de mal humor por la pérdida de su equipo preferido de fútbol y su exceso de alcohol no llego a percibirle. Pero no le dijo nada, pues su tío era un caso perdido y era con la vívida y el fútbol que olvidaba sus problemas. Pero reconoce que su tía Inés le seguía queriendo a su manera; cosas más raras se ven todos los días.

    Todas las tardes José comía en el bar de los padres de Teresa, y terminó siendo como una obligación si quería ver contenta a la señora Matilde, pero en las veladas en la terraza del bar terminaban por parte de ella siempre con la misma pregunta. – ¿Cuándo os casáis? … ¿Por qué cada día alargáis más la fecha? – ¿Ya no es para todos los santos pero esperamos que será para Navidad y luego un día nos diréis que es para la Pascua? José sentía rabia y disgusto por esas repetitivas palabras; pero en cierto modo, sus padres llevaban razón. Era la verdad, pero tenían que comprenderle, que él no-tenía nada y sus abuelos no podían ayudarles. El padre de Teresa, que parecía medio dormido, al oír hablar de dinero; abrió sus grandes ojos, para decir: – ¿Perdona que es lo que has dicho? – Hijos no hablen más.
    – ¿Cuánto dinero necesitas?

    El señor Gamuxo insistió todavía de modo parecido, una y más veces; pero José no se dejó convencer. Estaba ya harto del deseo continuo por parte de la familia de Teresa, de la necesidad de casarse y formar una familia. Y él por lo contrario estaba firmemente decidido a no dejarse seducir ni por razones “del qué dirán” ni por el dinero. Lo haría, pero no antes de que su situación económica lo permitiera, les guste o no les guste y pese a que esos días tuvieran que dormir separados.

    Aquella noche durmió mal y paso la mañana nerviosa pensando en la precipitada necesidad que los padres de Teresa tenían por casarles por la Iglesia. A la vez por la obsesión continua de su tía, de no quererle desvelar el paradero de su madre. Su imaginación, unas veces pintaba de colores vivos y otras no las dificultades en que su tía colocaba a su madre. Pero la angustia ante su misterio, le hacía sospechar de antemano que no sería nada fácil encontrarla y esa tarde después de una mañana de pesca poco fructuosa decidió de nuevo visitar a su tía Inés.

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    La encontró como siempre, cosiendo a máquina junto al ventanal que domina la Plaza Mayor.
    – ¡Tía, me he comprometido!… Era curioso, pero José adivina que su tía no estaba al corriente, pues de pronto arrugó todo el rostro con una mezcla de contrariedad y alegría. – ¿Y con quién?
    –Con la hija de Antonio Gamuxo.
    – ¿El del bar restaurante de la plaza?
    José quiso añadir algún otro detalle, pero no tuvo tiempo ya que su tía paró la máquina, soltó la silla y lo abrazo diciéndole que era una buena elección para después preguntarle: – ¿Y cuándo os casáis?
    –Tía, nos casaremos en cuanto tengamos bastante para comprar una adecuada vivienda.
    –No sabes José, lo que me alegro de verte y pensaba cuando vendrías a verme, al ver que varias veces pasabas por la plaza sin subir.
    –Tía, necesito hablar con usted de mi madre, pero esta vez no como antes. Mis estudios están terminados, tengo trabajo me voy a casar pero sigo viviendo atormentado y es usted la sola que al parecer puede decirme la verdad. –Tía, por favor, todos los días, no dejo de pensar en mi madre. – Yo tía, a ella la perdono, porque ella no fue mala y alguien la engaño miserablemente hasta hacer de ella un ser repleto por dentro de demonios y, la verdad, es que nadie fue capaz de sacarla de su terrible tristeza.
    – El tío Francisco me decía últimamente, que ella debería de haberle escuchado, cuando él decía: –«Que el camino de las cosas buenas, estaban llenas de luz y el camino de las cosas malas solo conducía a la más completa oscuridad».
    – Pero yo la pregunto: – ¿Usted cree que el tío Francisco no pudo ayudarla más de lo que hizo? –Yo siempre he pensado que eso de quitarse de encima los problemas con facilidad, no es humano y con mi madre así fue. –Por eso yo le pido que me diga. – ¿De quién fue la culpa y la verdadera responsabilidad de cada uno de ustedes? – ¿A menos que en definitiva la culpa la tuvo esta sociedad tan fea en que vivimos o por lo contrario, fue de ella sola?... – ¿Espero que usted tía me dé una respuesta de una vez para siempre?

    –José hijo mío, tus abuelos no comprendieron nunca por qué Dios les castigó tanto al darles una hija de ese modo, cuando en su familia, desde siempre y hasta ahora toda su gente vivió con el temor de Dios. –Todos fueron obedientes y nadie se rebeló en contra de las tradiciones medievales de esta tierra. –Ella se fue sin saber el dolor que nos causaba, a tus abuelos, a mí y así como a tío Francisco que vivió y vivirá el resto de su vida con la máxima tristeza, pues desde entonces no ha vuelto a ser el mismo. Mira hijo, yo no tuve suerte con mi marido pero yo vivo mi pena en el silencio y sin que se me pase por la cabeza abandonar mi familia.

    Su tía Inés, después de mencionar a su marido, guardo silencio como si temiera una respuesta agresiva de él, que en el comedor mal iluminado soplaba tumbado en un tresillo no muy lejos de la televisión que seguía marchando sin voz apenas. José, no dijo nada a su tía pese a que notó que la respiración forzada de su tío era algo extraña, como si estuviera entre sueños o más bien como si fingiera los ruidos que produce el sueño. No obstante, su tía al creerle dormido decidió contarle los pormenores del pasado de su madre.

    –Hijo aunque tenga fama de cotilla, te diré que nunca quise contar a nadie su pasado y todo porque prometí a tu madre de no contarte nada hasta que acabases tu carrera. Ese recuerdo de nuevo té a seguro que me trae la pena muy grande y cuando yo ya creía haberla borrado de mi mente bienes tú recordármelo. No obstante, sobrino are un esfuerzo intentaré contártelo tal y como fue.

    –Tu madre era muy bonita y su belleza llamaba la atención así como su rebosada salud y simpatía. Y para mi todo comenzó cuando una mañana la encontré cuando salía de la Iglesia de Santa María, muy apesadumbrada y al verla luego llorar con honda pena me recargue en un pilar de los sopórtales de la plaza se abrazó para decirme: –¿hermana porque no me ha tragado la tierra? – ¿Qué vine yo hacer a este mundo? –Hermana ya nadie me hará caso y yo seré un estorbo en todas partes, para siempre y en todas partes. Después ya más tranquila, me contó que había estado en la parroquia de Santa María, donde hizo confesión general con tu tío Francisco y que éste a pesar de sus ruegos le había negado la absolución.
    – ¿Qué te pasa hermana?
    –Bueno, te diré la verdad pues es imposible guardarla más tiempo…
    « ¡Hermana, estoy embarazada!».
    – ¿Y de quien?
    –Perdona no puedo decírtelo.
    – ¿Te das cuenta de lo que has hecho? –Ese hombre de quien no quieres mencionar su nombre ha destruido tu vida y tú se lo has consentido.
    – ¿Qué se puede esperar ya de ti?
    – ¿Inés qué has hecho de tu pureza?
    –Quiero convencerme que eres buena y eres mi hermana, pero no basta con ser buena ya que el pecado ha acabado contigo.
    – No obstante José, tu madre después supe que tuvo la absolución de tu tío como si con este gesto de piedad, él buscara en su sombra la defensa de sus creencias.

    ¿Cómo no iba a pensar que lo que su tía le contaba, fuese más que la pura verdad? –Pero tía, ya no puedo más y pese a todo lo que usted me dice tengo que seguir buscándola ya que no, no puedo olvidarla. –Tía sepa que sus recuerdos siguen siendo cada vez más profundo y mismo si hace mucho tiempo que no la veo yo sigo recordado como hoy a aquellos años cuando de niño yo dormía abrazado a ella. Si tía ella siempre me mecía y yo siento todavía la palpitación de su corazón y sus suspiros… –Y le aseguro que pese al mucho tiempo transcurrido sigo sintiendo una pena inmensa y todo porque yo sé que mi madre fue buena. – ¿Verdad tía?
    – ¡José! -Más no puedo contarte; pero te diré que yo también te cuide cuando tu madre se fue. –Si José yo también te tuve en mis brazos y te ayude cuando crecías. –Por eso hijo, déjame abrazarte y consolarte a pesar de mi propia amargura.

    Después de un ligero silencio de su tía; una voz fuerte y gangosa, se oyó detrás del sillón que se hallaba al fondo del salón. Era un grito de un hombre cargado de alcohol: –« ¿Inés porque mientes?». Y de pronto sin apenas poderse sujetar, se levantó su tío y se dirigió a ellos con paso inseguro. – ¿Ya está bien, Inés? – ¿No, no lo entiendo, el pobre se siente desolado y tu una vez más no quieres decirle la verdad? –No, carallo la cona, no, no quiero. – ¡Ya bastante calle y quiero que le digas la verdad!
    –Inés, te estoy oyendo y da gusto la letanía llena de mansedad que bienes usando y no puedo callar más al saber que lleváis la misma sangre.


    –Bueno, tu tía, no cuenta que también ella anduvo enamorada de un portugués que gastaba un carallo descomunal que se hizo famoso en todo el contorno y del que él sentía orgulloso como el cura de Santa María del que ya saldrá su historia cuando llegue su día. –Los hombres no somos ninguno como manda Dios y, además, no tenemos que andar con disimulos, ni con hipocresías religiosas y tú sabes bien que hasta los curas se les engorda el carallo. – ¿Además, qué culpa tienen los curas, si a ellas no les dejan en paz? –Y te diré también que para mí todas las mujeres son iguales, pues cuando se les humedece la cona no respetan a nadie.

    – De tu madre dicen que si fue un portugués, pero yo no lo creo, tu madre era muy creyente y en esa época no salía de la parroquia de Santa María. Los curas no pueden tener hijos para escapar del pecado, pero no pueden evitar que cuando están confesando a las mujeres, se comience a observar raros movimientos por debajo la sotana. – Tu tía Inés también tuvo un novio militar, que según ella hizo carrera en él ejercito; pero la verdad es que no llego más que a cabo, al perder su vida en una escaramuza con los moros en Sidi-ifni y todavía lo llora.
    –Mira Inés, deja de mentir que a veces pienso que no estás bien de la cabeza y, dale a tu sobrino esa maleta de cartas que guardas en el armario y no se hable más de este asunto.

    Al guardar silencio su tío, él al igual que su tía al quedar sin saliva en la garganta e incapaces de gesticular palabra, pero esto no impidió que ella tras una corta pausa le dijera.
    – ¿Por qué no te vas a la mierda, te escupes en la cara y vuelves cuando se te halla pasado la borrachera?
    – ¿Qué dices?
    – ¿Borracho yo, tu-ru-ru?…
    – ¡Y, además, debes saber que a mí se me pasa mañana y a ti la mala leche no te las quitas nunca!

    – ¿Sobrino, no crees que yo también tuve mala suerte con este hombre?
    –Y sabes sobrino tu tío, me trae más alcohol cada día que pasa, pero en fin.
    – ¿qué puedo yo hacer?

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    El sentimiento que le inspiró a José su tío en ese momento, era algo especial, desconocido e incomprensible; pues para él no había habido jamás un roce sentimental, debido al comportamiento extraño con su familia. Además, en aquel momento le hizo recordar que a su tío siempre le embargo el deseo de ser diferente de los demás y pese a la indiferencia y poco trato que siempre existió entre ambos, para él su tío no fue más que un hombre vacío y egoísta.

    A continuación, José se sentó frente a su tía y cruzando sus brazos, la miró con ojos de gran inquietud y la dijo. –Naturalmente, me preguntará usted por qué quería verla con tanta insistencia.-Pues porque ahora después de lo ocurrido, comprenderá que ha llegado el momento de entregarme esas cartas que hacía alusión su marido y me explique de una vez para siempre los pormenores de todo lo que sucedió a mi madre.

    José siguió mirándola detenidamente en espera de una respuesta, cuando observo como ella lo miraba a la vez con lágrimas en los ojos, boca arqueada y los dedos temblorosos hasta que con voz firme le dijo.
    – ¿Hijo, no me gusta tus modales?… Pero al ver que su sobrino cambiaba de expresión y pese a sus ojos húmedos y sombríos continuo hablando con voz pausada.
    – Sobrino, hay momentos que no se olvidan y es verdad José que llevo recibiendo las cartas de tu madre desde hace más de dieciocho años, pero no vayas a creer que soy yo sola la responsable de todo esto.
    –Pues debes saber que tus abuelos y mismo tu tío Francisco me pidieron hace tiempo que no te dijera nada hasta que terminases tu carrera. – ¿José, no estarás enfadado conmigo?
    –Naturalmente que no, usted fue siempre como una madre y no puedo por menos de agradecerla de todo corazón ese sentimiento que siempre tuvo por mí.
    – ¡Tanto mejor! Se dijo Inés, respirando fuertemente hasta hacerse mal.
    – ¿No crees sobrino que es una locura lo que piensas hacer? – Tu madre nunca puso remite en sus cartas y solo en él canceló de los sobres se puede saber el país y la ciudad.
    –Tía nadie le pide que se torture con sus recuerdos –dijo José entre dientes.

    Poco a poco él corazón de Inés se fue calmando. Debía pensar como podía cambiar en esperanza las penas de su sobrino, sin hacerle sufrir.
    –José, hace unos años me hubiese creído incapaz de explicarte nada, pero ha llegado el día que tú tanto esperabas.
    – ¡Sí, sí! Y usted sabe bien que ha llegado ese día. –No obstante no hay pecado más dulce que el derroche de amor que siempre me dedicó.

    José escuchaba a su tía mientras destapaba una caja de cartón donde aparecían más de cien sobres abiertos con delicadeza y reconoce que al verlos se emocionó con aquel descubrimiento que tanto significaba para él. Le latía el corazón y nunca recuerda haber sentido un momento tan intenso.
    – ¡Siéntate aquí, José! Oye y presta atención a lo que te voy a decir sobre esa locura que quieres emprender. –Tu madre dejó, de escribir hace ya más de tres años y hasta la fecha no sé nada de ella.
    –Tía no se preocupe por eso... –La encontraré, pues como usted sabe no hay nada fácil en esta vida, pero seré perseverante una y otra vez hasta encontrarla. Mi madre no murió, luego entonces la encontraré. – ¿Pobre de ella se ha tenido que sentir abandonada por todos? Al oír de nuevo gemir a su tía, José calló y quedo triste al ver como aquellos ojos grises y humedecidos, parecían adivinar que su sobrino estaba decidido a llevar a cabo su acción.

    Después y como si hubiese retrocedido en el tiempo su tía le siguió contando: –Tu madre no pudo soportar los rumores que de ella corrían por el pueblo y pese a que yo creía que me había escuchado. –No pudo soportarlo. –Yo los oía, eran voces escondidas de la gente, pero voces claras como si lo hicieran aposta. –Si José murmullos que cada vez zumbaban más fuerte a mis oídos. –Ya ves como cambian las cosas, eran tiempos de la dictadura, hoy se drogan y mueren del SIDA, y todo es normal mismo esas comadres que despellejaron un día a tu madre, hoy les va castigando el Señor al ir muriendo uno tras otro sus hijos de esos venenos mortales.
    –Yo sabía que tu madre, se había apuntado en la capital para irse al extranjero. – ¿La ilusión? Eso cuesta caro y a ella le costó lo que más quería en esta vida y termino pagando con creces esa deuda que la sociedad intransigente y totalitaria le exigía...– «Al separarla de su hijo para siempre». – ¿Cómo me iba yo a pensar que aquello fuera verdad?
    –Pero conforme avanzaban los días, comprendí que la decisión de tu madre estaba ya tomada.

    Esa noche volvió a sentirse mal al sucederse los sueños, por qué ese recordar intenso de tantas y tantas cosas. ¿Qué larga fue la noche? Las cartas que su tía le había entregado le tenían inquieto, pero pensó que una vez en Madrid y con la ayuda de Teresa, lograrían conocer las andadas de su madre por Europa. Pero tuvo que esperar a que las luces del día penetraran por las rendijas de su ventana, para por fin levantarse y sin despertar a sus abuelos para calmarse decidió con su caña buscar del río el emplazamiento más oportuno.

    Había llegado el día de la fiesta, y para ellos quedó presente la necesidad de ayudar a los padres de Teresa en el bar en esos días tan señalados. En realidad José, disfrutaba al verla moverse con esa alegría que la caracterizaba; pese a no poder disimular sus continuos celos a lo largo del día. Naturalmente, él no dejaba evidenciar estos sentimientos, porque no quería mortificarla. Aunque de vez en cuando se le escapaba algún gesto de fastidio y aquella noche Teresa al apreciar su tensa situación le expresó el deseo de dormir juntos en su cuarto. Pero con el pretexto de que sus padres se darían cuenta de su presencia, cuando saliera por la mañana, le hizo desistir.

    No obstante, no quiso aguarla la fiesta con sus sentimientos y, termino por convencerla para que en Madrid tuviera tiempo para satisfacer sus pasiones y abordar el problema de su madre.
    Por lo demás, él seguía conservando intactas sus ideas de casarse y aunque no sería rápido terminarían como quería su familia con una boda por la Iglesia






    CAPÌTULO VIII
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    Predeterminado Hijos del celibato viii

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    CAPÌTULO VIII


    Conforme el tren se iba alejando del centro de la ciudad. Sus casas viejas y alineadas en calles estrechas, daban paso a edificios de estilo moderno testimoniando del fabuloso desarrollo económico que últimamente experimentaba el país. Después la ciudad continuaba con otras calles más anchas y modernas que confluían después en plazas bien ajardinadas. Después cerró la noche y al amanecer una vez atravesada la meseta castellana el tren finalizó su trayecto en la capital. Luego al salir al exterior de la estación, José volvió admirar el espectáculo callejero que ofrecía la Plaza de Atocha con esa variedad de sus gentes continuamente renovadas.

    Al día siguiente de su llegada a Madrid. Leyó la correspondencia y arrastrado por el entusiasmo de sus ilusiones rasgó los sobres sin ningún cuidado. Sus ojos brillaron de admiración ante la noticia que acababa de recibir; era la confirmación de su primer trabajo que seria, ni más ni menos que en las oficinas del Ministerio de Trabajo y de Asuntos Sociales. Sin embargo, reconocía que su nuevo empleo no mejoraba el estado de ánimo y todo debido a que seguía incapaz de dar solución al delicado problema que le causaba la ausencia de su madre.

    La oficina que le designaron, daba a la calle y se hallaba en el último piso del Ministerio. Al hacerse cargo de su nuevo empleo, al primero que le presentaron fue el responsable del departamento que era un andaluz vigoroso y de aspecto marcial que llevaba prestando servicio en el departamento más de veinte años. Había sido alférez provisional en él ejército durante la guerra y esperaba jubilarse el próximo año. José al principio, creyó ser contemplado con una curiosidad no exenta de recelo, ya que todos sabían que era abogado y a la vez que el propio ministro se interesaba por su persona. Pero no obstante, él estaba convencido que pese a todo encontraría grandes dificultades a lo largo de su carrera. La situación que hallo en el departamento, confirmaba su convicción de que todos los hombres sin excepción padecemos el mismo instinto animal y todo a causa del castigo impuesto por el "Creador del Cielo y de la Tierra". Cuando en el paraíso terrenal desobedecieron la ley y comieron esa manzana prohibida... Por eso reconocía que todos éramos dignos de la mayor lastima y reconocía que ante tal situación sintió cierta inquietud e incertidumbre a lo desconocido.

    Madrid iba cambiando de aspecto con la llegada de las Navidades y esta les causaba una gran alegría al ver que las cosas, no podía ir mejor. Por eso la decisión de sentar la fecha de la boda se imponía ya como una necesidad. Seria en la próxima primavera, ya que contaban con el crédito acordado por el Ministerio que les permitiría adquirir una vivienda subvencionada y no lejos de la Plaza de Embajadores.

    A pesar de la felicidad y la alegría que reinaba en ese día navideño de 1986, José no podía remediar que le llegara cada vez con más fuerza el recuerdo de su madre. No llegaba resignarse y por las noches con la ayuda de Teresa releían detenidamente las cartas que su madre la había enviado periódicamente a su tía Inés. Y aunque los sobres carecían de remite, José estaba seguro poder situarla gracias a los índices dados por los matasellos. Al parecer su madre pasó más de tres años en Suiza, el primer año en Wil importante centro ferroviario, situado en el Cantón de Sankt Gallen y también en Winterthur importante ciudad industrial cerca de Zùrich que es a la vez capital del mismo Cantón. Otras estaban selladas en Ginebra, la otra ciudad más importante de Suiza y así como París durante un tiempo para después el mismo Madrid.

    Para la pareja las cosas no podían ir mejor, por eso a fínales del mes de febrero salieron temprano por aquel Madrid tan bullicioso a comprar varias cosillas y a la vez visitar el piso que les había concedido el Ministerio. Los sábados por la mañana, los encantos de Madrid se multiplican al crecer la animación y el regocijo. No obstante, para José tal bullicio terminaba por aturdirle así como también le mareaba ese continuo movimiento de la gente.

    Al llegar frente a un edificio de ladrillos rojos y de construcción reciente comprendieron que se trataba del número que les habían indicado. Y fue n joven con mono de trabajador y aspecto de norte-Africano el que les atendió y termino por acompañarles en el ascensor. Después Teresa apretó el botón, y al comenzar a subir reía como una niña haciéndole creer que nunca había sido miedoso y mucho menos de los ascensores. Después al salir del ascensor, sobre un rellano con una claridad deslumbrante se hallaban cuatro bonitas puertas de madera clara con los agarraderos de cobre brillante y donde el morito abrió una de ellas para luego con un revuelto lenguaje invitarles por un estrecho pasillo visitar el piso. El corredor estaba desnudo como el resto de la casa y nos pareció que el apartamento no debía de ser pequeño, al contabilizar no menos de cuatro dormitorios y además funcionaba la calefacción lo que aumentaba el olor de pintura y barnices.

    Al entrar en el comedor Teresa, como una niña saltaba de alegría, porque a través de una amplia vidriera que ocupaba toda la pared, el sol invernal entraba caprichoso y cegador. Desde el amplio ventanal se divisaba Carabanchel bajo y parte del alto, así como la ermita de San Isidro labrador y el río Manzanares con su monumental campo de fútbol. Teresa sin importarle la presencia del morito, extendió sus brazos y con cierta elegancia comenzó a bailar sola tarareando un pasodoble, para después colgarse radiante de felicidad de él. Este sol tenía en verdad algo de lujoso y no pudo por menos de pensar que sólo las casas de los ricos podían tener un sol así.

    Al quedarse solos, Teresa se desprendió de su abrigo y a José le pareció más hermosa a un que la nueva casa... Vestía un jersey rojo y una falda gris ceñida marcando sus lujuriantes redondeces. A lo que ella al verse admirada sonreía con altiva provocación además de movimientos peculiarmente femeninos. – ¡Qué feliz soy!… – ¡Qué contenta estoy!… – ¿José me encuentras hermosa?… – ¿Quieres que me desnude? Teresa cerró la puerta, se fue al rincón del ventanal y le dijo: – ¿José quieres que hagamos el amor aquí?
    – ¡Sí tú quieres!

    Se contemplaron después con ojos acariciadores y terminaron sonriéndose con el automatismo que da el amor. Ella después lo miró intensamente, y entornando los ojos, lo abrazó, le besó y al acabar de desnudarse sé hecho sobre él hasta completar el acto amoroso.

    Ninguno de los dos pudo darse cuenta del tiempo, hasta que el morito golpeó la puerta de la vivienda y con el acento especial que les caracteriza les dijo: – ¿Hay qué Jode, es que ustedes se alimentan solo de amor? Después emprendieron los dos el camino de vuelta repasando en sus memorias los muebles y enseres necesarios para su nuevo hogar y arrastrados por el entusiasmo de sus ilusiones al pasar por una cervecería de la calle Embajadores el olor de los aperitivos les hizo recordar que era la hora de comer.


    José aparentaba serenidad y confianza en su futuro y estaba convencido que su coraje terminaría influyendo en su porvenir. Este afán de progreso iba transformando paulatinamente sus ademanes y su lenguaje. Todo había sido fácil en sus primeros meses y estaba totalmente convencido que la estabilidad política que vivía el país. Le proporcionaría esa indiscutible y fulminante carrera que él tanto deseaba.

    Por demás Madrid vive en un constante desarrollo, no solo político sino económico y que solo venia a perturbar los salvajes atentados de ETA. Ya que entre otros el 14 de agosto, un coche con más de cincuenta kilos de plástico y metralla explotó en la plaza de la República Dominicana de Madrid. El detonador tele comandado hizo explosión al paso de un autocar con cincuenta y ocho guardias civiles y esta violenta onda explosiva dio muerte a ocho guardias civiles y como a la vez unas cuarenta personas resultaran también heridas. Pero ya el mes anterior dos atentados contra la guardia civil hizo también dos muertos y dos heridos a San Sebastián.

    Tampoco en el mundo las cosas iban mejor; pues un accidente en la central nuclear de Tchernobyl, situada al norte de Kiev hace cientos de víctimas y se produce el escape de radioactividad jamás conocido. Pero la noticia más dolorosa para José, fue la muerte improvista de su abuelo, en el mes de mayo, y dos meses después falleció también su abuela.

    Las personas que se ama, se van deprisa y el respeto a la muerte sigue siendo el fruto de una “práctica arcaica”. Por eso era cada vez más difícil intentar salirse del hábito sin límites que ejercen las religiones a través de sus generaciones y estas costumbres y perjuicios siguen pesando como una losa en el hombre. Pero la realidad es que sus abuelos fueron la abnegación de sus padres como lo será un día de los suyos; víctimas inocentes de la madre naturaleza en su evolución. Con qué terror pensaba José del poder que ejerce en nuestras costumbres el miedo a la muerte, sometiéndonos imperativamente a la actual organización de los hombres. Pero si tenemos miedo a la muerte es porque a fuerza de vivir y de darle gran importancia a lo que vivimos olvidamos que todos venimos de la nada y como consecuencia la muerte es un problema sin solución.

    José, sonrió con inmensa tristeza, a los gustos, los caprichos, las virtudes, los defectos, las afinidades y las repulsiones; todo heredado, toda obra de la voluntad de los poderosos, presentes y desaparecidos. La verdad es que ni él escapaba a los engaños e ilusiones que la sociedad borda para ocultarnos la dureza de su drama y él que se creía un hombre libre y poseedor de unos conocimientos modernos reconocía que tampoco podía escapar de sus costumbres arcaicas.


    SE SIGUE

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