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Tema: El diamante - Capítulos 1 a 11 (completo)

  1. #1
    Fecha de Ingreso
    29-febrero-2012
    Ubicación
    Córdoba-Argentina
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    295

    Predeterminado El diamante - Capítulos 1 a 11 (completo)

    EL DIAMANTE

    --ooooooo----

    Por Alejandra Correas Vázquez

    DEDICATORIA
    Al poeta cordobés
    Edmundo Gaudin
    que tenía el Diamante

    1 - NIÑO Y HOMBRE
    ------ooooooooo------

    La tarde estaba nublada y triste, pero quedaba una sonrisa. Sobre el horizonte se dibujó la figura del niño.

    Una diversidad de nubes cubría el escenario de esa sierra. La roca de basalto extendíase junto al cauce del río. El niño fue bajando por la pendiente, mientras una brisa lenta, que circulada a su alrededor, iba atenuando la calidez de la piedra. Al fin, después de aquellos esfuerzos logró descender hasta la arena dorada de la playa serrana.

    Y allí se mantuvo estático esperando con pasividad, mientras que la creciente turbulenta del Río San Antonio, amenguaba. El agua comenzó a aclararse, delineando al puente en sus contornos. Los automóviles estacionados en las cercanías iniciaron su marcha interrumpida, para atravesarlo.

    Movimiento. Motores. Veraneantes. Regreso a la ciudad. Otoño. Abril. Luego el tránsito cesó.

    El niño cubrió entonces sus pies con un calzado de plástico, para caminar por el barrizal del puente aún mojado, hasta llegar a la otra orilla. Volvió su cabeza hacia atrás por algunos momentos.

    Y observó la orilla opuesta del río que dejara atrás suyo, y desde la cual había llegado. De su rostro comenzaba a caerle un velo desgastado, que tenía marcadas en el centro dos pupilas penetrantes y dilatadas. Claras. Abiertas. Ojos de infante. Ojos de antes. Pasóse con curiosidad la mano adulta sobre la cabeza y la cara, acariciando sus nuevas facciones.

    Miró el último rayo del sol. Observaba aquella distancia adonde quedase su pasado. Extendió las manos ocultando con ellas al viejo horizonte crepuscular ¡Era ya un joven!... Y se encaminó hacia las tierras del exilio.

    -------oooooooooo-------

    Moles rocosas de basalto ¡Tiempo de olvido!

    ------------ooooooo--------------

    2 - AUSENCIA EN ABRIL
    ----------oooo------------

    El entreabrió la persiana contemplando la luminosidad del día. Lentamente se dirigió despacio y sin prisa hacia uno de los armarios de la habitación, y tomando el piloto color gris, lo doblaría para colocarlo en uno de los compartimentos del portafolio que llevaba en la mano. La puerta del costado giró.

    -—“¿Ya te ibas?”— le preguntó la joven asomando su rostro como a hurtadillas

    -—“Sí. Quizás debí irme ayer... tal vez aguardé demasiado”-— fue su contestación

    —“¿Y por qué? Pudiste olvidarte de algo”— insistió Alicia

    —“Me voy como vine. Lo que existe aquí no es mío ¿Qué podría aguardar?”

    —“Podrías llevarte un recuerdo nuestro.”

    —“Nada de aquí es mío ...y tampoco tuyo.”

    —“Siempre los hemos compartido”

    —“No fue así…Nada es nuestro y menos aún de Azucena. Todo pertenece a tu familia. Hasta nuestros niños ¿Qué podría llevar conmigo?”

    —“Alguna cosa pequeña. Yo esperaba...”— callóse

    —“¿Cuál? ¿Qué? Te hubieras acercado por instinto

    —“Nada cambia, ya que partes.”

    —“Estás siempre adherida a este entorno familiar que nos ahoga, y no voy a transportarlo también, conmigo.”

    —“En nuestra despedida hay indiferencia ¿No crees?”

    —“Perdimos el Diamante, así fue, Alicia.”

    —“O no supimos tallarlo, Rolando... ¿Llevarás algo para que me recuerdes?”

    —“Nada me es propio aquí. Voy en busca de un sitio real para mí.”

    —“Yo tengo uniones y no voy a quebrarlas, compréndelas para comprenderme.”

    —“Tus uniones son tutelas que te impiden ser libre para compartir tu vida conmigo ¿Podrías comprenderme también a mí, Alicia?”

    —“Lo intentaré en tu ausencia.”

    —“Esperaré...”— cerró el portafolio con movimientos aún dudosos, y luego se dirigió a la calle

    Calle de tierra. Serrana. Empinada. Casonas señoriales bordeando el camino abrileño. Otoño. Partida. Ella puso detrás suyo la llave de la puerta y corrió el pestillo.

    Luego se introdujo en las habitaciones del interior de su casa. En la galería del fondo se entremezclaban las voces. Más lejos el jardín ofrecióle su espectáculo dorado del otoño. Los plátanos de inmensos ramajes, teñían el suelo con el naranja viejo de sus hojas.

    Dos niños recogíanlas en sus baldes de juguete. Otra jovencita se hallaba de pie junto al mandarino florecido. El perfume de azahar era dueño de toda la escena.

    —“¿Ya se fue?”— le preguntó Azucena

    —“Sí. No miró ni un momento hacia atrás. Ni una llamada. Pasó la noche en ese cuarto, solo”— contestóle Alicia

    —“¿Lo dejaste partir sin seguirlo?”

    —“Era su deseo”— confirmóle Alicia

    —“¿Y qué hiciste para detenerlo?... O para correr detrás suyo.”
    —“No me llamó a su lado.”

    —“Rolando estuvo aquí durante todas estas horas ¿Te acercaste en algún momento en busca de un diálogo?”— le observó con inquietud Azucena

    —“¡Para que me obsequiara con su silencio!... A su lado las paredes parecen más vivas. El me ignora”

    —-“¡No! Además de ciega, tienes los oídos cubiertos por un equívoco espeso. Estuviste todo el tiempo esperando su llamado físico, como a la bocina de los autos... Te has equivocado Alicia, el estaba allí solo en ese cuarto, llamándote” — sostuvo su amiga
    -—“Extraña forma de llamarme ¿No lo crees Azucena?”

    —“Así fue siempre Rolo, desde el primer día, cuando vino detrás tuyo, Alicia.”

    —“Como un símbolo, sin palabras.”

    —“Entonces pudiste recibirlas, sin oírlas”— le recordó Azucena
    —“Con su presencia aquí, llegando...simplemente.”

    —“Sí, de esa manera, tal como el primer día que llegara Rolando en tu busca. Y ahora esperando que lo siguieras.”

    —“Siempre sin palabras”— insistió Alicia

    —“¿Eran necesarias acaso?”— callóse de improviso mientras se alejaba

    —“Abrí la puerta hace un momento y...nos despedimos.”

    Dijo esto último Alicia, hallándose ya sola. La otra no la escuchaba, Azucena ahora, divertíase con los niños, que continuaban jugando.

    --------oooooooo------------

    La arena cubrió todo.

    Vino el alud con la creciente desde las Altas Cumbres arrastrando la vida. La arena envolvió los brotes, las vertientes y el afecto.

    El se detuvo.

    Invocó a sus duendes y no llegaron. Caminó un poco más, bajo el cielo implacable. Invocó a su genio y no le respondió.

    Ella se detuvo.

    Siguieron los dos caminando sobre la misma arena. El cielo estaba azul prusia y con centelleos de cobalto.

    Ellos continuaron.

    La arena unió los caminos en una misma creciente y las aguas del río embravecido surcaron su escenario.

    Turbulencia. Violencia. Desgaste. Inundación …y… Finalmente la paz, mientras el Río San Antonio retornaba a su calma. Se irguieron los brotes, regresó el afecto y multitudes de amantes convergieron en su rumbo.

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  2. #2
    Fecha de Ingreso
    29-febrero-2012
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    295

    Predeterminado El diamante (2)

    EL DIAMANTE
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    Por Alejandra Correas Vázquez

    DEDICATORIA
    Al poeta cordobés
    Edmundo Gaudin
    que tenía el Diamante

    3 – DIAMANTELEGENDARIO

    ----------ooooooooo------------

    Rolando del Pino tenía treinta años en sus manos. Las calles adyacentes al microcentro ciudadano veíanlo detenerse por las mañanas en una misma esquina, donde circulaba el ómnibus con su cargamento humano.

    Los niños escolares con su guardapolvo blanco. Las maestras llevando portafolios. Las madres de compra. Los empleados públicos con su traje impecable. Algunos señores con edades diferentes y otros jóvenes como él.

    La ciudad crece. La ciudad se ha llevado los aires de la naturaleza, los ha encerrado en su puño de motores, en su mortaja de cemento y los arroja lentamente tras cada lluvia por las paredes de La Cañada.

    Córdoba, ciudad y laberinto. Córdoba en el caos. La Docta en tumulto. Córdoba castigada, cautivante y conmovedora. Subversión, represión y submundo. La ciudad lacerada. Un escenario en descomposición. Década del 70.

    Era ésta, la ciudad universitaria y bohemia, de doctores, poetas y pintores, a la que ansioso había arribado Rolando del Pino en busca de un nuevo horizonte.

    Pero hallábase de pronto, debido al caos reinante, con algo muy distinto a lo que anhelara encontrar. Y era éste el cambio abrupto e impensado —inesperado— que saliera a su encuentro cuando arribó desde la paz serrana inmemorial, casi atávica, que lo había dejado partir sin retenerlo.

    Aquel día a mitad de semana encontróse de pie en la parada del ómnibus, y como siempre en la misma esquina, con el amigo de todas las mañanas, quien lo acompañaba a esa hora y en aquel mismo sitio, con una regularidad exacta.

    Esto les proporcionaba a ambos un largo espacio para pláticas. Luego siguieron hablando los dos jóvenes, igual a otras veces, mientras subían al ómnibus.

    —“Todo esto se ha pavimentado de pronto”— le comentó el amigo de las mañanas

    —-“Hace sólo seis meses que yo vivo aquí— díjole Rolando

    —“Pues yo llevo habitando ocho años por esta zona. El Cerro de las Rosas era para mí antaño, un Diamante Legendario, pues venía del hueco que es nuestro centro citadino. Nací y crecí entre calle Santa Rosa y La Cañada. Fue así que al llegar aquí me pareció haber nacido para el sol por primera vez”— continuó el otro muchacho
    —“¿Tanto como eso? ...Sí… el sol en el Cerro tiene un brillo particular”— confirmóle Rolo

    —“Yo tenía apenas dieciséis años y esa primera tarde de mi arribo demoré en el centro, porque no conocía el peso de la distancia. Caía el anochecer”

    —“Sí. Los que viven en el microcentro se acostumbran a un espacio familiar que comienza recién al atardecer”

    —“Eso era.”

    —“¿Tan compleja fue tu adaptación?”

    —“Lo fue. Cuando regresaba a mi nueva casa el ómnibus me dejó en Fader a la altura de la Calle 5, faltándome aún hacer hacia la izquierda, unas cuatro cuadras a pie. Desde la primera esquina que transpuse ya no había un solo foco de luz. Las calles y veredas eran todavía de tierra. Los árboles inmensos de ambos costados cubrían el cielo, ocultando incluso las estrellas. Por momentos pensaba que me envolvía un sueño negro.”

    —“Fuerte impacto para alguien que recién llega, luego de vivir entre las calles céntricas”— calculó Rolo

    —“Muy fuerte por cierto, amigo. Los jardines nocturnos erguidos en su silencio, invadían de perfumes el lugar, pero sin emitir destellos luminosos que me orientaran, pues ninguno tenía luz prendida en el exterior. No veía absolutamente nada e iba adivinando el camino de tierra con sus espacios húmedos rociados por el sereno nocturno, caminando muy despacio para no resbalar sobre el barro, y apoyándome de árbol en árbol ...¡Aquél era un sueño negro!... ¡El Diamante perdió para mí, en aquel momento, toda su leyenda!”

    —“Todos los Diamantes pierden en algún momento su leyenda”

    —“Sin duda”

    —“Hay muchos malos sueños, donde nos sentimos deambular por espacios semejantes”— sostuvo Rolo

    —“Los hay. Pero éste era real.”

    —“Cual pesadilla viva.”

    —“No veía absolutamente nada y debía ir adivinando por instinto el terreno que pisaba, cual si tuviese los ojos vendados jugando a la gallina ciega. En la obscuridad mis narices fueron a dar contra el tronco de un árbol y al recordarlo aún me duelen”— le explicó su amigo

    —“¿Y las casas? ¿No tenían luces?”

    —“Todas apagadas con sus habitantes durmiendo.”

    —“Ningún noctámbulo. Ningún bohemio”— pensó Rolando en voz alta

    —“Nadie con luz. En esos tiempos no existía la inseguridad de hoy y las familias al irse a dormir dejaban sus jardines sin luces prendidas… Y yo perdido en ese laberinto”

    —“¡Dentro de un laberinto y sin Ariadna!”

    —“Sin ella, por cierto”— confirmó el amigo

    —“Y sin la guía de su hilo ¿Verdad?”

    —“¡El Diamante perdió para mí, en aquel momento, toda su leyenda!”

    —“Es duro que un Diamante... pierda su leyenda, hay que evitarlo”— le refrendó Rolando

    Los dos amigos se miraron, continuando luego de ello en silencio todo el resto del trayecto. Las calles desfilaban delante suyo y por la ventanilla veíase, como manchas de colores, una fuga de veredas que esparcían aquel fuego emocional de estos jóvenes. Como asimismo el de los artistas y bohemios, que buscaba hallar con gran anhelo Rolo.

    Y el otro fuego caótico de la convulsión ciudadana dominante en la década del 70, con su lujuria misteriosa y trágica, al parecer incontenible.

    El ómnibus chirrió llegando a los semáforos del centro. Y ambos amigos que cada mañana confiábanse por instantes sus vidas y emociones, sus confidencias con sucesos y espacios... volvieron a alejarse como dos desconocidos que no sabían sus nombres. Pero volverían a verse a la misma hora del siguiente día, en el mismo sitio, viajando en asientos contiguos y confiándose experiencias uno al otro, sin saber el resto del día qué tendrían por delante, cómo se llamaban, o adónde vivían.

    ---------ooooooo-----------

    El caminaba...

    Caminaba por las calles de una Córdoba demolida, entre las frías montañas de cemento armado, entre el dolor desamparado de los patios coloniales destruidos. Entre las raíces crujientes de los inmensos árboles carolinos del Parque Sarmiento cercenados. Entre rojas llamarada de autos incendiados por los autores del caos.

    El caminaba...

    Caminaba sin rumbo por un escenario doliente y agraviado, como espectáculo insólito y cotidiano, junto a una juventud fugaz que deambulaba.

    El caminaba....

    Buscando su horizonte propio: modelando. Entre arcillas, formas y colores. Entre violencias y explosiones. Entre el ardor fervoroso de estos nuevos impulsos. Entre discusiones inconclusas. Entre el bullicio ensordecedor dominado por la violencia y el caos.

    El caminaba ... caminaba... caminaba.

    Docta Córdoba lacerada y doliente.

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  3. #3
    Fecha de Ingreso
    29-febrero-2012
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    Predeterminado El diamante (3)

    EL DIAMANTE
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    Por Alejandra Correas Vázquez

    DEDICATORIA
    Al poeta cordobés
    Edmundo Gaudin
    que tenía el Diamante

    4 - DESTINO Y DESTINATARIA

    ---------ooooooo-----------

    Las semanas se deslizaron. Cierta tarde recibió una carta y media hora después la visita de la destinataria. El se rió.

    —“¡No hacía falta que vinieras, Azucena! Tu carta llegó ayer”— comentó entonces al verla en su puerta

    —“Te fuiste de improviso”

    —“Es verdad, pero no creo que te sorprendieras”

    —“No ...pero después de todo… Yo no tengo ni derecho, ni obligación de vivir con ellos. No eran en realidad familiares míos y largos años les pagué mi deuda. No tengo parte de esa sangre y nada me obliga”— le respondió Azucena al contenta transponer el umbral.

    —“Pero esto último es lo que más te ha alentado a partir”— opinó el muchacho

    —“De verdad ...sí”— ella quiso agregar algo más, pero calló

    —“¿O por un instante te emocionó la soledad de un hombre?

    —“¿Y qué me ha dado alguna vez ese hombre?”— preguntóle Azucena airada

    —“Nada, hasta hoy. Pero ésta es la primera vez en que estamos solos. Tu primera carta. Tu primera visita”— le advirtió él

    —“Rolo ...soy tu amiga”

    —“Pero ambos supimos siempre, que podíamos ser un poco más que amigos”

    —“Y ambos lo sabemos, es cierto, pero te recuerdo que Alicia quedó allá, muy sola. Los niños jugarán aún por mucho tiempo ...¡Y yo nací sin cadenas!”— respondióle ella

    —“Pero las estás buscando”

    La habitación era de tamaño medio. Ella tomó asiento. Afuera los automóviles abrían sus ojos aunque el sol iluminaba todavía la sierra, hacia la lejanía. Pero en la ciudad ya se había ocultado. Las grandes moles de cemento recién construidas impedían su paso, y sus habitantes deambulaban entre luces mercuriales.

    —“¿Hice mal en venir? …Además... busco refugio, pues las calles de Córdoba están llenas de incendios”— expresó Azucena

    —“Son barricadas, subversión y submundo, represión y desgaste... Peligrosas para aquéllos que como nosotros, venimos de la quietud serrana. Hay que sobrevivir a estos tiempos exaltados, colocando la paz que traemos desde el paisaje”— confirmóle Rolando

    —“Es mi mejor deseo”

    —“Tu primera carta y tu primera visita... ¿Querías realmente que yo volviera hacia allá para reconstruir un nido roto?”— insistió Rolo

    —“Supongo que dudaba, pero es válido insistir.”— contestó ella

    —“¿Tanto te cuesta Azucena, decirme que vienes por mí?”

    —“Hombre y vanidad son de una misma amalgama”

    —“Siempre te presentí como una buena amiga... desde mi llegada allá… y como algo más”

    —“No estoy segura de ello, pues acompañé en forma asidua la pareja que ustedes formaban. Alicia quedó allá muy sola. Los niños jugarán aún mucho tiempo.”— díjole Azucena

    —“Cual palomas o mariposas. Pero no viniste hasta aquí únicamente para recordármelo, pues formo parte de esa soledad y de esos niños.”

    —“Somos con Alicia amigas de años y hemos compartido mucho en común. Incluso a tus hijos”

    —“Fui testigo de ello.”
    —“Rolo, llegaste allá en busca de Alicia, y por ella te quedaste todos estos años que dieron como fruto dos niños pequeños”

    —“No lo puedo negar, sin embargo nunca dejaste de atraerme con tu misterio ¿Podré ahora develarlo?

    —“Quizás...”

    —“A las visitas de privilegio como es la tuya, se les sirve café. Alcánzame aquellos pocillos que allí vez, mi cafetera está caliente y aromática”

    —“Gracias, Rolo”

    —“Y prueba estos nísperos, están dulces y sabrosos, son del jardín de esta casa.”

    Los últimos rayos solares volviéronse rosados, permitiendo observar tras una ventana, a los automóviles que marchaban raudos, huyendo de la pasividad del Cerro de las Rosas en dirección al centro citadino. El sol teñía de rojo hacia la distancia, todo ese panorama abierto de la sierra que rodea la ciudad cordobesa. Azucena y Rolando salieron juntos a la calle en busca de un ómnibus, y al descender en el microcentro, un torbellino humano les salió al encuentro.

    La vorágine del 70 cayó sobre ellos, mientras hombres y mujeres pasaban ante sus ojos entremezclando sus guerras. La emocional y la real. La propia con sus amores o sinsabores. O sus conflictos familiares y generacionales. Y la de esta ciudad politizada, con su entorno de subversión y represión, dentro de un país en conflicto...

    Argentina en crisis.

    Córdoba viviendo dos demoliciones distintas y coetáneas: la de la modernidad y la de la violencia. La primera demoliendo las casonas señoriales y el bello pasado colonial, para hacer grandes y cuadrados palomares. La segunda, destruyendo el sitio de recreo del Country Club, en la nocturnidad de una explosión devastadora, por manos de los mismos jóvenes que allí gozaron su infancia.

    O sumergiendo toda la Avenida Colón en un boquete de incendio. Ardiendo en altas llamaradas: automóviles privados, quioscos, semáforos y Confitería Oriental.

    Córdoba arrasada. Piquetes demoledores y bombas. Heridos. Martillo y pólvora. Y en medio de ese escenario caótico y desesperanzado, las ráfagas finas del invierno penetraban bajo la ropa como danzarinas de hielo, conmoviendo las pieles de estos dos testigos asombrados: Rolando y Azucena.

    —“No me amedrenta. Hasta lo prefiero... después de haberle huido en un tiempo atrás”— comentó ella

    —“¡Lo sobrepasaremos! Sí, creo que es posible”— aceptó él con gran énfasis

    —“¿Has calculado el riesgo?”— preguntóle a su vez Azucena

    —“Estoy dispuesto a enfrentarlo.”

    —“También yo. Pues salí de una nube de aislamiento e inercia, de un período inactivo renunciante de mi propia identidad e independencia. Hoy he vuelto a la libertad que siempre buscara”
    —“Yo sabía, Azucena, que tu huida hacia la sierra era una búsqueda del horizonte ilímite, pero olvidaste que la compañía asidua de otros, limita como un cerrojo...”

    —“Aunque a tu frente se desborde el Río San Antonio con su libertad incontenible.”

    —“Aún así, con su poder y su esplendor”

    —“¿Es libertad también este incendio donde nos hallamos todos precipitados? ¿Qué opinas Rolo?”— le interrogó ella

    —“No es libertad ...Es tragedia… ¿Te asomaste a verla alguna vez? Mañana ya no estará. Yo camino bajo su techo agobiado por este resplandor. Mi soledad es completa. Pero ahora estamos, frente a su último día.”

    —“Valioso para mí que llego después de larga ausencia en un día como éste... donde me reciben los gases lacrimógenos entre autos y quioscos en llamas”— dijo con espanto Azucena

    —“Lo superaremos.”— insistió Rolando

    —“Eso anhelo y yo estoy dispuesta a lograrlo, con mi constancia, en medio de estos fuegos y a pesar de ellos, pues las calles cordobesas aún del dolor actual que las envuelve, pueden protegernos así como nos vieron nacer”— argumentó Azucena
    —“Ambos lo lograremos, ya verás...”

    —“Tengo fe en ellas, las calles de mi ciudad natal son nuevamente mías, a pesar de su tristeza presente. Espero un renacer”

    —“Tampoco será perfecto. Tiene sus límites propios. No hay Diamantes, hay seres. Sólo seres”— dijo Rolo

    —“Ya lo voy comprendiendo... de a poco”

    Mientras los hombres de la subversión y la represión se ofuscaban. Mientras las damitas elegantes nacidas en la sociedad cordobesa, de esta ciudad universitaria, trepaban las azoteas con granadas bélicas en cada mano. Mientras los jóvenes estudiantes quemaban los automóviles, incendiando barricadas. Mientras el cordobés se amoldaba enloquecido al crecimiento de su urbe...

    Ellos, los dos amigos, retornaban de a poco a su existencia real… Solos, entre dos fuegos.

    Aquello que habían abandonado: la sierra imponente con su río San Antonio crecido y majestuoso… Esto, la contienda dramática por calles con barricadas, cual una llamarada dantesca, en un horizonte de desesperanza.

    ¿Cómo tallar el Diamante en una Córdoba caótica? Las veredas temblaban con las bombas. Los gases lacrimógenos herían las miradas de Rolando y Azucena. Los transeúntes y los niños ya no estaban por las calles. Tampoco el rocío. La ciudad era un vértigo negro de un sueño despoblado.

    Y por aquel laberinto sin tiempo… caminaban ambos. Córdoba, ciudad dolorida. Dañada por el caos. Pero allí en medio de ese escenario en ceniza, se erguían de pie estos dos testigos asombrados, dispuestos a retomar su camino para tallar las facetas del Diamante.

    La calle chamuscada era como una balsa donde todo convergía hacia sus brazos, lentamente, pero sin abandonarlos. Flotando en medio del dolor. Llevándolos hacia otra orilla.

    La obscuridad envolvía las moradas. Todo el microcentro cordobés, enardecido con sus furias del 70... había apagado finalmente sus luces, terminados los incendios.

    Surgía la bruma, en el confín, en los límites de ese mundo. Y al retornar de esa vorágine, ya ellos no estarían juntos. La ciudad en crisis podría elegir unirlos o imponer la distancia. Quizás el exilio. O el retorno para volver a abandonarlo todo.

    —“¡Aquí vivo yo desde hoy!”— gritó Azucena señalando hacia arriba con el índice

    —“¿Cuál es tu ventana?”— le preguntó el muchacho

    —“No da hacia fuera. Estaré aquí algunas semanas. Es el domicilio de un matrimonio amigo ...después no sé, bueno Rolo ¡Hasta la vista!”

    Se despidieron hasta cualquier otro día. La ciudad podría reunirlos o separarlos. Tal vez llegar a ser almas gemelas o enemigas, embargadas por el mismo fuego. Pero ellos preferían el exilio para tallar el Diamante.

    --------oooooo---------

    ¡Acércate! ...

    Mañana no divisarás este escenario. La mente de los hombres cambiará, vendrá la paz y la quietud. El silencio habrá llegado anunciando el reposo para la nación.

    ¡Pero cautiva el esplendor de la tragedia!

    ¡Ahora estamos frente a su último día!

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    Última edición por Alejandra Correas Vázquez; 27-jun.-2014 a las 15:23

  4. #4
    Fecha de Ingreso
    29-febrero-2012
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    Predeterminado El diamante (4)

    EL DIAMANTE
    .................

    por Alejandra Correas Vázquez


    5 - FANTASMAS DEL PASADO

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    Durante la noche que siguió finalmente en calma, cuando los transeúntes buscaron el reposo vaciando el microcentro, Rolando fue deambulando por las calles. Parecíale que un sinfín de rostros lo llamaran desde los faroles de cada vehículo. El los enfrentaba, pero la llamarada artificial heríale los ojos con violencia.

    —“¿Todavía me temes?”— le decía una de aquellas luces, sus facciones le eran demasiado conocidas

    —“Nunca”— respondió él

    —“¿Estás convencido de ello?”— la luz semejaba a una mujer de edad madura

    —“No madre, ya no te temo”

    —“¿Estás seguro?”

    —“Sí, seguro. Cuando te observé con detenimiento tu imagen era sumamente opaca. El mundo… una máscara de burla.”

    —“¿Y por qué te alejaste entonces? Yo aún vivía”

    La mujer se dibujó con nitidez delante suyo, materializándose desde el farol de un automóvil allí estacionado. Estaban juntos ambos nuevamente, madre e hijo, continuando un diálogo inconcluso en el tiempo.

    —“Fue una tarde, cuando cayeron sobre mi cabeza todos aquellos retratos de la sala.”

    —“Tú los bajaste hijo mío, dejando las paredes vacías.”

    —“Sentí que así me lo pedían, para dialogar conmigo.”

    —“¿Por cuál motivo?”— preguntó ella curiosa

    —“Te lo diré, ya que nunca lo supiste. Desde el primero de esos retratos me habló un anciano, diciéndome: ¡Mírame al rostro!... Mi frente caminó erguida por las veredas de Córdoba."

    —“No puedes negarlo, nadie te ha mentido hijo mío.”

    —“El siguiente retrato también tenía algo que decirme: Durante mis años de plenitud conocí mucho del mundo. Los países vecinos, junto a los continentes alejados por el mar"

    —“La verdad se mantiene, Rolo”— confirmóle la madre

    —“Y continuaron desfilando, en una procesión múltiple, aquellos personajes que se evadían de los marcos, con su elegante prestancia a la vez triste y solemne”

    La figura de la madre estaba apoyada sobre un vehículo. La vieja calle era un pasaje donde aún quedaban adoquines coloniales. Más allá de ese espacio vacío y enfarolado, los semáforos encendían sus ojos centelleantes, marcando la ruta rápida de salida a los automóviles rezagados, quienes partían hacia sus domicilios distantes en la periferia citadina.

    La helada nocturna extendíase por esas angostas veredas invernales, con sabor arcaico y recuerdo de farolas, donde el tiempo antiguo quería detenerse. Olvidar todos los desencuentros del presente. Pero el viento gélido continuó su marcha implacable, limpiando los gases lacrimógenos, estancos y constantes, en esta Córdoba conflictuada.

    La figura materna erguida cual fuera en su pasado, no había perdido en cuerpo fantasmal, ni su aplomo ni su hermosura. Pero conservaba asimismo, en esta visita nocturna, la aguda melancolía que aún confundía los sentimientos del hijo... ahora muy distante de ella aunque conversasen a través de un farol humanizado.

    Numerosos vidrios de colores diseminados por el suelo, pertenecientes a los comercios destruidos, tomaron vida elevándose como mariposas de la obscuridad para formar una ronda alrededor de su cintura.

    La madre y el hijo mirábanse de frente, como en otro tiempo pudieron haberlo hecho, sin lograrlo. Ambos anhelaban detenerse en ese punto fijo, entre farolas, donde al fin habíanse reencontrado.
    Los surcos de las aceras demolidas o abiertas, por la violencia callejera, ofrecíanles a la vista el seno virgen de la tierra. Algunos cardos aislados, asomando por ella, exhibían orgullosos su resistencia ante las heladas. Aquella medianoche penetraba llevando en la mano una aguja ...

    Rolo y su madre continuaban rememorando imágenes:

    —“Te contaron ellos sus vidas y sucesos ¿Hay algo más?”

    —“Sí, mucho más. Yo les contesté: ...¿Puedo hacer algo por ustedes? La jornada terminó y merecerían un descanso. Me parece verlos continuamente entre dos espacios y aprisionados en ellos"— dijo mirando de frente al fantasma de su madre

    —“Siempre te reconocí gentileza”— admitióle ella

    —“Yo continué: ...Quisiera devolverlos hacia el camino, como en las dos direcciones que se bifurcan desde un puente”— luego él quedóse callado, meditando

    —“¿Y ellos, pudieron responderte?”— volvió a preguntarle con curiosidad la mujer

    —“Sólo más tarde, cuando dormía. Todos ellos se acercaron lentamente. El más antiguo arrimóse a mí con suavidad: ...Descansa... me dijo con una gran serenidad ...No te preocupes por nosotros. En el marco representamos una insignia de orgullo familiar. Pero en nuestro destino real, ya nos hemos alejado ha mucho del puente. Hemos seguido la dirección contraria a la luna del espejo. Pero en nuestra situación es nuestra realidad. ¿Por qué te perturbamos?"

    —“¿Y qué le contestaste ?”— preguntóle la imagen

    —“Yo le contesté: ¡Sueño! ¡Vivo con ustedes! Y se han transformado en existencias perpetuas de nuestra casa. Por ello me perturban”

    —“Dura respuesta”— insistió el fantasma materno

    —“Pero el anciano insistió: ¿Te lo has preguntado sinceramente? Las generaciones transformaron el lugar geográfico que fue nuestra cuna. Una realidad distinta te espera ¡Corre con ella!”

    Medianoche. Invierno helado, espeso.

    Y allí... un caminante. ¿Desde cuándo? Desde el principio como todos los caminantes. Como él, como ellos, como todos los jóvenes de esa década con desencuentros generacionales. En ese abismo de intolerancias mutuas donde nadie podía juzgar imparcialmente, por ser todos arte y parte.

    Allí, desde el primer llanto, desde que aspiró la primera gota de vida... En esa medianoche estaba un caminante.

    —“¿Y qué hiciste entonces? ¿Fue el día de tu alejamiento? Yo aún vivía”— insistió ella con curiosidad

    —“No. Pasó más tiempo. Yo comencé entonces a partir de aquella visita nocturna, a descender por la ladera de una roca de basalto. Suelo resbaloso. A la mañana siguiente me hablaron nuevamente los personajes incrustados en los marcos. Articulaban sus frases sujetos a un hilo de plata. Seguí su dirección y encontré su origen en tu frente. La raíz tenía cimientos hondos que se insertaban en los extremos de tus cabellos, penetrando toda tu piel ¡Era el seno! ¡No había otro! Aquellos muñecos se gestaron dentro tuyo y acorralaban la existencia de nuestra casa”— afirmóle Rolando

    —“Era el fuerte de mi vida. Mi pilar de fundamento ¿Fue un delito ofrecértelo?— le sugirió la madre

    ¡Generaciones opuestas! Distintas y hasta distantes. Dolorosas e incompatibles, pero vividas con fuego. Mostrando los estigmas abiertos y sellados en el corazón.

    Luego de la noche volverá la mañana, pero ni ella ni él regresarán ya, por el mismo camino... Rolando entonces enfrentó de nuevo a la imagen del farol:

    —"¿Tengo padre? ...te pregunté otro día ...Es éste... me respondiste sorprendida.”

    —“Era una pregunta incomprensible, Rolo.”

    El enfrentó nuevamente a la imagen materna del farol, frente a las calles penumbrosas y coloniales del microcentro, que abrían ahora posibilidad para un diálogo entre madre e hijo, en otro tiempo vedado desde adentro de ellos mismos. Por inhibiciones internas, ausentes ya.

    Pero ambos sabían que este reencuentro también concluiría, apenas Rolo se apartase del lugar.

    (CONTINÚA)

  5. #5
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    Predeterminado El DIAMANTE (5)

    EL DIAMANTE - por Alejandra Correas Vázquez

    5 - FANTASMAS DEL PASADO (CONTINUACIÓN)

    --------ooooooo---------


    —“Sí. Sin duda. Mi padre, era ese hombre que vivía con nosotros. Un perfil al que nunca llegué a percibir claramente, pues los perfiles de los marcos presidían nuestra casa. Aquel hombre había sido hasta entonces sólo un dibujo. Una estampa que caminaba. Pero en ese día lo descubrí ¡Vivía! Era humano, de fibras como nosotros ¡Qué extraño!”— sentenció el hijo

    —“Era humano y de fibras. Absorto en su profesión y en su lucha política. En sus ministerios y su actividad pública. Pero siempre… ¡Ausente de nosotros!”— respondióle con vehemencia el fantasma materno

    —“Un hombre brillante, destacado por su actividad ciudadana. Una figura presente y viva. Sin marco. Debió ser entonces el fuerte de mi vida ¿Por qué no fue? Te lo diré. Porque lo ocultabas ante mí, dejándome aislado de sus valores, e impidiéndome su cercanía. Y yo lo necesitaba, como forma de lograr la energía necesaria a fin de poder entrar en el mundo exterior de su mano. Tal como correspondía ¿Y qué pasó? Me separaste de él, desde el principio …¡Para que yo admirase retratos!... ¿Porqué?”

    El silencio pareció envolverlos dentro de ese pasaje antiguo, con farolas y adoquines. Un poco más allá, el Cabildo colonial ofrecía su densa soledad nocturna, donde algunos tardíos transeúntes apuraban el paso bajo su ancha recova. La mirada de Rolando dirigióse allí donde algunas coquetas jovencitas pasando por ella, lucían sus minifaldas en medio de la noche escarchada.

    —“Hablaba poco con nosotros. Tenía nuestro respeto ¿Podíamos darle algo más?”

    —“Casi un desconocido...”

    —“No tuvo desgaste contigo en la convivencia”

    -—“No lo acompañabas. Te apartaste de toda su actividad pública y me alejaste también a mí. Pero yo era un hijo varón, quien después sería entregado al mundo, desarmado y solo. Sin experiencia y sin la dirección paterna”

    —“Creía protegerte, hijo. El era un político en lucha y su vida un riesgo continuo, del que quise preservarte.”

    —“¿Acaso te lo pedí? ¿Por qué te casaste con él?... ya que no ibas a aceptar su elección de vida ¿Lo amaste alguna vez”— reprochóle Rolando

    —“¿Has pensado hijo, si mi generación tuvo derecho a elegir? Vivíamos en otro tiempo.”— sugirió la madre

    —“No amabas su entorno, luego no podías amarlo a él. Un hombre… es El y su Circunstancia”
    —“No escuchas mi descargo, Rolo ¿Has pensado si mi generación pudo elegir el amor?... libre de otros valores”

    —“No. Sin duda. Ya ves, madre, que esta vez te he escuchado ¿Te extraña? Desde que crecí volviéndome un joven libre y ansioso de caminar por el mundo, nunca más lo hice hasta ahora. Me había sobrecargado de ti.”

    —“O sea, que ahora me permites un retorno...”

    —“En cierta manera, sí, dentro de lo imposible. Pues estamos ambos en dos mundos separados, paralelos pero lejanos. Por ello me atrevo a decirte: Aprendí a confiar en mí, buscando mi propia experiencia.”

    —“O buscando el amor, que me exiges”— expresó ella

    —“Pero no te aflijas! Tampoco era ése el camino. Yo busqué el amor y llegué al fracaso ...No era el amor lo que debía buscarse... sino el Diamante”

    —“Al menos... desde el otro lado del espejo tengo ese consuelo”— díjole ella

    Ambos callaron por algunos momentos, como si una emoción perdida los acercase. La realidad pareciera ahora muy distante de ellos, haciéndolos más próximo al reencuentro, ya imposible, separados en dos planos sin retorno. Madre e hijo fijaban sus posiciones igual que antaño, pero ahora dialogaban, aunque fuera desde planos distintos.

    —“Y aquellas otras mujeres de la familia, con presencia constante a tu derredor ¿Por qué rondaban el círculo?”— díjole de pronto él

    —“Mis hermanas y amigas, me acompañaban.”

    —“Estaban permanentemente a nuestro alrededor, casi a diario. Nunca podíamos hablar como esta noche. Vivíamos juntos e incomunicados. Les pertenecías a ellas, o a los retratos. Y no te aventurabas a responder una consulta mía, sin agregar la intervención de esas mujeres. Nunca podíamos hablar ambos, a solas, como esta noche.”

    El farol humanizado quiso hacer un movimiento rápido acercándose a Rolando, quizás para llenar esos espacios ocupados por numerosas mujeres y retratos, que antaño la rodeaban separándola de su hijo. Pero carecía de materia y no logró caminar fuera del farol.

    —“Pudo ser un núcleo— sostuvo el muchacho —Pero girábamos siempre alrededor de esos marcos colgados de las paredes, donde la mención continua de sus vidas parecíanos la única realidad. Nosotros, en cambio ...las sombras.”

    —“Una dura observación, hijo mío”

    —“Pero exacta. Luego... la presencia constante de esas mujeres injertadas en nuestra casa a tu alrededor, nos separaban. Ahora ellas no están acá, por ello dialogamos”

    Las últimas frases se hundieron en el ensueño fantasmal. El farol humanizado se movía dando una luz intermitente, como imantado por el viento, como la paja de los techos en los ranchos serranos. Veía su deambular y conocía su historia. De su imagen irradiante continuó emergiendo la voz, sólo audible para Rolando...

    Ciertos transeúntes lo miraban de soslayo, sorprendidos. La calle penumbrosa habíase transformado en el escenario adecuado para una posibilidad de diálogo, que fuera anteriormente imposible.

    —“¿Lo ves así?... tan drástico siempre... Rolo.”

    —“Nuestro devenir era sólo una cáscara— insistiría el muchacho

    —Cada minuto relatado de aquellas personas que sólo figuraban en el grabado, había constituido la sensación vida ...¡Pero aquel día! Aquél, que continuó a la visita nocturna de los ancianos escapados de sus marcos, cuando vinieron a hablarme, cayóse para mí la máscara de todos ellos. Y me arrimé a mi padre real. El de fibra viva. Sin amor profundo, es cierto, pero contemplándolo deseoso de hallar una palabra acertada, para comunicarme con él.”— y miró con fijeza a la figura esbozada en la calle

    —“¿Y qué le dijiste?”— interrumpióle la madre

    —“No era fácil, pero me expresé así : ...Padre... Querría que me perdonaras. Hemos habitado juntos durante veinte años esta misma casa, sin embargo sentí siempre la paternidad adherida a las paredes, a esos retratos …¡Ni yo siquiera existía!... Pues, incluso, aquel niño rubio, ojos claros, distinto a mí que soy morocho ...el hermanito que nos dejó en los primeros años... era más real que yo.”

    —“¿Lo asumiste así, Rolo?”

    —“Sí. Con exactitud, por medio de tu constancia en evocarlo. Recordaba sus juegos o el color de sus cabellos, más que los míos propios. Acariciaba sus rulos de oro guardados por ti dentro de un cofre pequeño de porcelana en la sala. Cuando todo ello en verdad provenía de tu evocación, no de mi memoria, puesto que cuando él partió yo aún no había nacido”

    —“¡Me sorprendes hijo! ... ¿Qué más hablaste con tu padre?”

    —“Continué diciéndole: ...¡Hoy! Sí ¡Hoy de pronto me nace una verdad! He descubierto tu realidad y la mía. De improviso me han llegado mis propios recuerdos ¡Los voy extrayendo desde una nebulosa y me encuentro a tu lado!”

    —“Fue un reencuentro emotivo entre padre e hijo— dijo el fantasma femenil— Sucede siempre al llegar a la juventud. Recién entonces los hombres se sienten padres... cuando el hijo ha crecido. Cuando las mujeres los hicimos crecer. Cuando los hijos nos olvidan.”— expuso ella melancólica

    (CONTINÚA)

  6. #6
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    Predeterminado El diamante (6)

    EL DIAMANTE (CONTINUACIÓN)
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    por Alejandra Correas Vázquez


    —“¡Me sorprendes hijo! ... ¿Qué más hablaste con tu padre?”

    —“Continué diciéndole: ...¡Hoy! Sí ¡Hoy de pronto me nace una verdad! He descubierto tu realidad y la mía. De improviso me han llegado mis propios recuerdos ¡Los voy extrayendo desde una nebulosa y me encuentro a tu lado!”

    —“Fue un reencuentro emotivo entre padre e hijo— dijo el fantasma femenil— Sucede siempre al llegar a la juventud. Recién entonces los hombres se sienten padres... cuando el hijo ha crecido. Cuando las mujeres los hicimos crecer. Cuando los hijos nos olvidan.”— expuso ella melancólica

    La luz del farol titilaba luego de aquellas palabras cargadas de un desencanto, ya vivido y casi ajeno, en su situación actual.

    —“¡No te aflijas!— volvió a recomendarle Rolando con preocupación —Pues él y yo no podíamos andar mucho tiempo juntos. Mis veinte años demandaban un camino abierto, amplio, sin barreras ni límites. El, en realidad, estaba junto a todas ustedes, a tu lado y por ende, había admitido ese círculo compacto de hembras intrigantes que te rodeaba como una atmósfera peculiar. Yo no podría extraerlo de allí, hacia mí.”

    —“Tampoco con él, permaneciste quieto, hijo.”

    —“Nunca he buscado la quietud, madre, sino el rumbo ¿Te resulta difícil comprenderlo?”

    —“Tu padre, el ausente, el político, el profesional... ganó tu corazón con su brillo público. Algo que yo no podía lograr”

    —“Tampoco quedé junto a él. El iba a permanecer allí, persistente contigo. Te entregó su vida cuando te vio en su juventud y no se alejó más, aunque pareciese ausente.”

    —“Así era nuestra juventud. Nuestro tiempo”— explicóle la figura fantasmal

    —“Soy distinto.”

    —“Esta juventud es distinta, pero te parecerás al conjunto, como ley inexorable.”

    —“¡Yo tallaré el Diamante! Ya tengo el comienzo. Inicial. Aquí estoy. No era nadie. Cada extremo de mis cabellos lucía, antes, colores brillantes que no eran míos, que parecían extraídos de los retratos ...Pero provenían de tu mente... madre”

    El Cabildo colonial con su ancha recova ya vacía, parecía escuchar sus voces. Parecía llamarlos desde su pasado, y confundir sus sentimientos pretéritos con los de ellos. Que estaban también concluidos, pero hallábanse ahora vivificados por este diálogo último y a pleno.

    —“¿Qué harás ahora? ¿Prefieres sumergirte en un mundo sin familia? Ser una partícula solamente”— preguntóle la madre, siempre protectora

    —“Te equivocas. Voy siendo una partícula. Pero allá, en nuestra casa, sólo era una baldosa que no tenía derecho a elegir su propio color”

    —“Ninguno lo tuvo, Rolo, así era nuestro tiempo”

    —“¡Tengo el Diamante del comienzo!... Y aquí estoy tratando de tallarlo, puliendo una a una sus facetas, con cinceles elegidos por mí.”

    —“Es una propuesta positiva, niño mío... Crece.”

    —“Lo intento. Ya lo voy logrando.”

    —“Tu generación elige.”

    —“Sí, madre.”

    —“Tu generación juzga.”

    —“Sí, madre.”

    —“Tu generación se arriesga en mundos nuevos.”

    —“Sí , madre.”

    —“¿Podrás protegerte a ti mismo?”

    —“Ese es mi propósito... Lo intentaré... Sí, madre.”

    —“Ya no puedo hacerte crecer más, hijo mío.”

    —“Es mi turno. Me toca a mí pensar por mí. Ya hiciste lo tuyo entre aciertos y tormentas. Es mi momento, nunca como ahora fui tan dueño de mí, y es perentorio que cumpla conmigo...”

    —“Algo positivo, niño mío.”

    —“Pero al menos, ha sido posible encontrarnos, y hablar de nosotros, por primera vez.”

    —“La primera... La última.”

    Ambos callaron. La luz del farol fue apagándose ante las claridades del alba, que se anunciaba hacia la distancia detrás de los edificios citadinos. No hubo más diálogo. Luego, lentamente, Rolando continuó pensativo pero tranquilo su camino abierto por el tráfico. Libre ya de motores y fantasmas, en una ciudad vacía, sembrada de cenizas dejadas por los incendios y la violencia en la noche anterior, con calles solitarias que marcaban su ruta sin barreras.

    -------oooooo--------

    ¡Serénate!

    Tu tiempo ha concluido. La calle quedó vacía. Los espacios se abren mostrando los sedimentos que los años acumularon. Lentamente y sin prisa en sus contornos, como una presencia indefinida.

    ¡Ya no hay viento!

    Ennegrecidas de época, como sayal perdido en el tiempo, puedes reconocer antiguas formas. Llevan tu nombre. Igual al molde escondido en el taller que sirviera al escultor del tiempo, cuando plasmó la vida.

    ¡Silencio!

    Una brisa sutil y muy débil surge de las sinuosas veredas, cual fuego fatuo apagado antaño. Y ese nombre prisionero se evade voceando el pasado, hasta desaparecer con el aire matutino.

    ¡Descansa!

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  7. #7
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    Predeterminado El diamante (7)

    EL DIAMANTE (7)
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    por Alejandra Correas Vázquez


    6 — SUSURROS

    ---------ooooo--------

    Un susurro continuo desvelaba a Rolando

    —¡Qué quieres!— le gritó al fin

    —“Anoche regresó el trueno sobre la sierra y unió las horas en su conmoción nocturna. Adentro estaba yo con mis niños buscando el sueño. Pero tu nombre danzaba en mi mente, y a la mañana me levanté melancólica... Por ello he venido hoy a susurrarte”

    —“Perdimos el Diamante... así fue, Alicia.”

    Rolando estaba semidormido con la cabeza apoyada en la almohada. Se volvía numerosas veces sobre la cama, de izquierda a derecha, pero el zumbido persistía.

    —“¡Qué quieres!”— le insistió él nuevamente

    —“Me has abandonado... Rolo”— le respondió la voz de la joven manifestándose tras el zumbido

    —“No me seguiste, Alicia”— contestóle él, en tono enérgico

    —“Te hubiera seguido, pero no me llevaste”

    —“Estabas adherida al círculo. Por aguardarte retardé mi partida. No un noche ...aquella noche... sino más tiempo. Te aguardé lentamente, pero cada vez que te presentabas a mi lado traías un extremo de tu mano aferrada al círculo. Mi anhelo recibía sólo una parte de tu propio ser. Era un Diamante que sobresalía en pequeño espacio sobre la superficie de la tierra.”

    —“Son mis uniones familiares... a las que preservo”

    —“Son tus tutelas. Y con ellas me encontré de nuevo atado a un círculo cerrado, que yo, ya había superado dejándolo atrás. Emociones para mí agotadas. Repitiendo esquemas olvidados que nuevamente caían sobre mí ¡Por el delito de amarte” Y el amor cuando existe y es positivo, no puede exigir la anulación de uno mismo”

    —“Pero me has abandonado...”

    —“Sí. Sin duda. Pero estando juntos me transferías todos tus temores. Oponías cientos de vallas… ¡Y yo me sumergí en el drama que transportaba desde lejos!”

    —“No lo deseaba, no lo busqué, Rolo”

    —“Pero lo causaste. Y entre ambos dejamos que el amor ofrendado se disolviera en la nebulosa de los caminos”

    —“Pero me has abandonado ... Nada lo cambia”— insistió Alicia

    —“Sí. Sin duda”

    —“Mis vallas eran parte de una fortaleza familiar que creí importante preservar ¿Fue delito?”

    —“Ya me lo dijeron anteriormente... Si. Sin duda, esas vallas son muy poderosas”— expresó Rolo con sorpresa

    Sobre la atmósfera adormilada que lo rodeaba, la voz de su joven esposa se desvaneció dejando sólo un susurro. En esa semiconciencia Rolando creía entrever una luz diminuta expulsando colores vivos hacia los costados. Cada color era una faceta del Diamante desparramada por el dormitorio. Y él recogía aquellos talismanes preciosos, pero comprobando que no lograba reunirlos a modo de reconstituir, la joya de origen. El sueño le cubrió los ojos mientras su mano acariciaba en mensaje multicolor del Diamante.

    —“Me has abandonado...”— volvió ella a susurrarle

    —“Sí. Sin duda. Tengo las manos llenas de partículas humanas. Las de cada mujer que me ha acompañado en este cuarto”— contestóle Rolo

    —“¿Son muchas?”

    —“Suficientes ¿O creías que un varón no siente la soledad? Siempre se halla compañía pasajera”

    —“Pensar en ellas ...me produce vértigo”— respondióle Alicia

    —“Sí. Sin duda”

    —“Aquella mañana te vi partir. Fue un dolor instantáneo, inadvertido, un frío que corrió por mis entrañas, una angustia oprimida aquí en mi pecho… Ni luz. Ni noche. Ni recuerdos”

    —“Comprendo todo Alicia. Fue duro ¿Pero podrías también comprenderme a mí?”

    —“Lo intentaré ... a ello he venido a susurrarte entre la nebulosa del sueño. Tengo que lograrlo, en esta intimidad nueva”

    —“¿Intimidad? No teníamos intimidad, Alicia, ni privacidad”

    —“Te escucho Rolo ... Tu voz susurra mi desvelo”

    —“Yo llegué a verte la vez primera, Alicia, en un día de sol… La verdad llamó a la puerta de tu casa en la plenitud del verano, las persianas estaban entornadas, un sol creciente arrojaba fuego sobre los caminos serranos. El Río San Antonio lucía espléndido trayendo ora sequía, ora turbulencia. Los talas frondosos erguíanse sobre las laderas serranas, y el basalto se recortaba combo, entre las playas de arena. Sed. Pesadez… ¡Yo era un caminante que pedía un vaso de agua!”

    —“Está tibia ...te contesté... No ha quedado un solo jarro fresco”

    —“Me basta, llegando de tus manos ...dije yo”
    —“Y entonces ¿Por qué me abandonaste?”

    —“Lo hice. Sin duda”

    —“Dejaste detrás de ti a tu esposa y a tus hijos ¿Lo has olvidado Rolando”

    —“No, en absoluto”

    —“¿Cómo fue entonces?”

    —“En el interior de nuestra casa los hijos jugaban con globos de colores. La sed de los hombres les es desconocida. Recorrí por mucho tiempo esas habitaciones, comprobando que una penumbra cubría su interior. Una paloma aleteaba detrás de sus barrotes y nuestros niños la alimentaban colocándole migajas en el pico. Todos éramos allí prisioneros”

    —“Pero me has abandonado... y ello tampoco se justifica”

    —“Sí. Sin duda, Alicia. Yo te comenté: ¡Faltan luces!”

    —“¡Aquí se encuentran! ...te dije… oprimiendo el botón de los tubos de mercurio y una luminosidad homogénea cubrió nuestros rostros”

    —“No son suficientes, y son muy opacas ...te volví a indicar”

    —“No tengo otras, caminante”

    —“¡Sí las hay!”

    —“¿Dónde Rolando?”

    —“Afuera el rayo del sol deslumbra la visión de los caminantes. Sus luces refulgen chocando contra los rostros y grandes sombras se proyectan junto a los sauces. La sierra resplandece de hermosura y el Río San Antonio serpentea, ora cristalino, ora turbulento, entre las rocas de basalto ¿Por qué te encierras, Alicia, rodeada de paisajes?”

    —“¡Qué importa ya! ... Pues me abandonaste, Rolando”

    —“Sí. Lo hice. Sin duda”

    —“¿Aceptas, entonces mi reclamo?”

    —“Lo acepto... Yo trataba de explicarte mis anhelos en ese instante último. Me acerqué a tu lado buscando un refugio acogedor, fresco en estación cálida, tibio en estación fría, pero la opacidad artificial de tus luces mercuriales, me rechaza. Y allí te ocultas para no mirar hacia fuera donde reina el paisaje. Entonces te dije: ...El sol va subiendo y me voy”

    —“Era el final de vacaciones ...Fue allí cuando me abandonaste”

    —“Abrí la puerta. El horizonte mostraba aún los pigmentos del verano, las ramas de los árboles inclinaban sus frutos hacia los viandantes, y yo partí con ellos en pos de un devenir”

    —“Dos manos solas, de mujer abandonada, no me permiten recoger la energía de los rayos solares que cubren la serranía”— reclamó Alicia

    —“Te dije ...Me voy... Y esperaba que me siguieras”

    (CONTINÚA)

  8. #8
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    Predeterminado El diamante (8)

    EL DIAMANTE (8 - CONTINUACIÓN)
    ......................

    por Alejandra Correas Vázquez

    En su inconsciencia adormilada Rolando soñaba con Alicia y creía verla rozagante de belleza, como el primer día, quizás el segundo y hasta el último día en que vivieron juntos. Pero ella siempre distante, inmutable, lo miraba con esa faz incierta que crean los ensueños.

    —“Ya ha pasado el verano, Alicia”— le dijo él posando sobre la joven su mirada melancólica

    —“¿Y qué llega detrás de él?”— preguntóle ella

    —“Viene la estación de las siembras. Pero las habitaciones de tu casa, donde te encierras en forma de claustro, no te permitirán contemplar la labor de los hombres que respiran el aire natural de la sierra. Por ello me voy”

    Ella veíalo alejarse entristecida. El volvió la cabeza y la divisó totalmente sola. Pero el ensueño continuaba, y Alicia materializada dentro de aquella fantasía bajó de un impuso rápido el zócalo de su casa, para colocarse a su lado.

    ¡Juntos por fin! …Tal como tanto él había deseado… Y se encaminaron tomados de la mano hacia la calle, bajo la luz tenue de la hora vespertina.
    Sus niños estaban apoyados sobre los vidrios de una ventana mirándolos con sorpresa. Los globos de colores cayeron de sus manos deslizándose entre las plantas, para deshacerse por completo. Una caricia de la noche esparció los pigmentos.

    El nuevo amanecer los sorprendería entrelazados. Sobre el paisaje serrano, un viento llevábase las hojas doradas del otoño, residuos gastados que se volatilizarían con el aire. El tronco del plátano soltaba su corteza, y Alicia la recogía en sus manos. Quiso ella exprimirla como un recuerdo, pero fue desmenuzándose entre sus dedos, dejándole la palma muy blanca y vacía.

    Alicia apoyó su cabeza contra el pecho de Rolando, y el viento serrano sopló esparciendo la “cola del Zonda” llegada desde las Altas Cumbres. Los rayos del nuevo sol entibiaban levemente sus facciones. Unos surcos sembrados del camino se abrieron, ofreciéndoles el choclo carnoso y maduro, con su melena al viento.

    En la lejanía, la nube del invierno avanzaba cubriendo la calle arenosa. Las ramas del tala retorcido mostraron sus uñas espinosas, y cada una de ellas transformóse en brazos, portadores de manos reclamantes.

    —“¡Alicia!”— gritáronle en conjunto

    Alicia escuchó aquellas voces que siempre la dominaran, pero que ahora desoyera dándoles la espalda para seguir a Rolando ¡Y quedó tiesa e inmóvil!
    Volvió hacia atrás la cabeza... y entonces, nuevamente temerosa, dejó la mano de Rolo que la conducía, para recoger aquel abrazo espinoso.

    El ensueño feliz había terminado.

    El la observó mientras ella se alejaba, ausente a todo llamado, distante a todo reclamo. Alzó con su puño viril una parte de la tierra serrana apartada de los surcos, por medio del arado, y marcó con esa masa fértil el nombre de su amada sobre el tronco desnudo del primer árbol.

    Pero ella ya estaba muy lejos, la envolvieron numerosas manos y él no la tendría más a su lado... El hielo se extendió por el sendero. Rolando quedó en imagen sobre el recuerdo.

    —“¡Me dejaste partir solo, Alicia!”— gritó el muchacho en medio del ensueño

    —“No ...No estás solo ...¡Ya no lo estás!... Hoy llamó alguien a tu puerta”— susurróle de nuevo la voz de ella

    —“¡Azucena! Tal vez su visita sea sólo un mensaje de tu lado”

    —“No, lo sabes bien, Azucena no es hermana mía. Vivió con nosotros, con mi familia, es cierto, pero sólo fue mi huésped. Hemos sido amigas, pero ella no tiene uniones”

    —“No las tiene, pero mi presencia puede traerle una sensación de cerrojo”— expresó él con firmeza
    —“¿Cuál cerrojo? … ¿El hogar que no tuvo y encontró entre nosotros?”— contestóle ella muy airada

    —“Y que puede ser una carga muy pesada ¿No lo has pensado?”

    —“¿Cómo? ¿De qué forma?”

    —“Cuando no es propio. Cuando se convierte en una deuda por falta de derechos. Cuando encierra”— expresóse Rolando

    —“Pero ...¡Ella es tan libre!”

    —“La libertad de los huérfanos, Alicia. Pues Azucena dormía con ustedes, se vestía y se alimentaba, estaba obligada por una deuda. Por ello no era libre ...ahora lo será”

    —“¿Sabrá agradecer también?”

    —“¡Qué corta es tu conciencia de la libertad! ...El ser llega desvalido al mundo, gimiendo e inválido con menos posibilidad que un potrillo. Es un gurí inerte y dependiente, incapaz por sí mismo de aprender a caminar o hablar. Luego crece y come. Y ya no tiene derecho a la vida, pues más tarde se le cobrará con creces esa mercancía”

    —“Al ayudarla no lo vimos de esa manera”

    —“Pero algunos, Alicia, reclaman una cuota mínima o máxima de derecho vital. Pequeña. Grande. Según los caracteres. Un soplo de propiedad sobre sí mismos. Hay quienes no quieren negarse a cumplir con su propio destino. Entonces lo reclaman con justeza ¿Crees que Azucena pudo amarlos?”

    —“¿Amarnos? Le dimos amparo, debe reconocerlo”

    —“Se trata de algo distinto, hablo de otro amor, el que talla un Diamante ¿Puedes advertirlo? Ella estaba ya allá con ustedes, dentro de tu familia, cuando yo llegué para quedarme a tu lado. Vi la escena y su significado ¡Ustedes no estaban obligados con ella! Pero ella, en cambio, quedaba obligada con ustedes. Dura condición ¿Pudo amarlos? ...libremente”

    —“Sólo se le pidió reconocimiento”— expuso Alicia

    —“¿Era eso?”

    —“¿Qué otra cosa podría ser? …Sólo reconocimiento”

    —“Una carga muy pesada, que creo ya cumplió. Las deudas tienen un final, puesto que no parten del amor o la amistad. Tienen un plazo. Caducan”

    Y las imágenes de Rolando volvieron a llevarlo por los laberintos del ensueño. Deslizábase ahora por una planicie gris perla, entonada en celeste, como si el cielo de la mediatarde se reflejara en ella.

    —“Caducan. Todo caduca”— iría repitiendo como una sordina

    Iban ellos dos, nuevamente juntos tomados de la mano, por la misma ruta y en cada brazo de sus derechas se asentaba una paloma. Cuando la primera paloma voló lejos de ellos... era la de Rolo.

    —“Todo caduca”— insistía la ficción del sueño

    Alicia no la vio, pues ella estaba contemplando su ave blanca y pura. No vio su brazo ahora desnudo, no vio el camino que se bifurcaba, y no lo vio a él, lejos suyo, buscando a su paloma prófuga.

    —“Todo caduca”— repitió el genio del sueño

    El aún continúa sin ella, sin su paloma. Un enjambre de caras nuevas cubrió la visión de Rolando cambiándole todo su escenario. Alguien le interpuso una rama y un ombú gigantesco precipitóse a tierra, con las raíces desgarradas. Se atravesó en su camino obligándole a buscar un atajo distante, un sendero nuevo sin viento y sin nostalgia.

    Los caminos de ambos son ahora diferentes. Sus brazos ya no lucen palomas. Sus niños los miran y ellos son mariposas.

    —“¡Me dejaste partir solo, Alicia!”— gritó él nuevamente

    —“No me llevaste, Rolo ...Pero le abriste tu puerta a una visita”

    —“Me han visitado aquí muchas mujeres y no te olvido ¿Por qué insistes en esta visita?”
    —“Porque adiviné al verla partir, que Azucena iba detrás tuyo”

    —“¿Qué le reprochas a Azucena?

    —“Su visita”— insistió Alicia

    —“¿Y qué quieres de ella?”

    —“Reconocimiento”— respondió ella con firmeza

    —“¿Era eso, nada más?— se exaltó el muchacho

    —“¿No es válido acaso?”

    —“Yo no lo veo así. Ella al recibir de ustedes alimento, guantes de diversos colores, preciosas prendas para cubrir el cuerpo, comodidad y hasta elegancia ...al recibirlas ¿No tenía Azucena más derecho a su identidad?”

    —“Te expresas con mucho rigor”

    —“Te contestaré: No, ella ya no lo tenía. La inversión fue buena, igual al porcentaje de los usureros ¡Error! Una generosidad sencilla, un acto pequeño, hubiese mantenido esa vida unida a ustedes por el amor. Eran vestidos demasiado caros ¡Se anudaban como serpientes!”

    —“¡Quizás así sea Rolando! ... ahora sé que no has de volver. No queda más tiempo disponible para nosotros ¡Lo hemos agotado! Sigue durmiendo, pues yo no voy a susurrarte más. El sueño es más suave que mi voz”

    --------ooooooo---------

    ¡Siempre hay tiempo!...

    Mientras que el vacío de nuestra casa fue continuo. Dentro de ella se apagaron los ecos musicales de un idilio que nos reunió entre las guirnaldas de los danzarines, como máscaras de un carnaval añejo arrojadas sobre las baldosas del patio.

    ¡Y al amanecer nos contemplamos como dos extraños!

    Pues las risas dulces e ingenuas de nuestros niños, no nos devolvieron aquellos colores engañosos que nos fascinaron… El anochecer nos halló caminando por la otra orilla.

    ¡Pero vendrá un nuevo tiempo!

    Cuando el astro rey incline sobre cada uno de nosotros sus manos. Y la pupila brille junto a la corola con majestad de vida.

    --------ooooo-------

  9. #9
    Fecha de Ingreso
    29-febrero-2012
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    Predeterminado El diamante (9)

    EL DIAMANTE (9)
    ......................

    por Alejandra Correas Vázquez


    7— MICA Y DIAMANTE

    --------ooooooo--------

    —“¡Hola Rolo! Venía a saludarte”— le dijo ella al transponer la puerta del taller de cerámica

    —“¡Hola Azucena! Adelante...”

    Sobre las mesadas de mármol destinadas al trabajo, los ceramistas iban colocando numerosas piezas, todavía calientes, provenientes de la primera hornada. El caolín jujeño y la greda roja cordobesa, combinadas o puras, no tenían aún color. Y la forma desnuda del bizcocho resaltaba las líneas esenciales impresas con el modelado.

    —“¿Cómo se encuentran todos ustedes?”— preguntóles ella

    —“Hace un momento estábamos preocupados, pues creíamos que algunas piezas habrían sido colocadas antes del tiempo de secado en el horno. Pero todo anduvo bien”— respondió él

    —“Es toda una suerte, me da mucho gusto”

    —“Ahora me encuentro tranquilo y podemos hablar... Salgamos al patio que aquí hay calor sofocante y humedad”
    Un sol débil inundaba las baldosas del patio. El tiempo había homogeneizado su color. Numerosos moldes de yeso hallábanse desparramados o apilados en ese lugar, protegidos por un alero de zinc ante las eventualidades climáticas. Un gran tanque de cemento contenía arcilla.

    Pero aún así, quedaba espacio para una plática de dos. Hacia el fondo de aquella casona vetusta, de barrio San Vicente, cimbaba la higuera.

    —“¿Sabes Rolo?— le comentó ella — Hace unos días caminé por las orillas del Río San Antonio, pero me mantuve alejada de aquella casa”

    —“¿Por qué fuiste hacia allá?”

    —“Porque en su naturaleza encuentro algo prodigioso”

    —“¿Tanto así?”

    Y así era para ella... Esa aridez del suelo. El caudal temible del río en sus crecientes. El seno turbulento. La fuerza del agua que choca contra las inmensas piedras de basalto del borde, junto a la playa de arena dorada. La mansedumbre final y su transparencia cristalina ¡Todo ello tenía para Azucena en su conjunto, un poder cautivante!

    Río San Antonio, piedra y arenal. Basalto y agua, a veces mortal. Ese era el paisaje indómito que ellos habían dejado atrás suyo. Poco antes de partir vieron a un turista que se arrojó entusiasmado al agua, cuando comenzó la creciente. Lo sacaron entre varios vecinos anudando unas mangueras. El turista sosteníase de un extremo pero la fuerza del agua en correntada, por momentos hacíale dar movimientos de abanico. Cuando al fin emergió lleno de magullones, le dijeron: “No es peligroso el caudal, sino las piedras”… y lo aprendió para siempre

    —“La creciente del Río San Antonio comienza con una espuma de apariencias inofensivas”— comentó Rolando

    —“Luego fluye en torrente”— confirmó ella

    —“Cuando yo era niño, aquella serranía reseca que cruza ese río caudaloso, estaba tapizada de mica. Trozos grandes como baldosas, negras o blancas, cubrían las laderas y al caminar a la siesta bajo resolana, relucían como millares de espejos arrojados del cielo”— recordó Rolando

    —“Hoy no quedan ya... Sólo algún polvo de mica como recuerdo”— comentó triste Azucena

    —“¡El hombre tiene cualidades cleptómanas con la naturaleza! …¡Aquel fue mi primer Diamante!... Era una visión deslumbradora”— expuso el muchacho con entusiasmo

    —“Un tesoro de mica robado, como tantos”

    —“Sin duda. Pero aún está vivo en mi retina aquel esplendor espejado... Y luego desposeído por la mano del hombre. Porque mutuamente, hombre y naturaleza no se respetan. También debe ser propio de aquella zona donde ambos luchan tratando de imponerse. En aquel tiempo de mi infancia yo iba allí de veraneo... luego me fascinó la idea de permanecer todo el año, uniéndome con Alicia”— dijo Rolo

    —“Fue parte de tu elección y fascinación por ella”

    —“Lo fue, ambos amores se fundieron dentro mío. Posee una aridez hasta humana, pero dueña de un sortilegio particular que nos hace retornar siempre. El río se encajona aguas arriba y alcanza muchos metros de profundidad. Luego avanza arrastrándolo todo: Cercos. Carpas. Juguetes. Sombrillas. Mesas ...e incluso... Autos. Todo lo que hizo el hombre con sus manos. Es un abismo”

    —“También con el mismo vigor y rigor trata a sus visitantes... No me fue grato el regreso”— comentó Azucena

    —“¿Ibas sola?”

    —“No, no iba sola. Me acompañó un amigo”

    —“Pude comprenderlo cuando te vi entrar. Los caminos siguen abiertos, pero el mío te está vedado desde tu interior ¡Y ya no quiero ofrecértelo más como esperanza! …Nosotros dos nos hemos alejado demasiado ¿Verdad Azucena?”

    —“¿Lo crees?”

    —“¿Estoy en lo cierto?”
    En ese momento llegó desde el interior otro de los ceramistas y comenzó a seleccionar la moldería. Rolando acudió en su ayuda al observar que algunas piezas de yeso tambaleaban y podrían caerse de sus pilas. Azucena quiso también colaborar.

    —“Has visto el cielo, Rolo?”— le dijo ella cuando terminaron esta tarea

    —“Tiene un hermoso color”

    —“Está abierto y me aguarda. Siento encanto al salir hacia el día y la luz, en nuestra ciudad todavía invernal e iluminada por el tibio sol de agosto”

    —“El sol de los barriletes”

    Ambos jóvenes quedaron en silencio por un largo tiempo. La ciudad de Córdoba luce feliz en aquella mediamañana, a pesar de la violencia dolorosa que sacude sus calles.

    En el centro citadino La Cañada sigue su curso. Los caminantes se dirigen hacia ella y asomados a su borde de pirca hecho con piedras blancas, siempre le preguntan... (pues tienen incógnitas sobre su devenir, dentro de tanto conflicto). Pero el canto del agua en forma de hilo cristalino, que corre por su fondo, no les responde con palabras. Su murmullo es el mismo de siempre, pero en su superficie flota la Esperanza… pensando en ella, Azucena dice:

    —“La Cañada no tiene aguas portentosas, sólo una hebra brillante y solitaria de agua, que crece con las lluvias hasta el borde de piedras. Pero me asomo a ella y allí veo flotar mi esperanza. La saludo desde la otra orilla, respiro el aroma a ramas de las “Tipas”... y luego regreso hasta mi casa”

    —“¿Ya te vas?”

    —“Siempre me voy, Rolando... aunque venga a buscarte en forma repetida ¡Pues yo soy como La Cañada! Un largo camino serpentino atravesando a Córdoba”

    —“¿Otra vez partes?”— insistió él

    —“Voy hasta La Cañada, donde las “tipas” frondosas de sus bordes me saludan siempre. Las piedras lucen para mí sus formas de años y muy a la distancia las serranías me divisan sola... Sí, sola”

    —“Siempre sola, caminando ...para evadirte. Te vi hace un momento ayudarnos con entusiasmo. Deseabas hacerlo por nosotros, por gusto propio... ¿O por fuga? ...para no responderme”— preguntóle el muchacho

    Nuevamente se produjo entre ambos un silencio, algo espeso, pero más corto. El patio bañado de sol daba contenido a sus figuras juveniles. Desde interior algunos cánticos de tonadas folclóricas, llegaban hasta ellos. Esa serenidad y aquellas notas musicales, hicieron que Azucena quisiera expresarse y abriera su interior, siempre tan oculto.
    —“Pero... ¿Puedes escucharme? Frente a ti, Rolando, me hallé como prisionera de un imán, cuando nos conocimos”

    —“Quería escuchártelo decir, pues lo suponía”

    —“Pero venías en pos de Alicia y no de mí”

    —“¿Fallé en mi elección? Es el corazón que manda”— aclaró él

    —“Sin embargo con tu llegada, aquel círculo de familia tan hermético, cobró una nueva vida y se decoró con tus niños. Eso me bastó. Yo deseaba que permanecieras allí, junto a ella, junto a Alicia ¡Pero que permanecieras! Que no te marcharas nunca”

    —“¿Eras auténtica en aquel momento? ¿O yo fui una novedad, una variación, ante la monotonía?”

    La pregunta de Rolando no fue respondida. Ella recordaba que había buscado en los valles y en las quebradas de aquellas serranías, que la vieron recorrer alegre en otro tiempo... Y sólo encontró un paisaje moribundo detrás de su partida. Pero no se lo dijo.

    Rolando contempló a Azucena en forma de intriga, como si el escenario que los rodeaba con cerámicas y moldería, se hubiese anulado. Ella era así. Un rostro nuevo. Un color nuevo. Fresco. Un pétalo que amanecía teñido de violeta para cambiar de color en dirección al mediodía. Azucena. Móvil. Cambiante. Fluctuante. Inestable... siempre.

    (CONTINÚA)

  10. #10
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    Predeterminado El diamante (10)

    EL DIAMANTE (10- CONTINUACIÓN)
    ......................

    por Alejandra Correas Vázquez


    —“Pero nunca te quedas”— presionó Rolo

    —“¿Es necesario?”

    —“Tampoco hablas de amor, nunca”

    —“¿Hace falta?”

    —“¡Qué difícil es para mí el Diamante!”

    —“No lo conozco ¿Cómo es?”— inquirióle ella

    —“No es definible con palabras”— respondióle él

    El Diamante. Colores hermosos y variados, rebosantes de facetas novedosas. Porque no es el amor, es una experiencia distinta. Al verlo en su dimensión y en su dinamismo, vuelve el mundo sonoro y ambiental hacia las personas. Posee su propia prisa, todo lo estático se transmuta. El amor sigue donde está. El Diamante es diferente. Es más complejo de lo imaginado, cuando se lo ha tomado de un extremo.

    —“Me pregunto ¿Será tan difícil como bello? ¿Y su belleza será tan intensa que habremos olvidado los esfuerzos que nos llevaron hacia él?”— dijo Rolando en voz alta como pensando para sí, pero deseando que ella lo escuchara

    Bajo la atmósfera que los envolvía en el taller de cerámica, la voz de Azucena iba desvaneciéndose para retornar por su huella. Estaban en ese momento en un camino común, de dos, que duraba un instante. Muy poco después ella cruzaría la otra calle en dirección al centro de la ciudad. Como otras veces. Como lo hizo desde el primer día en que arribó a buscarlo, que partió detrás de él... pero sin detenerse nunca.

    ¿Dónde estaba? ¿Y dónde pues de verdad hallábanse ambos? Unidos siempre en un vínculo no especificado, sobre un desfiladero angosto y largo donde el horizonte se extiende, hacia la sierra virgen, bella y portentosa.

    Allá Alicia: lo inmutable ... Aquí Azucena: lo inestable.

    —“Rolando cuando nos conocimos tu mirada penetraba en mí, pero yo me resistí a adherirla con un llamado afirmativo”— explicóse ella

    —“Lo advertí… Pero yo iba en busca de Alicia”

    —“Te sonreí con agrado, pero salté luego hacia un atajo. Retuve mi perla en la mano sin brindarla, pues deseaba que nunca partieras de allá”

    —“Yo nunca te he rechazado, Azucena …Mas aún, creo que te estoy aguardando, quizás desde el comienzo”— expresó el muchacho con sinceridad

    Ella miró hacia las mesas con moldería y acercándose, fue rodeando ese espacio como si estudiara cada una de las piezas. Las tocaba con cuidado una a una, y luego volvióse lentamente hacia él, para decirle:
    —“Te has sugestionado con mis palabras”

    —“No. Este debe ser mi descubrimiento más reciente. No lo había comprendido bien hasta ahora. Hasta este día”

    —“No es nueva mi presencia a tu lado, Rolo”

    —“No, pero es distinta, Azucena... Las veces que te tuve en mis brazos desde tu llegada, me extrañó cierta ternura”

    —“¿Porqué? Los dos la esperábamos ...Yo al menos”

    —“Porque no es común, al menos para mí, cuando no hay una propuesta de continuidad. Una media palabra de amor siquiera... que yo creo necesaria”

    —“Has tenido demasiado de ello, desde que te apartaste de Alicia, y yo misma lo he advertido en mis visitas aquí, a este taller con todas tus cerámicas y tus amigas ceramistas”

    —“Es cierto. Pero no era mi interés propio, salieron al cruce como siempre sucede. Mi vida estuvo envuelta todo este tiempo en demasiadas emociones táctiles”— reconoció él

    —“¡Es la eterna nebulosa que nubla los sentimientos!”

    —“Sin embargo un momento de alegría tuyo, me ha sido siempre bello. Si. Me intereso por tu vida Azucena ¡Y no es solamente por la similitud de dos almas en exilio!”

    —“Sin duda, casi inadvertidamente, nos hemos asomado buscando un límite común, compartible entre ambos, tanto como antes buscábamos el nuestro propio”— razonó Azucena

    —“Si así fuera... Todavía no lo hemos alcanzado plenamente, porque el Diamante aún está lejos de nosotros”

    El silencio envolvió a ambos jóvenes luego de estas palabras, mientras del interior del taller llegaba como sordina, la actividad de los ceramistas. Estaban los dos envueltos en una bruma de ansiedad, jóvenes y solitarios, esperando algo de ellos mismos. Algo para brindarse y recibir, distinto a las emociones que ya se habían brindado. Algo que poseían en su ser y que sin embargo retuvieron siempre, como si les fuesen a arrebatar una joya incalculable de su arca.

    —“Cuando arribé hace un tiempo, luego de enviarte una carta como anuncio previo, yo regresaba sola, lentamente, hacia el encuentro de un objeto perdido”— fue recordando Azucena

    —“¿Y cuál era ese objeto pedido?”

    —“Era mi antigua vida citadina. Partí hacia la sierra siendo casi una niña. Volvía ahora, siendo una mujer”

    —“Pues viste que la ciudad de tu infancia estaba ya muy cambiada”— opinó él

    —“Completamente, era distinta a todos mis recuerdos plácidos, provincianos. Me encontré con una ciudad politizada. Pero seguía siendo mi solar natal.”

    —“Quise servirte de compañía. Pero no lo admitiste”

    —“Querías guiarme. Yo me quería guiar sola”

    —“¿Siempre sola, Azucena? ...Autónoma, sin preguntar nada”

    —“Esa noche primera, una legión de luces nocturnas salió a mi paso junto al límite entre el día y la noche ¡Pero eran fuegos de violencia que incendiaban mi solar natal!”

    —“Cuando abrí mi puerta y te ví, creo que miré tus ojos frente a frente por primera vez. Antes tus verdes pupilas me rehuían y ahora me buscaban En ese momento comprendí que te conocía desde mucho antes de llegar yo hacia allá. Algo así, como de un pasado sin tiempo... incalculable.”— evocó Rolando

    —“Es más difícil este día. Este nuevo día ¿Verdad? Pues es mucho más difícil dar continuidad a una relación, que comenzarla... Por ello me voy”— dictaminó la joven de improviso y con rapidez

    —“¿Adónde vas? Así de repente... Es como si te asomaras de continuo a multitud de ventanas. Podríamos habernos acompañado un tiempo, aunque fuese pequeño, un espacio de tiempo breve pero bueno… ¡Si te hubieras detenido!”

    —“No tengo por qué detenerme”— aseguró Azucena

    —“Nadie te espera ¡Nadie te ha aguardado hasta ahora!”— insistió el muchacho

    —“Es cierto”— reconoció ella —“No sabía mientras caminaba y buscaba ómnibus por qué me dirigía hacia aquí, tan lejos del centro donde yo vivo. Para llegar hasta el barrio San Vicente, donde se halla tu taller cerámico”

    —“¡Por mí! ...eso he creído yo”

    —“¡O por mí simplemente! Deseaba sentarme en algún lado. Recién ahora comprendo que he llegado a un lado especial... el que yo buscaba sin hallarlo ¡Quizás fuera el Diamante!”

    —“Pero no lo es. Aún no”— aseguróle Rolo

    —“Pero algo especial es para mí. Llevo años oyendo mi propio monólogo, desde que quedé sin padres. Sola. Me he acercado aquí esta mañana para sumar otra voz a la mía, formando un diálogo. Sí, Rolando, vine buscando comunicación”

    Azucena dirigióse en aquel momento hacia una ventana del patio, que daba al interior del taller. Pudo ver tras el vidrio una gran mesada de mármol donde se hallaban algunos bizcochos cerámicos, aún no esmaltados y en reposo, enfriándose luego de la horneada reciente. Dijo entonces:

    —“Veo estas piezas blancas que se comunican, diciendo ...¿Qué barnices tendremos?.. Y el pincel les contesta: elegimos el rojo, el que tiene la llama, la anhelada. Después vendrán los otros, pero viviremos nuestro día. El primero”

    —“¿Siempre el primer día, Azucena?”

    —“Sí… Lo tomamos entre los dedos, es la semilla”

    —“La arcilla es maleable— expresó Rolando —responde a nuestros deseos y luego los esmaltes cerámicos la vuelven roja, verde, azul, amarilla, violeta, naranja, blanca, negra ¡Puñado de tierra fértil!”

    —“Ese es el lujo del ceramista. Crear siempre con elementos de la naturaleza. Si embargo falta la libertad”— observó ella

    —“Mi libertad, Azucena, es modelar y esmaltar, formar con la materia cerámica, dar vida nueva al barro inerte. Los ceramistas construimos con él una vida distinta. Quizás sea la nuestra propia impresa en el caolín y la greda... El Diamante.”

    —“Maleable. Mutable. Se me parece entonces ¿Verdad Rolo?”

    —“Sí. Mutante siempre para huir de ti misma”

    —“Es posible. Pero no, Rolo… ¡No seas demasiado cruel!”

    —“Nunca lo he sido, sólo realista”

    —“Puedo entrever algo distinto, para mí misma, como comprender por ejemplo que tengo las manos dormidas. En cambio aquí todo luce diferente. Alguien ha construido este patio, estas habitaciones, también las mesas de mármol... Y en ellas ustedes transforman la arcilla”

    —“Es verdad”

    —“¿Es consciente todo esto?”

    —“Sí, Azucena. Para ello nos hemos reunido en esta casona de barrio San Vicente donde antes existían quintas de frutales y las viejas familias veraneaban. Según has visto, son varios los talleres cerámicos por esta zona, pues estas grandes casas lo permiten. Cuando atravieso la ciudad de un costado al otro, desde el Cerro de las Rosas, creo que he cambiado de atmósfera como de vida. No sé si me hallo en el pasado o en el presente... Porque la cerámica es mi presente, y San Vicente es el pasado casi legendario de la Vieja Córdoba”

    —“Sí, aquí construyes. Alguien o muchos, construyeron cuánto aquí existe”

    CONTINÚA

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