Introducción: El hombre siente la necesidad de adorar.- El hombre acaba por asimilarse el carácter del objetivo de su adoración.- El carácter de los dioses paganos es defectuoso y profano.- El hombre no tiene poder para librarse de este culto corrompido.

Hay tres hechos, cada uno de los cuales se halla plenamente desenvuelto en la experiencia del género humano, y cuya consideración preparará nuestra mente para la investigación que vamos a emprender. Considerados estos hechos en su mutua relación y en su alcance con respecto a los intereses morales de la humanidad, es preciso reconocer que son de capital importancia. Expondremos estos hechos, en conexión con las bases y los principios en que se funda, y podremos de manifiesto cuán vitales son los intereses que de ellos dependen.

PRIMER HECHO ESTABLECIDO

Hay en la naturaleza del hombre, o en las circunstancias en que halla colocado, algo que le lleva a reconocer y adorar un ser superior. Lo que sea este <<algo>> importa poco en nuestra presente indignación: ya se un distinto natural grabado en nosotros por el Creador; o bien un deducción de la razón universal, que de las cosas hechas infiere una primera causa; ya se el resultado de una tradición, que desciende desde los primitivos adoradores, a través de todas las ramas de la familia humana; ya sea, finalmente, una de estas causas, o todas ellas juntas, el hecho es el mismo:

<<El hombre es un ser religioso: siente la necesidad de rendir culto>>.
En vista de esta propensión de la naturaleza humana, los filósofos, buscando para el hombre una denominación genérica, le han definido: <<un animal religioso>>. Es esta una característica reconocida como verdadera en cualquier parte del mundo y en cualquier condición en que se le haya encontrado; como lo ha sido también en todas las edades de que tenemos memoria, sean fabulosas o históricas.

Los navegantes ha contado que, en reducido número de casos. Hallaron tribus aisladas que no reconocían la existencia de ningún ser superior; pero indagaciones posteriores han rectificado generalmente esta apreciación, y en todo caso, cuando se ha podido suponer que una tribu humana carecía realmente de toda creencia en algún dios, el hecho quedó establecido como prueba de su degradación y de su proximidad a los confines de la naturaleza bruta. De toda la familia humana existente en todas las edades y derramada por las cuatro partes del globo y por las más apartadas islas, apenas hay una excepción auténtica del hecho consignado; a saber, que le hombre, arrastrado por un impulso de la naturaleza o por la fuerza de las circunstancias, adora siempre algo, que él revestido con los atributos de un ser superior.