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Tema: Hijos del celibato- i

  1. #1
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    11-mayo-2015
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    Predeterminado Hijos del celibato- i

    Gracias y este libro esta a la venta , pero también se puede descarga gratuitamente en:
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    HIJOS DEL CELIBATO
    A. PABLO


    PRÓLOGO



    Se conoce por "Hombre Célibe". Al hombre soltero que se abstiene de toda actividad sexual. Esta forma de sobriedad, se sigue practicando a un en muchas creencias religiosas y se le conoce también por Celibato

    El celibato, sin tener relación doctrinal con la iglesia católica, es considerado como una simple ley disciplinaria. Y los principios sobre los que se fundamenta la ley del celibato son: –(a) que el clero puede servir a Dios con más libertad y con un corazón integro
    – (b) que siendo llamados para servir a Jesucristo, pueden abrazar la vida santa a partir del autodominio.

    Esta doctrina no implica que el matrimonio no sea un estado de santidad, sino tan sólo que el celibato es un estado de mayor perfección.

    Conforme la Iglesia medieval se hizo más poderosa, se desarrolló un modelo de ética que aportaba el castigo para el pecado y la recompensa de la inmortalidad para premiar la virtud. Las virtudes más importantes eran la humildad, la continencia, la benevolencia y la obediencia. Todas las acciones, tanto las buenas como las malas, fueron clasificadas por la Iglesia y se instauró un sistema de penitencia temporal como expiación de los pecados.

    Las creencias éticas de la Iglesia medieval fueron recogidas en literatura en la Divina Comedia de Dance, que estaba influenciado por las filosofías de Plantón, Aristóteles y Santo Tomás de Aquino. En la sección de la Divina Comedia titulada “Infierno”, Dante clasifica el pecado bajo grandes epígrafes, cada uno de los cuales tenía varias subdivisiones. En un orden creciente de pecado coloco los pecados de incontinencia (sensual o emocional), de violencia o brutalidad, y de fraude o malicia (del intelecto). Las tres facultades del alma de Platón son repetidas así en su orden jerárquico original y los pecados son considerados como perversión de una u otra de las tres facultades.

    En la historia de la ética hay tres modelos de conducta principales y cada uno de los cuales ha sido propuesto por la mayoría de las religiones monoteístas como el bien más elevado. La felicidad o placer, el deber, la virtud o la obligación y la perfección deben de ser, el más completo desarrollo de las potencialidades humanas. El advenimiento del cristianismo marcó una revolución en la ética, al introducir una concepción religiosa de lo bueno en el pensamiento occidental.

    Según la idea cristiana, una persona es dependiente por entero de Dios y no puede alcanzar la bondad por medio de la voluntad o de la inteligencia, sino tan sólo con la ayuda de la gracia de Dios. El cristianismo desde un principio realzó como virtudes el ascetismo, el martirio, la fe, la misericordia, el perdón, el amor no erótico, que al contrario, los filósofos clásicos de la Grecia y Roma apenas habían considerado importantes.

    En contesto de la ética cristiana y en sus reglas de oro; se pueden destacar lo siguiente:
    –“Lo que quieras que los hombres te hagan a ti; házselo a ellos” (*1)
    –“Amaras a tu prójimo como a ti mismo”. (*2) Y de manera más constante: “Más yo os digo: Amad à a vuestros enemigos, bendecid a los que os aborrecen y orad por los os maltratan y os persiguen”. (*3)
    –“Dad al César lo que es del César y a dios lo que es de Dios”. (*4)

    Se puede decir que en realidad la Iglesia buscó el poder terrenal y no el divino, obligando incluso por la fuerza más inhumana las reglas de una ética marcada por unas costumbres inquisitoriales. Para esto, no dudó en convencer a los demás de su justa moral.

    Desde que el hombre vive en comunidad, todas las religiones se fundan, en una regulación moral de la conducta necesaria para el bienestar colectivo. La doctrina de la Iglesia es aprovechada por muchos, para seguir permitiéndose subyugar al pobre con buenas palabras y promesas de una mejor vida después de muerte. No dudando los distintos sistemas religiosos en establecer a veces de forma irracional, a los que violaban los tabúes religiosos o sus conductas. Imponiendo por la fuerza, los hábitos y costumbres, de leyes decretadas por sus líderes civiles o eclesiásticos.

    No obstante, el verdadero pilar de la Iglesia sigue siendo el Celibato. La Iglesia sabe que los desequilibrios y caídas de las civilizaciones antiguas fueron por la falta de una rígida disciplina en sus sacerdotes y el miedo de la pérdida de poder, la lleva a seguir instalando una disciplina moral sobre la conducta de sus prelados.

    La historia del celibato sacerdotal ha sido tempestuosa desde que se convirtió en ley para el clero de rito latino en el siglo VI. Juan Pablo II en su encíclica del 24 de junio de 1967, reafirmó la posición tradicional de la Iglesia, volviendo a recalcar con fuerza, de la necesidad de la doctrina del celibato eclesiástico. La cual provocó y se convirtió en una cuestión eclesiástica muy discutida.

    La Iglesia católica se enfrentara próximamente, a una profunda revisión de sus principios temporales. Los escándalos sexuales del clero a lo largo de la historia, han sido innumerables. Es verdad que hasta ahora consiguió encubrir los abusos de sus instituciones. Pero este último siglo con el avance democrático y el progreso tecnológico de los medios de comunicación. Lograron poner en evidencia los valores morales de sus prelados.

    El celibato del clero fue ya rechazado por los reformistas protestantes. Martín Lutero sirvió de ejemplo a sus seguidores casándose con una antigua monja y el matrimonio de este le siguió la de otros convirtiéndose en línea común para el resto de ellos, al separarse de la Iglesia católica.


    (*1) = Santo Evangelio según San Mateo. Capítulo 7. Versículo 12.
    (*2) =Antiguo Testamento. Libro Tercero de Moisés, llamado “Levítico”. Capítulo 19 versículos 18.
    (*3) =San Mateo. Capítulo 5. Versículo 44.
    (*4) =San Mateo Capítulo 22. Versículo 21.

    No obstante, la Iglesia Católica, seguirá justificándose. Pues para ella según San Agustín la maldad intrínseca de la naturaleza humana, nos expone continuamente a las tentaciones del “diablo” en sus excesos carnales y justifica su doctrina moral cristiana sobre la castidad y el celibato.



    CAPITULO I

  2. #2
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    Predeterminado Hijos del celibato-ii

    Sigue y gracias
    CAPITULO I
    Hoy para José Santos, finalizaba el curso universitario y como el año anterior por estas fechas volvería a pasar sus merecidas vacaciones de verano con su "familia". Más de seis meses habían transcurrido, desde que José abandonara Monte derramo, pueblo enclavado en el gran macizo montañoso de la demarcación de Orense. Provincia que hace parte de una de las cuatro que componen la actual Comunidad Autonómica Gallega

    Contento estaba del año universitario, ya que había sido provechoso y el próximo curso debía de elegir entre la universidad de Santiago o la de Madrid; para finalizar sus estudios de Derecho. Por esto se detendría unos días en Zamora y discutiría los pormenores de su futuro con su tío y protector- el padre Francisco. Pues sin su ayuda económica de él, no hubiera sido posible seguir cursando sus estudios.

    José Santos, a pie y sin dar ninguna importancia a su voluminosa maleta se dirigió a la estación con el fin de salir en el primer tren de la mañana. No cabe la menor duda que era un día muy especial; volver a ver la familia y amigos le producía en su interior un goce casi infantil.

    Al amanecer ceso la lluvia y los faroles eléctricos de la ciudad de Salamanca, reflejaban sus luces en el adoquinado que cubría la casi totalidad de su plaza mayor y sus edificios en su mayoría centenarios se envejecían con la humedad. En sus calles desiertas, solo se oían los pasos de los primeros transeúntes y algún automóvil que en el silencio de la mañana. El ruido de sus motores, penetraba en las viviendas menospreciando los últimos deleites de un sueño tranquilo de sus habitantes. Poco después y según se acercaba a la estación, desgarraban aun más el silencio los silbidos de los primeros trenes que salían de Salamanca.

    En las calles comenzaba el movimiento y los cierres de los establecimientos chirriaban su duro metal al abrir con fuerza su pasaje. Al fin se detuvo, ante las amplias escalinatas de la estación para expulsar el aire de sus pulmones después de una larga marcha. Santos no se detuvo largo tiempo y con esa energía juvenil que le caracterizaba subió de dos en dos la larga escalera para encontrarse de pronto en el sitio más céntrico de la estación.

    El tren deja atrás la culta e histórica ciudad de Salamanca para avanzar por los campos secos de Castilla, deteniéndose en las estaciones de casi todos los pueblos importantes que encontraba a su paso. Y fue apenas una hora después que con un sol abrasador el tren se detuvo en Medina del Campo; uno de los nudos ferroviarios más importantes del norte de España. En la comarca abrigada de "Los Arribes del Duero" el clima es mediterráneo y el Duero recibe la mayor parte de las aguas de la provincia. Junto a éste, el río más destacado es sin duda el Tormes y su vegetación natural se acomoda a las condiciones generales de aridez y acidez de los suelos. Entre las especies arbóreas dominan las encinas, los robles y los castaños.

    Al abandonar Medina del Campo, se percibe a lo lejos de nuevo, el río Tormes representado esta vez en el embalse de Almendra, que discurre tranquilamente formando parte de la frontera con la provincia de Salamanca.

    Zamora es una provincia eminentemente agrícola, por eso muchos de sus campos están deforestados y no-solo de árboles sino de personas. Y esta provincia cuenta con una densidad de población de 20 hab/KLM y aún pervive la casa rural zamorana (adaptada al relieve y al clima). Su relieve escarpado y un clima frío y húmedo marcan unas tierras vaciadas por la emigración.

    El tren al acercarse a la ciudad de Tordesillas encuentra más dificultad, en su ascendente marcha y esto permite observar este peculiar municipio perteneciente a la provincia de Valladolid. Esta ciudad a orillas del río Duero, es un importante centro comercial basado en la agricultura. Después el tren sin perder de vista el Duero vuelve a encontrarlo de nuevo y sin apenas detenerse las fértiles vegas cargadas de tradiciones e historia. Al entrar en la comarca de Toro, se divisa desde el tren la enorme fortaleza y bella colegiata de Santa María.

    Con cierto retraso de la hora prevista y después de frenar ruidosamente el tren quedo parado en el andén central de la estación. Zamora es la capital de la provincia y su núcleo urbano no cuenta con más de 66.000 habitantes que viven sobre un círculo en forma de mesa cortada al sur por él río Duero. Donde se destaca entre todos los edificios, la catedral románica del 1178, con una cúpula bizantina. A la vez las iglesias de Santiago del Burgo, Santa María de la Orta, Santo Tomé, Santiago y la Magdalena, entre otras y todas ellas de estilo románico testimonian de la influencia de la Iglesia en España.

    Mientras los rayos del sol ya iban perdiendo su inclinación vertical al esconderse en el horizonte. José, una vez en la capital siguió caminando hacia la catedral con su voluminosa maleta y fue después de atravesar el casco antiguo de la ciudad que se halló de frente a la imponente basílica de Zamora. Al presenciar esta imponente mole de piedra y alzar la vista, se destaca especialmente la estructura del cimborrio, una cúpula gallona da sobre pechinas de origen bizantino, decoración exterior de escamas en piedra y un anillo de ventanas que refleja al exterior la organización interior.


    Comenzaba a anochecer, cuando decidió penetrar en el maravilloso templo con sus tres naves caracterizadas por su evolución hacia el gótico; que embellecen sus laterales cubiertos con bóvedas de aristas y el principal con una de medió cañón apuntalado. La puerta del rosario, en la fachada del crucero, es un interesante ejemplo de composición románica aunque con algún leve influjo oriental y de frente el altar mayor con su suelo de mármoles y sus capillas sombrías. Al hablar con verdad, nunca había imaginado tanta riqueza para una catedral de tan poca población.

    La riqueza de la iglesia pensaba él, qué fue un mal para el arte si en un templo pobre se hubiera conservado la uniformidad de la fachada antigua. Pero cuando los arzobispos tenían once millones de la época y otros tantos de cabildo, al no saber qué hacer del dinero; se iniciaban obras, se construía con un arte tan decadente que parecían mamarrachos.

    Cuando él penetró en el templo ya la luz del día comenzaba a esconderse por las naves, a la vez que el eco de sus pasos con el silencio resonaba con gran fuerza repartiéndose alterados por los recintos de las naves. Cuando de pronto un hombre tropezó con él cerca del altar mayor y al que José le pidió perdón pese que en al instante comprendió que por sus hábitos que la persona indicada era el sacristán de la catedral.

    EL sacristán que se consideraba el guardián del templo después de observarle detenidamente y extrañado por su maleta con cara de pocos amigos y voz recia le dijo que el templo lo cerraría dentro de unos instantes.
    –Buenas tardes, señor.
    – ¿Busco al padre Francisco?

    Con ojos claros, y acostumbrados a permanecer largas horas en la oscura catedral, el sacristán que parecía ahora más tranquilo volvió a observarlo. Pero esta vez con ciertas dudas y como si no pudiese creer en la semejanza de su rostro con el de su buen amigo el padre Francisco. No obstante, y con ese disimulo que había adquirido en sus largos años de profesión se convenció de su identidad con cierta incomodidad. Después como huyendo de la curiosidad que despertaba entre las beatas y clérigos su presencia en el templo, el sacristán le invitó a seguirle y su rostro rígido se fue animando con una sonrisa cariñosa.

    No tardaron en atravesar la nave central, cuando a la derecha del altar mayor se abrió una puerta dando paso a un canónigo que extrañado saludó con cierta frialdad al sacristán y a continuación después de cruzar lo que para él era la sacristía se dirigieron a un jardín que se extendía a lo largo de los cuatro pórticos del claustro.


    El frondoso jardín refrescaba la tarde calurosa de verano y los eclesiásticos concentrados en sus plegarias refrescaban a la vez sus cuerpos y almas. A su paso por los pórticos, con gran disimulo los sacerdotes levantaban la vista de sus misales para observarles disimulada mente y al avanzar hacia el fondo del claustro. Fue cuando unas palabras mal entendidas les hicieron retroceder.
    – ¡Buenos días Manuel!

    Un hombre en cuestión bajaba en ese momento los peldaños que conducía a la puerta de la vicaria, era de estatura alta, bien afeitado y vestía de negro. – ¡Valla, buenos días nos dé Dios - padre Francisco! Dijo el sacristán colocándose entre él y su acompañante. Asombrado el padre Francisco, miró con sus ojos claros que parecían brillar en él crepúsculo del claustro al visitante y su rostro rígido que parecía tomar la inmovilidad de una estatua se animó con una sonrisa cariñosa.
    El sacristán se sintió extrañado y se llenó desconcierto al observar la sonrisa cariñosa que le había dirigido de nuevo al joven visitante. Por eso pensativo, no pudo por menos mirar sonriente la cara del joven y es cuando observo con más detalle que su rostro bronceado y sencillo, se aparejaba con sus bondadosos ojos azules, que a la vez debían de ser inteligentes y firmes. Después en su detenida observación quiso por simple curiosidad abrir el alma de aquel hombre, casi desconocido; pero lo que más le intrigaba era que en su rostro y físico había una semejanza extraordinaria al padre Francisco.

    Ante la observación continua por parte del sacristán. El no tardo en comprender que su extrañeza se debía a la semejanza con el joven y su semblante se volvió de piedra. A la vez que se detuvo su corazón unos instantes; para después ante la evidencia palpitar de nuevo trémulo de alegría.


    SE SIGUE

  3. #3
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    Continuacion
    – ¡Gracias José, por no olvidar mi visita!
    – ¿Cómo se le ocurre pensar en eso tío Francisco?
    Molesto por la atrevida miradas del sacristán y la curiosidad de los clérigos, abrazó de nuevo a su sobrino con fuerza; para después con paso firme y cogido de su brazo se alejó del claustro.

    Seguidamente atravesaron unas largas galerías que su final conducía a otro claustro más alto, donde tres pórticos de igual en longitud decoraban el claustro y a lo largo de las paredes recién jalbegadas abriese sin uniformidad las puertas de las claverías. A la vez y por encima del tejado del claustro se veían la segunda fila de viviendas que a su paso por ir la tarde oscureciendo los servidores del templo iban cerrando sus puertas y ventanas. Los lados del claustro que daban sobre el jardín se hallaban unas balaustras que servían de barandilla y varias pilastras sostenían la techumbre con viejas vigas de madera. Al acercarse a estas balaustradas se podía divisar con facilidad las copas puntiagudas de los centenarios cipreses del jardín y era en este piso superior donde vivían los clérigos.

    Al entrar en la casa del padre Francisco, que era una de las mejores de las claverías. José Santos, descubrió que las paredes blancas del recibimiento con los años habían tomado un color moreno, aunque ellas al estar adornada con cuadros de santos y en el centro de la sala uno de tamaño mayor representaba la sagrada cena apenas se notaban su deterioro. No obstante, y pese a su continuo frotamiento los muebles de caoba por lo contrario ofrecían al salón la sensación de sombrío decaimiento. Una vez en el comedor y por una puerta que se hallaba escondida por una cortina de un color comido por el tiempo penetro su tío Francisco para dar órdenes a una mujer de edad avanzada y de aspecto tímido.

    Poco después volvió su tío a reunirse con él y le dijo: – José, tú dirás lo que quieres cenar. - En la cocina toda esta listo, pero si quisieras algo especial María bajaría a la ciudad en busca de otros alimentos.
    – ¡Bueno – José siéntate aquí!
    Para después añadir dirigiéndose a la sirvienta: – ¿Sabes quién es éste?...
    – ¿No? – Pues es el nieto de Ricardo y Asunción vecinos de Monte derramo donde pase más de diez años de mi vida. – ¡Muchacho saluda a la señora María que es como mi madre!
    – ¿Conque el joven, es el hijo de Margarita de quien tanto me hablado usted? María se levantó y con lágrimas en los ojos, le abrazó con tan fuerte intensidad que él sonrió tristemente al no comprender el sentimiento intenso de María.

    Con gran apetito José devoraba ante la extrañeza de ellos, las suculentas lentejas con carne que María le había servido, pero esta como arrepentida de su olvido, se apresuró a preguntarle:
    – ¿Cómo está Margarita?
    – ¿Aunque supongo que tu madre estará bien?... José antes de dar su respuesta miró con disimulo, al padre Francisco y quedó extrañado al observar como contraía la frente y sus ojos se pusieron vidriosos como si fuera a llorar.

    Ante el silencio, y como aludida por la falta de respuesta por parte del joven, María continúo para seguir diciendo: – Bueno supongo que Margarita, estará hecha una hermosura.
    – La última vez que la vi. – Me pareció una reina y que todos la confundían con la virgen de Guadalupe por su pelo largo y negro...
    – ¿Dime –se casó por fin con el portugués o vive todavía con sus padres?
    Ante la insistencia de María, y la mirada de enfado del padre Francisco, José Santos puso el gesto aun más sombrío que termino mirando a la sirvienta con cara de pocos amigos. Y ante la mirada dolorida del joven y el gesto sombrío del padre Francisco, María decidió callar y cabizbaja recogió los platos de la mesa para después mirándolos entristecida retirarse a la cocina.

    Al alejarse María, José miró de frente a su tío decidido esa misma noche a hacerle una pregunta que llevaba preparando mucho tiempo sin osar formularla. Quería saber qué era de su madre y qué había ocurrido para dejarle sólo en casa de sus abuelos. – ¿Perdone tío, usted que es tan bueno me puede decir porque todos parecen temer hablar de mi madre?
    –Hasta mi tía Inés, que es tan lenguaza y despelleja a todo el pueblo, calla cuando le pregunto algo de mi madre.
    – Por favor tío, dígame.
    – ¿Qué ocurrió con mi madre?

    Al terminar su pregunta, de nuevo se ensombreció el rostro de su tío, que al oír a su sobrino sumido en la tristeza, intento eludir la respuesta con frases poco elocuentes.
    – Cuando tengas más años, verás que tomar la vida demasiado seria es nocivo y estúpido...
    – José, eres joven y tendrás que vivir acomodándote a las circunstancias.

    José, exhalo un suspiro y se calló ante las palabras de su tío Francisco. ¿Qué podía hacer más que resignarse ante la alusiva respuesta de su tío? A veces, se preguntaba si debía adaptarse y seguir condenado a ignorar su pasado hasta el fin de sus días.


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    CAPÌTULO II

  4. #4
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    CAPÌTULO II




    Al amanecer, María golpeó ligeramente con los nudillos la puerta despertando a José. – José, hijo mío, levántate que vamos a desayunar. Sin apenas poder conciliar el sueño, y como aturdido después de una noche, larga y agitada, se levanto y dirigiéndose a la ventana apartó sus visillos quedando pensativo al observar el brusco movimiento de los centenarios cipreses que el fuerte viento mimbreaba a su merced. ¡Qué pena siento!...¡Qué pena!... Los cipreses son como yo, se mueven en la vida como juguetes del viento y, por mas que intentan desafiar con su altura al cielo, no podrán nunca escapar de su capricho.

    Después, permaneció entre las sabanas de colores que cubrían su lecho y suspirando recordó toda su vida, llegando a la conclusión, que para él siempre fue un callejón sin salida. En sus últimos catorce años, no tuvo nunca noticias de su madre y de siempre nunca supo quien fue su padre. La verdad es que nadie hasta ahora le dio solución a su existencia y su vida seguía siendo un misterio.

    El misterio de su vida le parecía ahora cada vez más insoportable y no le quedaban más que dos soluciones: - olvidar todo, o enfadarse con todos y desgarrar el misterio que envolvía su pasado, sus pensamientos, sentimientos y su conciencia. “¿Qué podía hacer?. ¡Posiblemente, ni lo uno ni lo otro!”.

    Ante su retardo prolongado, María volvió a insistir que su desayuno estaba servido y sobreponiéndose a sus tristes recuerdos salió de su habitación encontrando a la sirvienta desayunando. – Siéntate. ¡María le acerco un sillón de mimbre y le dijo: – ¡Hoy también hace viento!.
    – En efecto señora es el segundo día que sopla un fuerte y caluroso viento. – Bueno muchacho antes que se me olvide, tengo que decirte; que el padre Francisco salió temprano, y dijo que te esperaba en la sacristía lo más tarde a las doce de la mañana, pues al ser hoy domingo, celebran misa cantada. Después al no recibir respuesta, y observar su expresión preocupante y su fruncido entrecejo, María inquieta le preguntó: – ¿Qué te sucede hijo?. ¡Cuéntame tus problemas!.
    – No, no puedo, no me entendería.
    –¿Por qué no?.
    – No creo que usted pueda darme mayor explicación, pero agradezco su preocupación.
    – No creas tú que yo no lo siento, insistió María. – ¡No obstante le pido, por favor que me cuentes tus penas!.
    – Si, no me queda otro remedio. ¡Ay, señora no sabe la pena que llevo dentro!.
    –Hubiera querido, no decirla nada. –¿Pero por que guardarlo?. Existía una fuerza que le decía que ella sabia algo de su pasado y la curiosidad le oprimía el pecho y la garganta. – Usted que es tan buena – ¿puede decirme que ocurrió con mi madre?. ¡Por favor, dígame por qué todos callan cuando les pregunto!. ¿Qué pasó señora?... El rostro de la vieja, no tardó en entristecerse, pero no obstante creyó que le debía una respuesta
    – Hijo una gran desgracia y lo que nunca se había visto en Montederramo, pues el diablo fue a hacer nido en la casa más honrada. Pero a quien le doy toda la culpa es a tu abuelo, que fue un buenazo y no vio el peligro que corría su hija... ¡Hay, si tu abuelo hubiera sido otro¡...
    Pero ¿cómo fue, señora? ¿Qué pasó entre mi madre y el portugués?. – Al principio, tus abuelos la sermonearon más de cien veces a tu madre: «No ves que es un señorito y que no es hombre para ti». «Además, hija no se sabe de su familia y probablemente sea un hombre dedicado al contrabando en la frontera». – ¡Hay de la pobre Margarita, que llena de amor, paseaba por el pueblo con aquel portugués sin importarle los comentarios de la gente!. En aquellos años, tu madre era muy bonita y su hermosura hacia hablar a todo el pueblo.
    – ¿Pero bueno, señora ¿qué paso con mi madre?...
    – Bueno yo solo sé, qué el novio portugués, un día desapareció sin despedirse, y tu madre pasaba las horas llorando desesperadamente por los rincones y poco después se desvanecieron los colores de su cara. Hasta yo mismo recuerdo que aquel portugués tan apuesto, que con el tiempo terminó por cegar a tus mismos abuelos con su noviazgo. Fue después, cuando el escándalo ya estaba dado, que fueron a pedirle ayuda al santo de tu tío Francisco. Él la acogió con todo cariño y sin protestar contra el concepto que la gente tenia de tu madre. Fue como un milagro, poco después dejo de llorar, percatándonos todos que poco a poco ella de nuevo volvía a vivir en santa tranquilidad. La verdad es que duro poco, pues meses mas tarde los colores de su rostro volvieron a perderse. Después, tu madre salió embarazada y, quien sabe lo que ocurrió aquí. – ¡hay quien dice que siguió manteniendo relaciones con el portugués!. Luego... nada hijo, sé de cierto; quien puede saber la verdad es Jesucristo y ella.

    María, con una voz conmovida, después siguió comentando, que le partió el corazón al ver la situación de esa infeliz que durante cinco años, tuvo que soportar la vergüenza de ser madre soltera en el pueblo.
    –¡Hay hijo mío! ¡También a mí me toco, limpiarte muchas veces los pañales!. Después, un día que el escándalo ya estaba casi olvidado y según dicen, se fue y hasta ahora no se sabe nada de ella. El santo de tu tío, se puso de un humor insoportable. ¡Pobre Francisco!. Muchas noches, lo sorprendí hablando solo por el patio de la Iglesia, con lagrimas en los ojos y tuvo que pasar más de un año para calmar momentáneamente sus penas.
    – Y después de su huida, ¿Qué ha sabido usted de mi madre?.
    – Bueno, se hablo al principio que se fue al extranjero, pues en esa época estaba en moda emigrar a Europa, dado que la situación económica en el país no era del todo buena. ¡Después ni una palabra!. Aunque tu tía Inés debe saber mucho de esto, dado que tu madre no dejó durante cierto tiempo de enviar dinero desde el extranjero. ¡Y gracias a Dios, que sin ninguna necesidad, tu tío Francisco se intereso siempre por ti!.

    Al no encontrar ninguna respuesta, a sus inquietudes se dedico a contemplar con los ojos vacíos los techos descoloridos del salón, a la vez que se mantenía rígido y tieso, repiqueteando con los dedos el mantel. Después, sonriendo amargamente, alzo el vaso y bebió sin apenas abrir los dientes. A continuación se levantó, y mirando con ojos humedecidos a María, la beso en las mejillas para terminar diciendo: –No pienso preguntarla nada más.
    – Haces bien hijo, la verdad es que no podría decirte mucho más. Márchate enseguida... No vuelvas a pensar más, olvida todo esto y veras que desaparecerán tus penas. José sonrió con tristeza y precipitadamente dejó el salón.

    Fatigado por la mala noche, salió del claustro y, apoyándose en la barandilla contemplo el jardín, para de nuevo decirse que el misterio de su vida parecía cada vez más impenetrable y su perseverante mal humor estaba ensombrecíendo su juventud. Después un continuo repicar de campanas que anunciaba a los feligreses que la misa mayor estaba apuntó de comenzar, desvío de sus recuerdos la pena que sentía.

    A las diez de la mañana empezó la misa y la Catedral se hallaba llena de candilejas y cirios y desde la puerta creyó divisar como una nube celeste moteada por minúsculas e infinitas estrellas iluminando bóveda del templo. No solo le asombro el templo con sus naves con su estilo románico tardío español con una evolución hacia el estilo gótico, si no, también su coro frente al altar mayor y su suelo de un deslumbrante brillo producido por el reflejo de las miles de candilejas que alumbraban el templo. ¡Nunca imaginó espectáculo de mayor grandeza, para una catedral de provincia!. Después, respiró hondo y, haciendo un esfuerzo logro cambiar de expresión y adelantándose por uno de los pasillos laterales de la nave central se fue a colocar en los primeros bancos del altar mayor.

    No tardo la misa en comezar y lo más admirable fue el ir y venir de los canónigos arrastrando las negras colas y el solemne y ostentoso ceremonial del presbiterio. A la vez eran impresionantes los preludios del órgano, las nubes y el olor de los incensarios agitados por los monaguillos, que con su vestuario rojo y blanco parecían recrearse en el juego de sus movimientos y todo esto reconoce que hacía de la ceremonia un espectáculo inolvidable. A medida que avanzaba la misa, la ceremonia iba cada vez más cautivando por su majestuosidad, a la vez que los niños del coro, con sus diferentes entonos en sus cánticos. Excitaban los sentimientos religiosos, que se engrandecían más con el sonido especial del órgano, al formar un torrente de armonías que desbordaba las naves del templo; para terminar repercutiendo su eco, desde los mármoles del pavimento hasta los vértices de sus bóvedas.

    Al sonar las campanillas de los monaguillos, los feligreses y canónigos se colocaban al unísono de rodillas y con la cabeza baja en signo de humillación emitían sus piadosas oraciones. Y él, al verse en presencia de tan gran majestuosidad también se inclinó de rodillas a la vez que se avergonzaba de la poca fe que le quedaba. Después, sin atreverse a levantar su cabeza, pensó en la grandeza de la iglesia que en ese momento pareció más gloriosa que nunca. ¡Qué admirable institución!... De un Dios hombre que llego de la nada a lo mas alto y con los años se convirtió en un Dios omnipotente y temible... –¿El Sumo Supremo siempre tenia razón?. Y su dogma ensalzaba la humildad de todos ante su poder Divino, pero lo que más le dolía es de oírles siempre hablarle de rebaños y pastores que debían dirigir. Ellos eran los pastores, porque así lo quería su Omnipotencia. ¡Y hay del que intentara descarriarse!...

    Aquel sentimiento tan intenso de fe, que enardecía a los demás, era incomprensible para él. La verdad es que él no quiso ser nunca diferente, pero siempre penso que el hombre debía de buscar la felicidad únicamente en este mundo. Persuadido estaba que detrás de la muerte sólo existía la vida infinita de la materia, con sus innumerables combinaciones y al fin al caer en la tumba.- ¿La nada?.

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    CAPÌTULO III



    De nuevo con su pesada maleta caminaba calle abajo y después de atravesar el antiguo casco amurallado que solo se accedía por siete puertas llegó con un cuarto de hora de avance a la salida prevista de su tren. Lejos iba quedando Zamora y su catedral del Siglo XII y al alejarse el tren sólo se destacaba su torre y su cimborrio.

    El tren dejo atrás la capital para de nuevo abarcar con la vista la plana meseta de Castilla y al avanzar la mañana el habitual calor de la meseta sé hacia insoportable. Para pocas horas después el paisaje fue cambiando al penetrar en esa Galicia húmeda y perpetuamente verde. Pero era en sus continuos desniveles que desde del tren, se divisaban esos pequeños y encantadores valles; para después de atravesar varios túneles el tren chirriar sus frenos y detenerse en la estación de Ourense/Orense.

    Esta ciudad en el noroeste de España, es a la vez capital de la provincia que lleva su mismo nombre y se halla situada en el centro de una región fundamentalmente agrícola aunque la actividad principal de la ciudad es de carácter administrativo. Sus manantiales de aguas ricas en azufre (donde toma su nombre) han sido utilizados desde los tiempos de romanos. Orense, como todas las capitales cuenta con una catedral románica con posteriores ampliaciones góticas, ambas del siglo XIII y un bonito puente sobre el río Miño.

    Al salir de la estación, José dio un vistazo a la acera que dominaba el bulevar, y su primera impresión fue que como siempre se hallaba repleta de curiosos y todos ellos sentados en las terrazas de la media docena cafeterías que con disimulo observaban a los recién llegados. Mientras los vendedores ambulantes pregonaban con voz achicada sus productos de dudosa pertenencia. José siguió su marcha a lo largo del bulevar, mirando los diferentes escaparates de las tiendas sin prisa, dado que su autobús tenía su salida dos horas después de la llegada del tren.

    Él conocía bien la estación de autobuses, porque en sus años pasados en el liceo de la capital, recorrió este trayecto habitualmente. Al subir al autobús, José reconoció a su amigo Juan Sánchez, un mocetón grave, de carácter áspero que estudiaba en Madrid. A Juan lo conocía muy bien dado que vivía muy cerca de sus abuelos y, además, lo había tratado desde muy niño. José se sentó a su lado y sin dejar de observar su rostro demacrado, intento preguntarle por su salud, a lo que Juan, evito responder a lo largo del trayecto.

    Es verdad que los años trajeron a Juan modificaciones en su familia, pues su madre murió de repente. La encontraron tendida sobre un surco de sus tierras, con una herida en la cabeza, que achacaron a su padre y por lo que tuvo que estar largos años en la cárcel. El señor Juan que era como se le conocía, al parecer escribía a menudo a su hijo, desde la cárcel; pero su hijo no llegó nunca a perdonarle y se hablaba que Juan en Madrid gastaba los dineros de la familia en malas compañías.

    Al recordar los problemas de otras familias en este periodo del pasado, José sonrió amargamente y se burlo de su pesimismo familiar. Todo el trayecto su amigo Juan tuvo una actitud poco comunicativa por lo que termino por hablar de cosas sin importancia y más tarde por otros amigos supo que Juan era un enfermo de Sífilis o de otra cosa peor.

    Ante la falta de diálogo por parte de su amigo, José fijó su atención en el paisaje homogéneo, que con sus altiplanos de horizontes suaves, que forman lo fundamental de las unidades morfológicas de este terreno. El sur de la provincia está dominado por materiales como la cuarcita y la pizarra conformando una superficie muy rugosa y de apariencia serrana, culminando en la Serra de San Mamede que son los picos del mismo nombre a 1.618 metros alcanzando la mayor cota y Serra do Burgo a unos 1.200 metros hacia el este. Ambas se incluyen en ámbito de espacios protegidos y junto a estas dos unidades se desarrolla el sistema de afluentes que, en su descenso hacia los embalses de Norte, Edrada y Leboreiro drenan el altiplano. Por lo contrario, las tres cuartas partes del terreno forestal se concentra en la mitad meridional, más agreste y en cuyas cimas aparecen grandes extensiones de matorral. Siendo aquí, donde la conjunción y juegos de profundos valles encajados y fuertes elevaciones confieren al paisaje un mayor dinamismo, un aspecto más enérgico y contrastado. El cambio estacional en esta región es frecuente y entre las cumbres blancas invernales, la mayor variedad tonal son los verdes de la primavera y de verano. Después cerró los ojos, imaginándose entre los prados de alfalfa revolcándose a su capricho como cuando de niño jugaban volteándose en sus laderas y adormecido en sus infantiles sueños abrió sus ojos cuando el conductor anunciaba ya la llegada a Monte derramo.

    Este término municipal, está situado entre los diez de mayor extensión de la provincia de Orense y entre la orografía de las Sierras Centais y el río Sil. Monte derramo, a lo largo y ancho de su municipio cuenta con 13 parroquias. Este municipio está rodeado de alta montaña y en su núcleo configurado se halla en torno a una gran plaza. Que es donde se halla el ayuntamiento, no obstante sus habitantes se trasladan habitualmente a la capital provincial, distante 45 kilómetros para la mayoría de los asuntos burocráticos y comerciales.

    Al salir del viejo casco del pueblo, de pronto se halló frente a un extenso rosario de oscuras casuchas y a su derecha un viejo pescador como una momia acartonada parecía bailar, a causa del fuerte viento que zarandeaba su amplío impermeable amarillo. No obstante el viejo que parecía perder su vista en las rojizas aguas del río, sin importarle el viento terminó colocándose de cuclillas y sin dejar de chupar la pipa con fuerza sé hecha la gorra sobre la frente.

    Había llovido fuerte en Monte derramo esa noche, y de las Serras de Mamede y do Burgo, el río Mao venia crecida aunque a lo lejos se debilitaban sus aguas al entrar en los embalses de Endrada y Leboreiro. Cerca de la entrada de la casa de sus abuelos, ya vio a su abuela Asunción recogiendo con voz recia los animales domésticos que se movían con libertad por el prado que rodeaba la vivienda. – ¿Eres tú, granujilla? – ¡No te esperábamos, pues pensamos que pasarías más tiempo con tu tío Francisco! – ¿Creo mocoso que lo que pasa es que no puedes pasarte de tus abuelos y sobre todo de tus amistades femeninas de Monte derramo? La abuela que miraba y admirada al mocetón de su nieto, después de su habitual fuerte abrazo, sonrío guiñando los ojos maliciosamente.


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    Era una satisfacción encontrarse de nuevo en su casa. ¡Cómo amaba él aquella buena familia que tantas veces le habían fortalecido en los momentos de desaliento! La abuela le pidió después que se sentara en el banco de piedra con ella para que le contara todos los pormenores de su instancia en la Universidad de Salamanca. El abuelo llegó poco después medio encorvado y sin dejar el veneno del tabaco entre sus labios y que estaba acabando con su precaria salud.

    De su abuelo, después también hubo besos y abrazos. – ¡Vaya, vaya! ¡Qué sorpresa!… ¡Cuánto me alegro de verte de nuevo! Dijo secándose con el pañuelo sus lágrimas. Y poco después, no tardo en llegar la cariñosa vecina de al lado, de la que recibió con expresión infantil los dos besos sonoros que ella estaba habituado a darle. – ¡Cómo la quiere a usted este chico! – dijo su abuela.
    –No puedo quejarme de su nieto, José es muy bueno… – Cada vez deben de estar ustedes más orgullosos de él… – ¡Qué guapo es! – Es el vivo retrato de su madre… – Pero por lo contrario de mi hijo Vicente; cada vez estoy más preocupada por él. Estas palabras debieron de halagar mucho a sus abuelos pues correspondieron a ellas con una prolongada sonrisa.
    –Oiga usted, señora Ramona; tengo entendido por mi abuela, que Vicente le da muchos disgustos.
    – Así es hijo, no solo él, sino muchos jóvenes del pueblo. – Ya iras hijo viéndolo con tus propios ojos; pero…  ¿qué quieren ustedes? Debe ser cosa de su edad, pues a la juventud de hoy dicen que hay que dejarla divertirse y todo pese a que están perdiendo ellos solos la salud. Después se limito a callar y su forzada sonrisa de extremada bondad, dibujaba en su rostro la ignorancia estúpida de una madre, que sigue admirando como parte de su ser, a un hijo que se halla a los límites de su perdición.
    – Estoy muy triste, José, muy deprimida, estoy deseando que hables con él, a ver si me lo convences que quite esas compañías. José sonrió con un punto de amargura.
    –No se preocupe, lo haré y la doy un beso señora Ramona. A estas palabras consoladoras, la señora sonrió también, no habló pero se acerco a él y se dejo besar.
    –Señora estoy tan apenado como usted, en el autobús he visto a Juan Sánchez el de María, la que murió asesinada y me asustó mucho.
    ¡Ay, santo Dios! – ¿Qué habré hecho yo para tener que cargar con semejante cruz?
    – ¿Sabes Hijo, que mi hija Elena, la que es más joven que tú, también se me droga?
    Estos perros contrabandistas, nos los están matando a todos. Antes, los hijos de su madre, pasaban café y tabaco; pero ahora, los maricones, (perdona José) pasan la droga, ese veneno que nos los está matando. Y después llevándose las manos a los ojos, Ramona rompió a llorar con desconsuelo.

    Al otro día por la tarde con el fin de abrazar su tía Irene, se acerco al pueblo; pero llevaba lloviendo todo el día y aquí el mejor refugió de la gente son los sopórtales de la plaza mayor. Su tía vive en un segundo piso y, desde los ventanales de su balcón domina a la perfección toda la plaza y pese a que no sabe latín, para todos tiene su propia letanía, pues desde su atalaya no se escapa bicho viviente de su acústico control y por eso José para sí mismo pensó: «Si, señor, yo creo que tampoco sabría hacer ni ir a ningún otro sitio. Además, todos los entierros pasan por la plaza y alguien tiene que llevar la cuenta de los muertos y si no quien va a contabilizar las vidas que el tiempo va segando y, además, si alguien quiere saber otras cosas ella siempre tiene una historia nueva que contar.
    – Si ella no sabe leer ni escribir, pero lo adivina todo: los amores secretos, así como los desamores y sus consecuencias; nadie en Monte derramo escapaba de la vista de su atalaya ni de su insaciable sed de curiosear la vida de los demás».

    De su tía reconoce que fue muy buena con él, y a la vez hacia un licor de café como nadie, como también unas rosquillas que te chupas los dedos: – ¿Tía usted piensa que va seguir lloviendo mucho tiempo?
    – Sobrino no lo sé, pero a mí lo mismo me da ya que siempre estoy aquí encerrada, dado que tu tío siempre está en la taberna borracho y con ese dichoso fútbol. Aunque a mí también me gustaría que saliera el sol, no crees. – ¿Bueno José, no vendrás también a preguntarme por esa “señorita” que no sé cómo se llama y pese a que cada vez lo tengo en la punta de la lengua no llego a recordar su nombre?…
    ¡Si ahora me acuerdo, se llama Filomena!  (La que trabaja en la centralita de correo). – ¡Si José, yo lo sé todo! – ¡Esa mujer es una furgia! – Y después de ti, siempre hay otro y andan diciendo que va pegando ladillas a todos los mozos y estoy segura que algún portugués se ha ido bien servido, aunque eso yo sé que es un mal menor, ya que muchos de tus amigos han muerto o están enfermos del Sífilis o de algo peor.

    – Vuelve con Vicenta la hija del veterinario, es buena chica y aunque no es muy guapa, tiene unas mamas capaces de dar leche a todo un colegio. ! También hay otra que me pregunta mucho por ti, que se llama Rosario, que aunque parece mujer precavida; se dice que ya de muy joven debió de ser igualmente dadivosa, hospitalaria, cachonda y amiga de parrandas y amores fáciles.

    Llueve con cierta intensidad, sobre la plaza mayor de Monte derramo, pero su tía Irene sigue en su puesto de vigilancia. – José, desde aquí veo como a tus amigos van llegando uno a uno a la cafetería del tío Gamuxo y pienso que ellos no deben saber todavía que estas en el pueblo.
    – Tía déjese usted de coñas, que a veces pienso que usted siempre está tirando puntadas y, además, lo hace muy bien.
    –José, debes saber y ahora va en serio que el demonio anda suelto por este pueblo.
    – ¿Tía cuantas veces tengo que decirla que el demonio no existe?
    – Pues yo creo que sí, pues desde hace unos años los jóvenes están demacrados y por sus malos pasos la fatalidad está segando muchas vidas. Además, te voy a decir una cosa que todo el mundo sabe y que tú no porque no paras por aquí. Recuerdas, al hijo de la tía Margarita, el que jugaba de portero en el equipo de fútbol que se llamaba Venancio, pues murió de una sobre dosis de ese veneno que lo llaman coca y también su hermana la pobre de Lorena no durara mucho.
     Esa es la verdad, pero en fin yo creo que su familia hizo lo que pudo, al dejarla en un buen hospital y todo pagado. Al parecer es ella quien ha contaminado a casi todo el equipo, de una enfermedad que dicen que viene del extranjero y no sé como la llama; pero te aseguro que es mortal.  Antes las familias estaban muy unidas, pero mira esta familia donde misma otra de sus hermanas que no se parecía mucho a ella, terminó fumando porros y aceptando proposiciones al catre.

    Buen sobrino, serán pocas las precauciones que tendrás que tomar y yo lo único que puedo hacer es rezar todas las tardes un rosario para que el Señor te ayude.
    –No, no, descuida tía que yo ya estoy bien informado y, por tanto, atento a todas estas cosas.
    – ¿Dónde aprendiste?
    – ¡En la universidad, que es donde te preparan y te enseñan hacer frente a la vida!
    –No obstante sobrino, serán siempre pocas las precauciones que tomes.
    –Bueno tía dejemos esto, ya que a mí me preocupa otra cosa y por eso le diré que estuve hablando en Zamora con tío Francisco y con María la buena de su sirvienta.  ¡Y sabe y yo no estoy de acuerdo con lo que él tío dice que todas las madres van al cielo derechas/! Pero yo tía sigo interrogándome y le diré que no todas las madres son buenas y sobre todo las que abandonan a sus hijos.
    – Tía, a mí me parece que no hablo latín, para que no se me entienda, no cree y, además, la buena de María me dijo que usted es la persona más adecuada para aclarar el misterio de mi madre.
    – ¡Ay hijo, qué cruz me mandó Dios Nuestro Señor con los amores prohibidos de tú madre! ¡Pero a la vez yo pienso que si Dios lo quiso así, será porque no pudo escapar del embrujo del amor!
    – ¿No la entiendo- tía?
    – ¡Anda! ¿Y por qué lo ibas a entender? Hay muchas cosas que no se entienden sobrino, y ante eso no-queda más que aguantarse. Un día los justos recibirán su recompensa, mientras los “pecadores” caerán en la horrible caldera de Pedro Botero y, mismo yo, no creo que los servidores de la Iglesia que hayan pecado tengan las puertas abiertas del cielo.
    – ¿Pero tía que quiere contarme con esto, sea usted más explícita?
    – ¡Calma, calma!
    No, no puedo hijo, cuando termines tus estudios te contare todo; ahora perdona no puedo y un día lo entenderás. Bueno José, vete con tus amigos y no olvides mis advertencias déjalos con sus problemas, tú tienes que hacer lo que tu madre y tu tío siempre quisieron de ti un hombre de provecho y estoy seguro que un día terminaras perdonándolos. Y no olvides sobrino que ellos te siguieran siempre queriendo.
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    Última edición por pablogarcia1941; 05-jun.-2015 a las 09:27 Razón: para seguir

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    n la plaza no dejaba de llover y José no tuvo que salir de los sopórtales para ganar la cafetería del tío Gamuxo. Al entrar en la cafetería detrás del mostrador se hallaba la esposa de Antonio Gamuxo, una mujer voluminosa con la obesidad blanduzca y el cutis enfermizo que se produce al habituar el organismo a una continua oscuridad y la asfixia del tabaco y a su lado su hija Teresa sirviendo a los clientes sin dejar de observarle con gran simpatía.
    – Bienvenido José y un abrazo pues mi esposa y yo así como mi hija Teresa no dejamos de mentarlo. ¡Pero cómo siempre está usted tan ocupado con sus estudios!…
    – ¡Vaya, vaya! – ¡Qué sorpresa! – ¡Cuánto me alegro de verlo dijo con una sonrisa y un beso sonoro la señora Matilde y fue en ese instante cuando notó en las dos mujeres cierta diferencia en el trato! Después se agotó el repertorio de frases halagadoras y al sentirse perturbadas las dos mujeres sin saber que decir volvieron a sus quehaceres.
    Todas los días y al anochecer se reunían allí los amigos de él y, en sus tertulias terminaron por crear un equipo de fútbol a si como un peña de seguidores del equipo provincial y mismo si el Gamuxo quiso impedir siempre los porros en su establecimiento le fue imposible llegar a controlarlo.
    – ¿Cuándo dejaran de fumar esa hierba, estos granujas? Gritaba cada vez que salía del fondo del café el señor Gamuxo. – ¿Qué les habré hecho yo para que vengan a desacreditarme el establecimiento? ¡Nada, un día tengo que sacarlos en medio de la plaza, ya que han están traicionado mi confianza!

    ¡José, no pudo más que reírse de la forma que él arbitró como le llamaban al tío Gamuxo reñía a sus amigos! Gamuxo, al ver como José reía, protesto de nuevo recordándole que él, guardaba buenas relaciones con ellos y que si no se cuidaba se perdería como ellos. – ¡Vaya asco!  ¡Como si este estudiante de poca monta hubiese asistido a cursos sobre la materia o conociera los problemas que estaba causando la dichosa droga!– ¡José, vete al carallo, no me digas que tu aun vives en otro mundo! Al fin, José, en vista de las continuas protestas de Gamuxo, decidió bajo la mirada, cariñosa de Teresa pasar a la sala donde se reunían sus amigos. Él sabía que Antonio Gamuxo le apreciaba como muchacho serio y estudioso pero, además, sabía que a José le tenían cierto respeto todos los jóvenes del equipo y eso le animaba a considerarle capaz de imponer cierta seriedad entre ellos.

    Al entrar en la sala, saludo a todos, a la vez le alegro ver como la mayoría de sus amigos se levantaron para abrazarlo con gran simpatía y poco después la animación fue surgiendo de nuevo en la sala. Pero al fijarse en los rostros de sus amigos fue cuando reconoció que Gamuxo y su tía Inés, estaban lejos de saber en la situación calamitosa que se encontraban sus amigos. Estos en su mayoría se hallaban sentados en los cómodos sillones de la sala con los ojos perdidos en el techo como si se sintieran en el séptimo y eterno cielo o algo más allá de la gloria y mientras un olor pestoso a marihuana se extendía por la sala. Alguien le ofreció un canuto o un poco de “chocolate”, que era el argos que usaban ellos para denominar a estas drogas y a la vez se justificaba a legando que no hacía más mal que un simple cigarro. No obstante José, se negó en todo momento en aceptar dicho veneno.

    Después se acerco su mejor amigo, que adormecía al fondo del salón y que no era otro que el hijo de Ramona la vecina de su abuela que le pregunto: – ¿Eres tú, José?
    –Soy José, tu amigo.
    Su amigo como si buscara su voz, entreabrió los ojos y miró como si una sombra se cruzara sobre el techo, a la vez que como un autómata era incapaz de controlar los movimientos de su cabeza por encima de su hombro. Era como si la figura de su amigo José, aun difusa tardara en llegarle.
    – ¡Amigo Vicente!  ¿Sabes que sé té está muriendo de pena el corazón? Debes de pensar más en ti ya que té estas matando.  ¿Amigo, te pido que reflexiones y pienses más en tu situación?
    –José, ya sé que vienes a contarme que Macario murió de una sobre dosis, y que Juan Sánchez está gravemente enfermo. Pero eso ya lo sé.
    No te fijes tanto en los demás y no te apures por mí. Pues yo tengo guardado mi dolor en un sitio seguro y lo que deseo es que se apague mi corazón cuanto antes.
    – ¡Vicente he venido a ayudarte!
    –Entonces adiós José, dijo con desprecio Vicente. – No insistas, no te necesito. – ¿Por qué Vicente no dejas que te ayude en tu desconsuelo?
    Dijo José intentando protegerle con sus brazos, a lo que Vicente con un brusco gesto le rechazo. –«Vicente buen amigo no dejes que se te apague el corazón; sé fuerte y no permitas que la pereza te destruya. Después vio como su amigo se alejaba con paso torpe, en busca de un sitio más tranquilo de la semi-oscuridad de la sala, mientras una música repetitiva y sin ninguna armonía sin más le traspasaba los témpanos. A la vez un grupo reducido de jóvenes, con vulgar torpeza bailaba sin ritmo ni concierto, a la vez que sujetaban en la mano un vaso repleto de alcohol y en sus bruscos movimientos una bola de luz de todos los colores que giraba en el centro de la sala hacia de ellos continuos y absurdos gestos. Luego quiso acercarse a Lorena, la hermana de Vicente; pero tuvo que esperar al estar ésta bailando abrazada a un hombre mayor que ella, a la vez que observaba que apenas los dos eran incapaces de tenerse de pie.

    Sé hacía imposible soportar aquel zumbido, pero por desgracia la música seguía tocando sin ritmo ni concierto y ante esta situación sentía que la cabeza le explotaba. Poco después vio que Lorena caminaba con los pies descalzos por el pasillo a la vez que se tambaleaba y hablaba sola. José aprovechó la ocasión y se acerco lo más posible para poder hablarla en el oído, pero ella sacudió la cabeza y con una triste sonrisa le miró con cierto desprecio y le dijo: – Déjame tranquila que estoy cansada y tengo mucho sueño. Por todo esto con gran tristeza, José no pudo evitar que ella sin volver a levantar la cabeza se alejara cubriéndose la cara y sollozando.

    José, quedo a la vez un instante meditando, con la cabeza caída y atento a su llamada; pero al ver que esto no sucedía, se acerco de nuevo y la dijo: – « ¡Hay, Lorena, lo preocupada que está tu madre por ti y tú lo arreglas todo llorando!». No hubo contestación a sus consejos, y ante las circunstancias, cruzó la puerta de la sala y sin despedirse de nadie salió a respirar aire fresco a la calle.

    José sintió el olor agradable de la humedad de la lluvia y se asomó por ver como por los canalones de los tejados apretaba su lluvia para después más tranquila buscar los sumideros de la calle. Luego siguió caminando bajo su paraguas y como la lluvia no arreciaba recordó cuando su abuelo le explicaba que dependía del lado que llegaban las nubes, que así se calculaba el tiempo que iba a seguir lloviendo.

    Serian más de las tres de la madrugada, cuando llego a su casa.
    – ¿Quién es? –Pregunto con voz soñolienta el abuelo.
    – ¡Ricardo, es José tu nieto! Su abuela Asunción se fue hacia la puerta de la cocina, para aparecer poco después con un par de huevos fritos con tomate y acercarse a él dijo: –Nos tenías preocupados por tu tardanza. – ¿Dónde estuviste? Pues vinieron a buscarte tres jóvenes y entre ellos, Vicenta la hija del veterinario.
    –Abuela estuvo con tía Inés y después fui a ver a mis amigos a la cafetería y vengo desmoralizado. ¿Usted no sabe abuela lo que visto en esa cafetería?  ¿La verdad es que yo no me imaginaba en qué estado se hallaban mis amigos?  Le aseguro que yo estaba dispuesto a ayudarles, pero tendré que dejarlos porque ya es demasiado tarde.
    – ¿Hijo que puedes hacer tu? Ellos se lo han buscado y te aseguro que se les a podrido el alma... ¿Lo que te digo es cierto?  ¿Y no me digas hijo lo contrario?

    José se despertó tarde, murmurando algo que formaba parte de la pesadilla que soñado había tenido. Su nueva situación le había creado, un exacerbada angustia que después de todo lo que le había ocurrido en las últimas cuarenta y ocho horas y seguía preguntándose que era exactamente lo que podía hacer: «¿Habría llegado a juzgar muy severamente a sus amigos?». Pero poco a poco se fue tranquilizando y comprendió que había tantas preguntas a sus respuestas que decidió dejarlas en el aire.

    Al día siguiente se levanto tarde y como tenía por costumbre los domingos se dirigió sin prisa a la plaza que era donde se centraba todas las actividades del pueblo y una vez allí como siempre se acerco a la cafetería de Gamuxo que se hallaba hasta los topes. El aperitivo era algo que los españoles sobre todo los días de fiesta no perdonaban y por eso con tanta clientela los camareros realizaban su trabajo entre chillonas voces. Con cierto disimulo y después de una rápida mirada se dirigió hacia la barra donde se hallaba Teresa atendiendo la caja.
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    Tengo que reconocer que ese día Teresa con una blusa de manga corta y un escote tan pronunciado que hacia visible el principio de sus voluminosos senos estaba radiante. La verdad es que nunca había visto nada tan deslumbrante como la belleza de sus pechos. – ¡Hola Teresa, como veras ha parado la lluvia! Teresa que había oído mal sus últimas palabras, se levantó e inclinó con cierta malicia su busto hacia él. – ¡Qué buena actriz era Teresa, sabia de su poder de seducción!
    – ¿No me podrías servir una copa?
    – ¡Para ti José, yo tengo todo lo que me pidas! Y le sonrío de nuevo con esa sonrisa que recogía todo lo que había de bueno en su interior para a él. José apoyo sus codos en el mostrador y perdiendo de nuevo su vista entre el exuberante escote le dijo: – ¡Pero en serio, no puedo creerte!  ¡Perdona Teresa, pero no he debido de entender!
    –Eres un mirón, – exclamo divertida Teresa.
    –Sólo estaba mirando tu blusa.
    – ¿Es que no te gusta?
    –Claro que me gusta. ¡Eres una muchacha muy bonita! ¿Pero porqué llevas tanto escote?
    –Mis amigas dicen que ahora en España somos más libres y hay que estar a la moda. Explicó humildemente ella.
    –Es una materia que no voy a dominar nunca bien, sobre todo si se trata de la mujer que me gusta.
    – ¿No me digas José que estas celoso de que los hombres me miren?
    José sonrió torpe e incapaz de hacer frente a su pregunta, guardo silencio a su pregunta; pero al no poder prolongarlo más tiempo, sin pensarlo más le soltó todo lo que llevaba dentro.
    – ¡Teresa, estoy locamente enamorado de ti, por eso me he planteado ser tu novio! – ¿Qué piensas?

    A Teresa a la vez que se le ilumino el rostro, exclamo mientras se retocaba su peinado: – ¡Caray! – ¿No sabes cuánto tiempo llevaba esperando esta declaración de tu parte?
    – ¿Que quieres decir con eso?
    –Pues lo que he dicho, que aceptó aunque a tus ojos parezca una joven muy moderna y excéntrica.
    –La verdad Teresa, es que eres encantadora, al darme esta oportunidad.

    Todo el mes de agosto, Teresa y José se vieron todas las noches, pero recuerda que una noche, se le apagó la voz hasta hundirse en su interior. Todo sucedió cuando sintió que se clavaba en su pecho el prieto sujetador que llevaba ella y ante tal situación ocurrió lo que tuvo que ocurrir. Pues la tenía tan cerca que dudo en besarla con tanta intensidad que casi no podía respirar; pero ante la dulzura sus labios siguió besándola. El beso fue tan prolongado que ella se fue doblando más y más hacia él que se asusto. Es verdad que no era esto nuevo para él, ya había sentido la pasión del amor en más ocasiones; pero ahora se sentía ahogado y sumido entre amor e incertidumbre. – ¿Qué maravilla es besar cuando sé está enamorado, pensó con respiración entrecortada? Luego al sentir la respiración jadeante de Teresa en su hombro, no pudo por menos de y estrecharla más fuertemente a la vez que la beso de nuevo, para des pues preguntarse:  « ¿Era esta una invitación o una indicación de que estaba dispuesta a todo?».

    Ante esta apurada situación que se había creado, él poseído por una irracionalidad masculina se dijo que tal vez era él que tendría que dar el siguiente paso ya mientras su corazón le continuaba latiendo fuertemente, ella seguía respirando sofocada. Es verdad que era difícil poder controlar tal situación que le arrastraba a cometer una locura de la que un día podría arrepentirse: « ¿Santo cielo  debía de pensarlo antes de cometer una locura? Él no podía hechor en saco roto los consejos de su tía y, además, después de lo que había visto en su cafetería sobre las contagiosas y graves enfermedades derivadas de las drogas o como mal menor un embarazo prematuro. Después también se acordó de su madre e intentar frenar sus impulsos y no pasar a los actos. – ¿No, no podemos cometer una locura de la que tengamos más tarde que arrepentirnos?
    – ¿Estas bromeando? Dijo Teresa, separándose bruscamente de él, al tiempo que intentaba relajarse: –Háblame de ti ahora. ¿Cuales son tus intenciones?
    –Teresa, Sólo tengo una y es convertirme en un buen abogado.
    Fue al escuchar las palabras de José que Teresa se dio cuenta que José no bromeaba que forzó una sonrisa.
    –Me parece muy bien. ¿Pero y yo que cuento para ti  Nada o un simple pasa tiempo?
    –No, no es eso. Pero si te pido que seamos prudentes. Al parecer son los hombres siempre más impulsivos que las mujeres, pero te pido Teresa que esperemos el momento en que mi situación sea mejor.
    – ¡José, me parece que tú no eres sólo prudente sino que tienes miedo de mi vida privada, también té falta confianza y eso me da mucha pena! No, no hay necesidad de comprometer tu salud ni tu carrera y como creo que hablas en serio y tienes miedo dejemos las cosas como están. Después Teresa rompió a llorar y se fue alejando por el camino hasta perderse entre follaje de la alameda.

    –«Pobre de ella. Se ha de haber sentido incomprendida y abandonada», se dijo luego José, al ver en el estado en que Teresa le había abandonado. «Nos hicimos la promesa de querernos mucho y a la primera dificultad, se acabo todo». Teresa era tan bonita, tan, digamos hermosa, que el no hacerla suya; no era más que la justificada causa que llevo a su madre a la irreparable situación en la que él se encontraba.

    Él imaginaba ver aquello a través de los recuerdos de su madre y de la nostalgia de sus abrazos y suspiros. Siempre la recordaba por sus continuos suspiros, por un hombre que nunca quiso dar su nombre. « ¿Quién será?» Volvió a preguntarse, mientras un rencor vivo iba ganado de nuevo sus sentimientos. ¡Qué pena sentía, al recordar a su madre! Siempre guardaba en el bolso de su camisa junto a su corazón la única fotografía de ella, que un día les robo a sus abuelos escondida en un armario y desde entonces la guarda como su mayor tesoro.

    Después, se dio la vuelta y acelero el paso al percibir que una lluvia fina le calaba la piel, además, sólo quedaba él en la oscuridad de la noche el fino ruido de la lluvia que había terminado silenciando el murmullo de los grillos. Sin prisa, y calado hasta los huesos no quiso volver al pueblo y dirigió a su casa. – ¿Qué está haciendo abuela? – ¿Parece que está usted rezando?
    –No, hijo, solamente estaba viendo llover. Su abuela le miró con aquellos ojos grises y apagados y como queriendo adivinar lo que había dentro de él. – ¿Qué te pasa José? Tu cuerpo esta mojado como si hubieras abrazado la lluvia.
    – ¿Abuela, vengo triste y no sé quién puede ayudarme?
    – ¡Bueno José, te diré que yo sólo puedo consolarte momentáneamente, pero en tus amoríos eres tú el único que puedes solucionarlo! – ¿Hijo, que puedo hacer yo más que rezarte un rosario?

    Por la noche siguió lloviendo y sin poder dormir entretuvo su tristeza mirando caer la lluvia y los continuos relámpagos que iluminaban su cuarto y suspirando su tristeza terminó por oír una tras otra las horas del reloj de la iglesia. Hasta que por fin, la madrugada fue apagando sus recuerdos y sé quedó dormido.

    Días después, por fin le llegaron los documentos para su admisión en la Universidad de Madrid y su fecha de presentación seria el 22 de septiembre. Una semana apenas le quedaba para preparar su viaje y por eso decidió ante todo despedirse de la familia y amigos. Las ocho de la noche serían cuando salió, para hacer la visita prometida a su tía Inés; pero como tenía que ir a la Plaza Mayor, aprovecharía también para despedirse de sus amigos en la cafetería de Gamuno.

    Al llegar a los sopórtales de la plaza le sorprendió un importante grupo de chiquillos creando un ensordecedor e insoportable griterío. Eran los hijos de su tía, los cuatro hijos de Adeca la buñolera y los de Maronita Bucinos la mujer de Ricardo el aguacil. ¿De dónde habían salidos aquellos niños? Pero reconoció que eran la alegría y el estorbo del barrio a través de sus gamberradas cada vez más sonadas. Algunos llevaban entre sus labios, un cilindro de plástico imitando un cigarro encendido y en aquel murmullo ensordecedor dos chiquillos se le abrazaron al cuello para decirle: ¡Hola tío, somos tus sobrinos aunque no nos hallas reconocido! Con cierta alegría José quedo recopilando los años que separaban a sus sobrinos y admitió que no les había reconocido aunque sí con cierta que le causo alegría él volver a verlos así como sus actitudes abiertas y los tanteos de su fiereza.

    El comedor de su tía Inés se hallaba situado al poniente, por eso estaba caldeado como un horno y en él se hallaba su tía Inés y una señora mayor que hilvanaban junto a la mesa a la vez que charlaban en voz alta a causa de la sordera avanzada de la señora en cuestión. Su tía al verle se levanto y la señora sorprendida por su presencia dejo también la costura. ¡Hombre! Dijo sonriendo su tía Inés sin dejar de abrazarle… – ¡Mire doña Villareño es mi sobrino José, el hijo de mi hermana Margarita!
    ¡Cuánta ternura brilló en los ojos de su tía al mirarlo, a la vez que él, la acariciaba con los suyos ya que siempre fue para él como una madre!

    Turbado por la presencia y las continuas frases de ternura de doña Villareño y a quien poco conocía José término por no separar sus labios. A la vez que la miraba con la mima atención que se asemeja a la estupidez. Por último con esperanza de que cesaran sus besuqueos la dijo: ¡Señora…no me bese más, que no soy tan santo!

    SE SIGUE DESDE EL CAPITULO III

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    Después más tranquilo, disimuló observando el reloj de pared que era más viejo que el tiempo, pues su mecanismo parecía no tener más misión que ahuyentar las gordas y atrevidas moscas que se hacían cada vez más pesadas. Por lo contrario de las paredes colgaban cuadros modernos adquiridos sin la menor duda a bajo precio en algún mercado, así como retratos de sus tíos, hijos y de sus abuelos. Aunque no llegaba a comprender por qué no había ninguno de su madre, ni aquí ni en su casa de sus abuelos. Luego, volvió la vista para observar de nuevo a la señora Vilariño, que no tardó en preguntar a su tía por su hermana Margarita.
    – ¿Inés sabes que sigo inquieta por lo que sucedió con tu hermana Margarita?
    ¿Señora, me puede decir por qué pregunta ahora por mi hermana?
    – ¡No por nada, por simple curiosidad!
    –Señora cuidado con lo que habla y le aconsejo que no haga ningún mal comentario sobre lo que ocurrió con mi hermana.
    –Yo te juro Inés que no quería ser imprudente contigo. Dijo ella con los ojos húmedos por las lágrimas, a lo que después su tía ya más tranquila la miró con pena para decirla: –“Tonta”, no ha sido para tanto. Las mujeres lloramos por cualquier cosa, pero le pido que no vuelva a tocar el tema y tu José por favor siéntate aquí hasta que venga tu tío.

    Su tío llegó a su casa como todos los días pasadas las nueve de la noche, fatigado, triste y pensativo. Al entrar le abrazó sin fuerza y soltando el bolso que llevaba la comida al trabajo, apoyó los codos en la mesa del comedor y se limitó a pedir que le sirvieran la cena. Para su tío, la sola ilusión existente, era el Deportivo de la Coruña su equipo de fútbol preferido y su único gozó era cuando ganaba su equipo y la bebida. Era el prototipo de hombre perfecto de la miseria disimulada. Después, José siguió por intervalos paseando su mirada por la mesa, en espera de una pregunta por parte de su tío que no llegaba; hasta que media hora después de llevar sentado, observó que se había producido un cambio perceptible entre sus tíos, ya que de pronto dejaron de hablar y esto a él le pareció como si se sintieran a disgusto con su presencia.

    Luego José respiró hondo hizo un esfuerzo y dirigiéndose a su tía con el fin de lograr abrir de nuevo la conversación les dijo: –Resulta…–Bueno tíos, esta parte del verano llega a su fin y la semana que viene saldré para Madrid ya que ha sido aceptado mi ingreso en la Universidad y es por eso que vengo a despedirme de Uds.
    –Me alegro de que todo vaya saliendo bien y, además, haces muy bien en tocar el asunto, porque Adolfito Mazo, el hijo de Merexildo el constructor, también ingresa en la universidad de Madrid.  ¿Te debes acordar de él, dado que fue al liceo contigo y más tarde siguió sus estudios en la universidad de Santiago? ¿Por qué no vas a verle?  ¡Tal vez pudierais llegar a un acuerdo en lo del viaje!

    Al entrar en el café restaurante de Gamuxo, uno de pronto se halla en la mayor penumbra al estar cargado el local del humo del tabaco y de los refritos de las sabrosas comidas que llegaban de la cocina. La primera mirada de José fue directa al mostrador en busca de Teresa y no fue difícil encontrarla ya que acaparaba la mirada de todos por su belleza. Teresa no tardo en darle las gracias por su visita con esa sonrisa radiante de reconocimiento que la caracterizaba.
    Durante un buen rato estuvo encantadora y muy atenta con él, pero cuando le dijo que venía a despedirse de ella porqué marchaba a Madrid; pasó a dejar de ser graciosa y a ser mordaz, para finalmente reprocharle que él hubiera desbaratado con su triste noticia todos sus planes. – ¿De verdad me quieres tanto? Pregunto José.
    – ¡No sabes cuánto! ¡Te deseo terriblemente!  Mira vámonos ahora mismo a mi cuarto y te lo demostrare. José dejó escapar un pequeño suspiro entrecortado, y mismo si no pudo bien entender lo que le había dicho los gesto y el tono eran suficientes para llegarle la vibración de aquel enamorado gestó. Nunca le había pasado esto y su declaración le causaba tanta emoción y tan honda que reconocía que nunca hasta ahora lo había sentido.

    No cabe la menor duda que era la mujer más bonita y atractiva que había conocido nunca. – ¡Teresa, yo también te deseo, pero no puede dar ese paso ya que los recuerdos de mi madre me lo impidieron y todo porque tú para mí no eres una mujer como las otras!
    – ¡Eres muy romántico José! – ¿Pero qué puedo yo esperar de todo esto?
    –Teresa, tú lo sabes bien. –respondió él con expresión grave.
    Teresa, sin esperar la respuesta, miró fija a los ojos de José y recogiendo sus manos entre las suyas le dijo: – ¿No sé si podré esperar tu vuelta, sin hacer una locura y buscarte por todo Madrid? ¿Crees tú qué es eso lo que debería de hacer?  ¿Pero por favor te lo suplicó? Mientras tanto, no se te olvide escríbeme todos lodos días.

    Si importarla la mirada atenta de los clientes, ella se puso a llorar en silencio, y ante tal situación José separó sus manos de ella y sin decirse nada se fue alejando hacia el fondo del establecimiento con el fin de despedir a sus amigos. No sin antes observar de reojo como a Teresa la era difícil contener su amargó llanto y por eso abandono el mostrador entre sollozos como podría ocurrir a toda mujer realmente enamorada.





    SE SIGUE CAPÌTULO IV

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    Gracias y se sigue

    CAPÌTULO V

    Aquella mañana del mes de marzo fue la más alegre para José, pues acababa de recibir carta de Teresa donde le comunicaba que su tío la empleaba como dependienta en su cafetería situada muy cerca de la Plaza de Tirso de Molina. Esta noticia le puso contento porque a él, le quedaban casi dos años para terminar sus estudios y Teresa llevaba tiempo insistiendo en que no podía vivir sin él.

    La verdad es que a él, también le faltaba Teresa; pues a excepción de algunas tardes que marchaba con sus libros a una casa de huéspedes cercana a la universidad, donde vivían algunos de sus compañeros de aula. El resto de su tiempo era una rutina no-acto para jóvenes enamorados como él. Algunas tardes iba a pasear por el Paseo de la Rosaleda, hermoso y apacible vergel, donde repasaba sus libros de texto. Pero su estado depresivo se desvanecía al atardecer cuando se acercaba a un café cercano donde se celebraban en alegres tertulias de estudiantes y entretenidos con conciertos de música de todos los gustos se le olvidaba todo.

    Llevaba ya días contando las horas, pero bien recuerda que pese a no conocer bien la capital se decidió por coger el metro en la Moncloa, para después de hacer transbordo en Puerta del Sol dirigirse a la estación de Tirso de Molina. Pero fue al salir cuando quedó desconcertado y confuso ante el bullicio el multitudinario espectáculo que ofrecía la plaza al paso del carnaval. Al frente del cortejo marchaba un cabezudo de cartón de grandes dimensiones y detrás un enjambré de chiquillos gritando. –“¡No me conoces!… – ¡No me conoces!”… Detrás entre grandes risotadas, el grupo de muchachos cubiertos con caretas, que se le acercaron y entre gritos ensordecedores terminaron por inyectarle con una especie de cartucho una espuma pegajosa de colores en la cara y el abrigo.

    No le fue difícil encontrar el bar cafetería, situada en el número 65 de la calle Atocha, pues a continuación se hallaba el Cine Monumental. Después y una vez en el interior, no tardó un camarero con cara de buenos amigos para pedirle que bebía.
    –Una cerveza y a la vez vengo preguntando por Teresa Gamuxo.
    –Siéntese usted joven. –Está usted en su casa, y además, sepa que me ha hablado tanto mi sobrina de usted que no me es difícil adivinar quién eres y pido que ya me considere como de la familia. Después se presentó como Ernesto Gamuxo y como tío de Teresa, le pasó la mano por los hombros, para después con unas palmaditas preceptoras terminar por satisfacer a José.

    Fue aquel un periodo muy feliz de su vida, ya que casi todos los días se encontraba con Teresa y poco a poco fue olvidando sus perjuicios derivados de la situación moral que le causaban los recuerdos de su madre. Todo cambio para él y reconoce que terminaron por amarse allá de donde podían, en el cine o en él los jardines del retiro esperando la caída de la noche y mismo de pie en el rincón oscuro del portal. Hasta que una noche que la acompañó a su casa, acabaron por acostarse en el rellano de la escalera y fueron sorprendidos por el conserje del inmueble que salió despavorido sin llegar a reconocerlos. También se amaron, agazapados en las últimas filas del cine y lo que más le gustaba a Teresa era que la apretara fuerte en el metro y cuando la gente les empujaba. Por todo eso por el día, cuando no pensaba en los estudios en su imaginación, la sentía siempre a su lado con la mima ilusión de siempre dado que cada día que pasaba su pasión por ella era más intensa.

    Porque el dinero de su tío y la beca apenas le llegaba, su nueva situación le llevo a pedir al tío de Teresa trabajo en el bar. Ernesto Gamuxo accedió con gran satisfacción y, sobre todo porque los sábados y domingos eran cuando el bar tenía más clientes y especialmente las mañanas del domingo. La verdad es que esto le permitió estar más cerca de ella y justo en ese momento en que su amor crecía día a día y, además, reconocía que aquel amor era el único lujo que tenia, haciéndole olvidar por instantes la tristeza que le causaba la ausencia de su familia y especialmente la de sus padres. No obstante, aquel dolor que por momentos parecía hacerle olvidar, no tardaba poco después en volver a clavarse con más fuerza en su alma.

    Terminó, por hacer bien su trabajo de camarero y poco tiempo después con su esfuerzo y la ayuda de su compañero Jerónimo. Acabó por levantar la simpatía de los clientes habituales. Jerónimo Sánchez era de un pueblo de la provincia de Murcia y el hombre mejor del mundo pese a que todos le consideraban un hombre que no servía para nada. Tenía más de sesenta años y según él, procedía de una familia de Hidalgos. Pero la verdad es que nunca tuvo suerte ya que en sus mocedades había sido militar, pero por servir mal al ejército, pronto se vio forzado a dejar las armas. También había sido empleado de banca, pero cumplió mal y terminaron por echarlo. Hizo de acomodador del famoso cine Carretas, y al parecer careció de carácter para expulsar los homosexuales y prostitutas que trabajaban sus clientes en el patio de butacas y le hizo de nuevo perder su puesto. Se casó tarde y dice que su mujer acabó por abandonarle cansada de aquella vida de continuos fracasos. Pero lo que más le llamaba la atención a José, era que con ser viejo y cascado se miraba mucho en los grandes espejos del bar. Hasta que descubrió que con disimulo intentaba siempre tapar los grandes claros de la coronilla colocándose los cabellos que le venían ya flojos y pegajosos

    A Teresa desde la caja no se la escapaba nada y no dejaba de reír con disimulo al observar como José con disimulo le hacía muecas por los andares de Jerónimo, por lo que no tardo en sugerirle.
    – ¿De qué te ríes? – ¡No ves que es un buen hombre! … Jerónimo consciente de sus burlas cuando llegó a la barra, sin enfadarse y medio riendo la dijo: –No todos tenemos la suerte de conservarnos como Tú, que tienes veinte años y además estás muy hermosa.
    Al parecer Jerónimo había sido un galanteador de primera y su acento madrileño y chulapón caía simpático a la gente. Pero la verdad es que sus aventuras no pasaron nunca de pura charla, porque en el fondo su timidez con las mujeres le impedía pasar a actos mayores.

    Las relaciones con los tíos de Teresa, fueron en todo momento cordial, pues Teresa era para ellos como una hija y todo porque el matrimonio no-tenía hijos. Lorena que era como se llamaba su tía, guardaba su hermosura todavía intacta pese a sus más de cincuenta años ya que era de muy bien ver y con ese tipo fino que tanto abundaba en Madrid. La verdad es que ambos aran agradables, pero sufrían con los años la falta de progenitura; pero esto no les impedía ser corteses y respetuosos.

    Él llevaba bien su carrera de Derecho y por eso la tía de Teresa repetía a todos sus clientes. Que su "sobrino" era un chico, extraordinario porque Dios le había dotado de talento y de buena figura. A José estos halagos no le gustaban y, además, le creaban una actitud más bien nerviosa, porque él se sentía sólo un hombre que al haber vivido huérfano de padres había sabido obtener una lección de su experiencia. El siempre comprendió que la vida no era un sueño y había que trabajar, ser prácticos y terminar por encima de todo sus estudios.

    Empezó el verano y con él las vacaciones en la universidad, y por eso tuvo que dejar la residencia y alquilar un pequeño estudio cerca de la Glorieta de Atocha. No era lujoso, pero era limpio y comparado con las habitaciones de la residencia daba la sensación de una vida más grata y desahogada. Además, ahora en estas inolvidables tardes de verano podía pasear con ella, por ese hermoso Paseo del Prado tan cerca de la Glorieta de Atocha.

    Todo ocurrió ese mismo verano y en una de esas tardes que paseaba por esta hermosa avenida, cuando sin ninguna malicia y respondiendo en todo momento a la idea que él tenía de las parejas normales y respetuosas. Pero reconoce que al acercarse a la Plaza de Atocha, que era donde se hallaba su estudio y pese a la situación como la de ellos donde la idea de casarse no entraba por el momento en sus proposiciones. Pensó que pese aquel sentimiento de poseerla prohibido aun para ellos, hubiera tenido solución sin la sombra de su madre que le hacía estar excluido de un mundo de completa y alegre felicidad. No obstante, José tras un momento de duda no pudo por menos que insinuarla: – ¿Sabes Teresa que debíamos podemos subir a mi estudio? – ¡Y no me contradigas porque sé que tú tienes muchas ganas de conocerlo! La verdad es que ella estaba tan enamorada ese día que le beso en la calle sin reparar que obstaculizaban la acera y fue tal la sensación que creyó como si en su entorno la gente diera vuelta a su alrededor y a la vez tuvieran la tierra encima y el cielo abajó.

    Teresa quedó sorprendida de la limpieza de la pequeña habitación, así como del acogedor comedor acoplado con una cocina americana, donde una sola y original lámpara iluminaba las dos piezas. Pero lo que más la sorprendió fue la limpieza y el orden de las cosas: –José, nos casaremos cuando termines tus estudios y tengamos bastante para comprar un mejor apartamento. –Digo esto porque no me cabe la menor duda de que los dos pensamos lo mismo. – ¿Sabes lo que debíamos hacer dentro de unos días? – ¿hablar con mis tíos y plantearles que estamos dispuestos a vivir juntos y sabes tendrán que aceptar y reconocerlo a la fuerza? – Pero por supuesto, les hablaremos a la vez de nuestro futuro matrimonio. José escucha atentó sus palabras y sin osar contradecirla porque la verdad él en esos momentos pensaba como ella.

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