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Manley Hopkins, sacerdote jesuita y poeta británico (Essex, 1844-Dublin, 1879) es uno de esos prodigios en que un autor va construyendo su obra poética en secreto y, mucho después de su muerte, esa obra provoca un hechizo contagioso en incontables poetas y lectores de su lengua y de otras muchas áreas lingüísticas.

De la web.


Ramas de Fresno


Nada de lo que veo, rodando por el mundo,
nutre más el espíritu o alienta hondas palabras
que un árbol con sus ramas abiertas hacia el cielo.

Estas ramas de fresno: si apretadas y firmes en invierno,
en tiernas crestas de húmedas pestañas se despliegan
y anidan nuevas en los cielos altos.

Ellas tocan el cielo, tamborean; ¡cómo arañan sus garras
la espejeante bóveda enorme del invierno!
Marzo en ellas
funde nieve y azul, y un hilo roto de verdor ajado.
Es nuestra vieja tierra aupándose, escalando a tientas
al escarpado cielo de quien nos ha engendrado.



Hurras por la cosecha


Ya termina el verano; ya en bárbara hermosura
en redor se levantan las gavillas.
Cómo va el viento. Qué amable compostura
las nubes de algodón. ¿Alguna vez formaron
más esponjosos, libres, ondulados
torbellinos de harina por los cielos?
Voy, me elevo, levanto el corazón, los ojos.
Miro toda esa gloria que en los cielos espiga al Salvador.
Y ojos, corazón, ¿qué miradas, qué labios
alguna vez os dieron, más exacta y ardiente,
respuesta a vuestro amor?
Y las lomas colgadas del azul son su hombro;
de Él, que sostiene con majestad el mundo,
robusto garañón, dulce, violeta.
Todo eso estaba aquí, mas no quien lo mirase.
Al reunirse los dos le nacen alas
al corazón y a Él corre, se levanta.
Toda la tierra es poca para alzarla a sus pies.