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KIMO
En la Biblia no hay ni una sola mención de que los siervos fieles de Di *R. F. Browning, explica que “las peticiones de intercesión de los santos se encuentran por primera vez en el siglo III”, es decir, unos doscientos años después de la muerte de Cristo. Por lo tanto, tal tradición no se originó de Jesús ni de los escritores bíblicos inspirados que documentaron su ministerio. ¿Cómo lo sabemos?
La Biblia insiste repetidamente en que solo debemos orar a Dios, haciéndolo en el nombre de Jesucristo. “Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie puede llegar hasta el Padre, sino por mí.” (Juan 14:6, La Biblia Católica para Jóvenes.) Estas palabras inequívocas concuerdan con lo que Jesús enseñó en Mateo 6:9-13. Mientras hablaba de la oración, recomendó a sus discípulos: “Ustedes, pues, tienen que orar de esta manera: ‘Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre’” (Mateo 6:9). Es*obvio que nuestro Padre celestial es el único a quien debemos dirigir las oraciones. Esta verdad se asienta sobre un principio bíblico fundamental.