¡ADIÒS MUNDO CRUEL!
En estos escritos sobre reencarnaciòn se ha tratado sobre la necesidad de èsta para lograr la sabidurìa y la perfecciòn moral que nos convertirà en espìritus perfectos, o àngeles, como quiera llamàrselos. Perfecciòn espiritual que por màs que uno puje, no la podrà lograr en una sola existencia fìsica. Serìa como pretender que aprobando el primer grado, ya queramos ejercer de mèdico, si es que esa es nuestra vocaciòn.
¿Què sucede cuando "desencarnamos"? Prefiero utilizar el tèrmino desencarnar porque el que muere es el cuerpo fìsico y el espìritu sigue tan campante.
Cuando desencarnamos, lo ùnico que nos llevamos de esta vida fìsica es el aprendizaje y los logros morales obtenidos con ella, si es que por ventura logramos algunos.
Al llegar al espacio el espìritu no se vuelve sabio ni perfecto. Sigue siendo exactamente como lo fue en la vida que dejò: El borrachito andarà rondando por los boliches. El miròn furtivo seguirà espiando a las mujeres que se cambian la ropa. La beata seguirà asistiendo y rezando en las iglesias. El estudioso seguirà con su inquietud de ilustrarse, etc.
Cada cual conservarà en el espacio su estado evolutivo logrado a travès de las vidas sucesivas. ¡Nada màs! ¡Nada menos!
Al llegar al espacio, no tendremos una conciencia inmediata de nuestra desencarnaciòn. Pasamos por una "turbaciòn" post mortem que nos hace creer que todavìa tenemos vida fìsica.
Al creer que aùn estamos "vivos", seguimos frecuentando los sitios que acostumbràbamos frecuentar durante la vida fìsica: Los hogareños, seguiremos en nuestro hogar. Los jugadores en los garitos. Los estudiosos en las aulas, etc.
El tèrmino "turbaciòn" es precisamente por lo que obtenemos al pretender continuar con actividades corporales y ver que no lo logramos. El borrachito tratarà de asir la botella o la copa en el boliche y se turba al ver que su mano atraviesa esos objetos y no los puede levantar.
El hogareño se turbarà cuando llegue al hogar y trate de darle, como acostumbraba, una nalgadita de saludo a su esposa, (ahora su viuda), y vea que su mano traspasa la nalga de ella.
El estudioso se turbarà cuando sentado en un pupitre de su ex aula, vea con asombro que uno de los alumnos se le sienta encima. Y màs asombroso aùn: ¡No siente el peso del otro! Tambièn lo turba ver còmo el que se sentò encima de èl, no se da por enterado y el espìritu se levanta ràpido del pupitre. ¡Eso es turbaciòn!
¿Cuànto dura esa turbaciòn?, preguntaràn ustedes. Eso va en lìnea recta con la forma en que hemos desencarnado y nuestra espiritualidad o materialismo de nuestra vida fìsica al momento de la desencarnaciòn.
Los que menos duran turbados son los que desencarnan por ancianos o por largos padecimientos corporales. Duran mucho màs turbados, los que han desencarnado por muertes repentinas, (infartos, accidentes, etc.), y mucho, pero mucho màs.....¡los suicidas!
¿No han observado ustedes que los ancianitos ya estàn màs allà que acà? ¿No les han escuchado decir que ven a fulano o a fulana que se fue antes? Algunos ancianos dicen al momento de su desencarnaciòn, que los que se fueron antes estàn allì, en el aposento, y que le estàn sonriendo e invitàndolos a ir a donde estàn ellos. La mayorìa de los ancianitos sonrìen al desencarnar. Igual les sucede a los enfermos con un largo padecimiento.
Los que desencarnan violentamente, (accidentes, infartos, etc.), que no esperaban una muerte repentina, siguen creyendo que estàn “vivos” durante un perìodo mayor, hasta que poco a poco van analizando y razonando sobre las cosas que quieren hacer y no pueden, y finalmente aceptan su estado espiritual. Cuando esto sucede se pone fin al perìodo de turbación espiritual.
La turbación puede durar desde años hasta siglos. ¡No hay regla fija! Todo depende de la calidad espiritual del desencarnado. Hace años tratè un caso en el que el espìritu de un pirata, por el mecanismo de obsesiòn espiritual, hacìa que un pobre campesino buscara un tesoro que èl, (el pirata), habìa enterrado en cierta comarca playera. El pirata todavía, después de siglos, creìa que aùn tenìa vida fìsica.
¿Y los suicidas? Dentro del grupo de seres humanos de cierto grado de espiritualidad, es la turbaciòn màs larga y penosa que puede haber.
Cuando se nos concede una vida fìsica, se nos da para nuestro progreso intelectual y moral. Por lo tanto, esa vida tenemos que vivirla hasta el ùltimo segundo. ¡Sin acobardarnos ante cualquier inconveniente! Generalmente, esa vida fìsica concedida para nuestro progreso, viene encadenada a una expiación. Compensar, rescatar errores cometidos en vidas anteriores. Esta expiación puede ser: Pobreza extrema, enfermedades incurables, problemas sentimentales, muerte infantil, etc.
Si, por ejemplo, en la vida fìsica que recièn terminò, venìamos con el propòsito de una profesiòn y lo logramos, pero tambièn traìamos la expiación de una enfermedad incurable porque en la vida anterior causamos un padecimiento de por vida con toda la intenciòn de hacerlo; cuando nos enteramos que tenìamos un càncer incurable, nos acobardamos ante el hecho de padecerlo por el resto de nuestra vida, y equivocadamente, creyendo que eso terminarìa con los padecimientos, decidimos suicidarnos. ¡Pobre de nosotros!
Generalmente, en muertes naturales, accidentales y repentinas, la turbación inicial es como un sopor parecido al que causa la anestesia. Ese sopor, no nos permite darnos cuenta del dolor de nuestros familiares ante nuestra muerte, ni del velorio, ni del entierro que son traumantes para el espìritu cuando los observan.
El suicida pasa por todos esos dolores, y ademàs, el espìritu queda como anclado a su cuerpo sin poder desprenderse de èl como normalmente sucederìa. Eso hace que permanezca en el ataùd y no pueda salir de èl, ni de la tumba o del nicho en el que es enterrado y no sale hasta después de bastante tiempo, pasando por el trago amargo de ver còmo su cuerpo se convierte en un manojo de gusanos, oliendo tambièn la pestilencia de la descomposición.
Si se disparò en la sien, estarà oyendo una y otra vez la martirizante detonación durante mucho tiempo. El que se ahorcò, seguirà sintiendo las angustias de la asfixia. El que se envenenò seguirà sintiendo los tremendos dolores abdominales que causa el envenenamiento. En cualquier modo de suicidio, el que lo causa, en su pròxima vida tendrà que repetir la expiación de la que se acobardò, sumado a la expiación de una muerte prematura, ya que en la pròxima vida tendrà que ser por el perìodo que quedò debiendo de su vida anterior por suicidarse.
¡No hay perdòn! Sòlo se nos brinda la oportunidad de compensar la violación de la Ley de Causas y Efectos.
Pròximo escrito bajo este mismo tema: LOS MUERTOS VIVOS.