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Tema: Un escrito de Natz

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  1. #1
    Fecha de Ingreso
    02-mayo-2007
    Ubicación
    Bachelandia
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    Predeterminado Un escrito de Natz

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    Hola a todos, he encontrado un par de posts de una de nuestras usuarias, Natz, me ha parecido un buen relato asi que creo este thread para que otros usuarios puedan leerlo.

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    Thread Di lo que quieras
    Post # 62910
    Autor: Natz
    Fecha: 03-05-2014
    Hora: 02:02 PM


    Sergio amaba a Natz.
    Sus hoyuelos, su pelo rojo lacio, su lunar cerca de su boca, sus pecas, su risa cantada y su sonrisa que le daba escalofríos en la espalda; cómo la mochila brincaba detrás en su espalda cuando se alejaba de la escuela con pasos diminutos, cómo arrastraba sus pies caminando en la banqueta.
    Sergio amaba todo lo de Natz, pero…. Natz no lo sabía!!!

    Natz odiaba a Sergio…
    Patizambo, panzón, la boca siempre abierta, el pelo liso y rubio, siempre lacio y colgado sobre la frente, desparramado en sus hombros, la ropa de colores asquerosos –como una mezcla del camión de la basura y la noche oscura-, la nariz respingada que muchas veces sorbía mocos. Natz odiaba todo lo de Sergio, pero él… no lo sabía!!!




    Sergio recogía nomeolvides y en secreto las ponía frente a la puerta de Natz. Dibujaba grandes corazones rojos y los ponía en el buzón de Natz. Escribía recaditos con: “Tuyo para siempre”, Siempre estas en mis pensamientos” o “Mi corazón es tuyo”.
    Pero Natz no sabía que todo esto venía de Sergio.




    Natz se sentía muy halagada y tenía mucha curiosidad. Espiaba por la ventana de vez en cuando –todo el tiempo- pero nunca vio al admirador clandestino. Un día lo supo: Edward!!!





    Natz lo veía en la calle y él la VEÍA a ella. Mucho. De tal manera que Natz sudaba un poquito y se sentía feliz y todavía más feliz.

    Atrás de un castaño, frente a casa de Edward, ella lo esperaba en secreto y muy escondida. Esperaba y esperaba y suspiraba y esperaba con el corazón a punto de partirse.
    Sabía cual era su ventana. Un esqueleto de goma estaba colgando allí, junto a un OVNI y algo muy parecido a una esfera mágica verde.




    Cuando él salía, Natz lo seguía; en las tiendas de discos, las tiendas de computadoras, las tiendas de jeans, aparentaba no ser ella ni estar presente. Temía que él la viera. Esperaba que él la viera, oscura y profundamente.
    Al igual que su: “Tuyo para siempre”, “Siempre estas en mis pensamientos”o “Mi corazón es tuyo”.



    Sergio descubrió que Natz espiaba a Edward, quien no descubrió a Natz, quien no descubrió a Sergio.
    Sergio seguía a Natz hasta el castaño, hasta la tienda de discos, hasta la tienda de computadoras (pero no entró a la tienda de jeans porque la marca que él prefería no la tenían en su talla).
    Sergio no quería entender nada; a pesar de eso entendió todo: entendió que Natz creía que las nomeolvides y los corazones y las cartas de amor eran de Edward.
    Sergio no existía. Era nada. Absolutamente nada. Pudo haber sido un imperceptible soplo de viento en una triste noche de Otoño.






    Para Sergio, Edward era un monstruo, un alien, una bestia. Edward tenía una sonrisa como la de los personajes de la tele. Hombros anchos, pelo rubio, ABUNDANTE, casi dos años mas grande, más alto, el abdomen recto y el tórax para afuera, los brazos inflados, los ojos azules, brillantes, relumbrantes, resplandecientes, ufff….
    Asquerosamente injusto!!!

    Sergio perdió el apetito, ni las albóndigas, ni la pizza, ni los embutidos; nada le caía bien.
    Escuchaba música triste que le recordaba las lluvias torrenciales, los días sombríos, siniestros, estar solito en el mundo y nadie-me-quiere-a-mi-y-nadie-en-el-mundo-sufre-tanto-como-yo.
    No dormía. Pero suspiraba en el vacío o miraba fijamente la calle solitaria y nocturna, por donde ni el tiempo ni los perros con ganas de caricias pasaban.
    A Sergio le salieron ojeras, sus pecas palidecieron como las estrellas en el amanecer, y su cabello lacio y rubio se hizo fantasmal y doblemente lacio y le picaba en los ojos.

    También Natz perdió el apetito; Edward nunca la veía. Ni la pizza ni la hamburguesa con queso ni el cine la ayudaban.

    Escuchaba la música triste que le recordaban las últimas flores del verano, el mecano roto al fondo del guardarropa, estar-sola-en-el-mundo-y-¿Qué-es-lo-que-hice-mal? Por las noches se sentaba frecuentemente en su ventana contemplando los faroles solitarios en el parque, todavía más solitario del otro lado de la calle, por donde ni el tiempo ni los perros con ganas de caricias pasaban.
    Sergio siempre buscaba a Natz en el patio de la escuela. Natz siempre dirigía sus ojos a otro lado. Sergio encontró su consuelo en comer golosinas: gelatinas, chicles, pirulíes, chocolates y más dulces. Durante las clases miraba sin ver. A todo lo que le preguntaban sus maestros, respondía sin darse cuenta de lo que habían preguntado. Hacía sus tareas sin acordarse de que las había hecho.
    Simplemente iba con los otros sin rumbo. Al salir del salón se mecía entre ellos en el patio y de mala gana regresaba con la ola para una nueva lección. Pero todo el tiempo veía a Natz y nunca estaba a más de 237 centímetros de ella. Él lo sabía pero ella no…


    En el patio de le escuela Natz siempre buscaba a Edward, aunque realmente nunca quería hacerlo. Él siempre estaba entre Vicky, Mónica, Estefanía, Thelma, Sabrina, Astrid….y ……
    O si no jugaba foot ball con sus amigos, Natz odiaba a los niños alrededor de Edward. Eran la razón de que no la volteara a ver. Le tapaban la vista. Empezó a escribir un libro de odio. Hizo una lista de los que mas odiaba.
    La primera de la lista fue Mónica- solo porque siempre se reía de lo que decía Edward y le guiñaba el ojo.
    Luego siguió Sergio nada más porque era Sergio. Su nombre en letras negras con adornos rojos como la sangre.
    Los días pasaban – el tiempo también- y Natz se sentía vieja. De repente capto que las flores, los corazones y las cartas de amor tal vez no eran de Edward. Pero ya era demasiado tarde.
    Era profundamente infeliz y estaba trágicamente enamorada de Edward.
    Sergio pensó: “En todo el mundo soy el ser humano más infeliz”. Lloró una noche entera y por la mañana sabía lo que tenía que hacer: debía ser como Edward.
    Así que empezó a correr (pero se cansaba después de 50 segundos).
    Intentó hacer ejercicios para aumentar el volumen de sus brazos (pero logró hacer solo dos)
    Saltó la cuerda para tener los músculos inflados de sus piernas (pero estaba agotado después de 17 saltos y 4 tropiezos)


    Sergio pensó:
    Nunca voy a ser como Edward. Natz nunca me verá. Nunca me amará.
    Y escuchaba como las lluvias del Otoño se acercaban con noches negras y sin perros con ganas de caricias.

    Natz no veía a Sergio, solo a Edward a pesar de que no lo quería ver. No había remedio: ni chicle ni ballet ni tele ni sus discos compactos de música triste.
    Estaba desesperadamente enamorada de Edward. Lo sabía, era lo único que sabía. Y Sergio lo sabía: Natz quiere a Edward, y no puedo hacer nada.

    Desde entonces no había más nomeolvides frente a la puerta de Natz.
    Nada de corazones en el buzón, nada de recaditos con: “tuyo por siempre”, “Mi corazón es tuyo” o “Siempre estas en mis pensamientos”.
    Natz se lamentó desesperada, tremendamente triste y completamente destrozada.
    -¿Qué hice?- pensó - ¿Qué es lo que no hice? Edward, oh Edward te quiero. Pero nunca podría decírselo, no se atrevía a decirlo, no iba a tener oportunidad. Natz sabía que nunca olvidaría a Edward.

    Sergio no dejaba de pensar en Natz. Cuando se miraba en el espejo deseaba ver un estómago duro y pequeño, antebrazos grandes, piernas rectas y robustas. Pero yo no soy Edward, suspiraba tristemente, y nunca lo seré.

    Natz quería – y no quería – dejar de pensar en Edward. Pensaba en él todo el tiempo, pero ¡pero sin estar pensando! Soñaba con él todas las noches aunque trataba de soñar con gatitos lindos, caminos solitarios y música bajo las estrellas.
    Última edición por Roadrunner; 19-mar.-2015 a las 11:42

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