El Infierno


Lo contrario del Cielo. Si el Cielo es la plena realización del alma humana en unión con su Creador, el Infierno es la ruptura de esa unión y la consiguiente reducción al más absurdo de los fracasos: Creado para perderse. Pero, el hombre es libre de perderse por propia voluntad. El infierno es el reino de la tristeza y la desesperación… Veamos como lo dice con mejores palabras el catecismo:
IV. El infierno
1033 Salvo que elijamos libremente amarle no podemos estar unidos con Dios. Pero no podemos amar a Dios si pecamos gravemente contra Él, contra nuestro prójimo o contra nosotros mismos: "Quien no ama permanece en la muerte. Todo el que aborrece a su hermano es un asesino; y sabéis que ningún asesino tiene vida eterna permanente en él" (1 Jn 3, 14-15). Nuestro Señor nos advierte que estaremos separados de Él si no omitimos socorrer las necesidades graves de los pobres y de los pequeños que son sus hermanos (cf. Mt 25, 31-46). Morir en pecado mortal sin estar arrepentido ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de Él para siempre por nuestra propia y libre elección. Este estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con la palabra "infierno".
Todos los pecados son perdonables, excepto el pecado contra el Espíritu Santo. De ahí se puede deducir que el Infierno no puede estar muy poblado, pero existe, y no está vacío.
1035 La enseñanza de la Iglesia afirma la existencia del infierno y su eternidad. Las almas de los que mueren en estado de pecado mortal descienden a los infiernos inmediatamente después de la muerte y allí sufren las penas del infierno, "el fuego eterno" (cf. DS 76; 409; 411; 801; 858; 1002; 1351; 1575; Credo del Pueblo de Dios, 12). La pena principal del infierno consiste en la separación eterna de Dios en quien únicamente puede tener el hombre la vida y la felicidad para las que ha sido creado y a las que aspira.

1036 Las afirmaciones de la Escritura y las enseñanzas de la Iglesia a propósito del infierno son un llamamiento a la responsabilidad con la que el hombre debe usar de su libertad en relación con su destino eterno
Llamamiento a la responsabilidad…
Es curiosa esta frase que recoge el catecismo… “llamamiento a la responsabilidad”… “uso de la libertad en relación con su destino eterno”… Está claro que no somos animales irresponsables (como mi gato, que ya tiene asegurado ir al “limbo de los gatos”, sin esfuerzo ni responsabilidad), pero a veces parece que el hombre utiliza lo que tiene sobre sus hombros para peinarse y poco más…
1037 Dios no predestina a nadie a ir al infierno (cf DS 397; 1567); para que eso suceda es necesaria una aversión voluntaria a Dios (un pecado mortal), y persistir en él hasta el final. En la liturgia eucarística y en las plegarias diarias de los fieles, la Iglesia implora la misericordia de Dios, que "quiere que nadie perezca, sino que todos lleguen a la conversión" (2 P 3, 9):
«Acepta, Señor, en tu bondad, esta ofrenda de tus siervos y de toda tu familia santa, ordena en tu paz nuestros días, líbranos de la condenación eterna y cuéntanos entre tus elegidos (Plegaria eucarística I o Canon Romano, 88: Misal Romano)
Bueno… estos extractos que he puesto del catecismo han sido sacados de la lista de puntos relacionados sobre el Infierno, que abarcan desde el 1033 al 1037.




“Dios no predestina a nadie a ir al infierno; para que eso suceda es necesaria una aversión voluntaria a Dios (un pecado mortal), y persistir en él hasta el final”.
Ríos de tinta han corrido, siguen corriendo y correrán acerca de las múltiples interpretaciones acerca del Cielo e Infierno. Las imágenes que he puesto son las primeras que llegan a la mente acerca del infierno: un lugar oscuro, de fuego, tenebroso, inquietante, horrible, dramático… ¿Alguien es merecedor de tal castigo?. Seguimos teniendo en mente como si el Infierno fuera un lugar, un sitio… y el castigo fuese un castigo físico que correspondiera al lugar físico. Las imágenes del arte durante toda la historia así nos lo han pintado y esas imágenes es lo primero que nos viene a la mente cuando pensamos en el Infierno. Pero…… aunque sea más fácil pensar en eso tan físico, por ser nosotros tan físicos, el Infierno no se queda en esa menudencia: Ya el papa Juan Pablo II se refirió al infierno como un estado, no como un lugar. Una vez muertos, ni el fuego es físico ni el alma es un cuerpo físico. Las representaciones artísticas están jugando con nuestros sentidos representando el dolor, el horror y la falta de esperanza que conlleva el infierno.

Hablando de representaciones, aquí pongo el cuadro del Juicio Final de Hans Memling. http://arssecreta.com/wp-content/uploads/2008/06/2h.jpg

Impresionante


E impresionaría a los primeros que lo viesen allá por el Renacimiento.

He mirado en la wiki, y he visto algunos comentarios sobre el infierno (por ejemplo, lo que dijo el papa que antes he comentado de pasada):
Cita Iniciado por Juan Pablo II
Las imágenes con las que la Sagrada Escritura nos presenta el infierno deben ser rectamente interpretadas. Ellas indican la completa frustración y vacuidad de una vida sin Dios. El infierno indica más que un lugar, la situación en la que llega a encontrarse quien libremente y definitivamente se aleja de Dios, fuente de vida y de alegría
Siguiendo la wiki, me he encontrado con un comentario de Cabodevilla, bastante interesante y que escribe mucho mejor lo que yo estoy escribiendo con balbuceos:
Cita Iniciado por José María Cabodevilla
Dios no condena a nadie: «Si alguno oye mis palabras y no las guarda, yo no lo condenaré» (Juan 12,47). No hace falta ninguna sentencia, ningún juicio. «El que no cree ya está juzgado» (Juan 3,18). ¿Qué necesidad hay de imaginar un Cristo juez? El Cristo de la Capilla Sixtina es un juez en plena actividad, ejecutor él mismo de la sentencia, iracundo, violento. No me convence. La interpretación de Fra Angélico me parece mucho más verosímil (y también más terrible) que la de Miguel Ángel. Pintó un juez que es lo menos parecido a un juez: el Hijo del Dios con la túnica abierta y mostrando mansamente sus llagas. No hace nada, no dice nada. Los pecadores apartan la vista de él y marchan sobre sus propios pasos [...]. «Él quiere que todos los hombres se salven» (1Timoteo 2,4). «No quiere que nadie perezca» (2Pedro 3,9). Salvación y reprobación no están en el mismo plano, no son acciones correlativas. Aquí quiebra aquella correspondencia o proporción entre el cielo y el infierno. El cielo es un don divino, pero el infierno no es una venganza divina. No son verdades del mismo rango ni pertenecen al mismo nivel. No hay simetría entre una cosa y otra. No hay un doble ofrecimiento de salvación y condenación, como si se tratara de dos destinos parejos. Dios sólo ofrece la salvación, y el hombre puede aceptarla o rechazarla. Los réprobos se apartaron de Dios por su propia voluntad, y seguirán eternamente apartados de Él por su propia obstinación. La persistencia de este rechazo es la que explicaría en última instancia la eternidad del infierno. Si se dice que la gravedad del castigo responde a la gravedad de la ofensa, hay que decir que su duración responde a la duración de la misma. El castigo no cesará nunca porque tampoco va a cesar el pecado. También aquí la explicación parece muy forzada, elaborada artificialmente por esa manía apologética de justificar o excusar a Dios. Sin embargo, si aceptamos la posibilidad de una opción libre y absoluta contra Dios, debemos reconocer que el infierno se limita a confirmar esa opción. Lo que llamaríamos alejamiento irreversible de Dios respecto del pecador se debe únicamente a que éste así lo quiso cuando dio carácter absoluto y, por tanto, irrevocable a su ruptura con Dios. En definitiva, aunque parezca extraño, aunque parezca escandaloso, habrá que decir que el pecador continúa en el infierno porque quiere. La puerta del infierno está cerrada para siempre, pero está cerrada por dentro. Esta eterna aversión hacia Dios, eternamente renovada, no deja de ser contradictoria. Por propia voluntad el réprobo se apartó de Él, pero ha quedado herido por la visión de su rostro para toda la eternidad. Herido y fascinado. Ni siquiera allí lo terrible anula lo fascinante. Para que el condenado pueda sufrir por la ausencia de Dios es menester que la valore: hace falta que se sienta atraído por Dios a la vez que rechazado. En correspondencia, él debe experimentar, junto a esa irresistible atracción, un aborrecimiento sólo comparable a ella. Y esta contradicción lo traspasa, lo desgarra. En la medida en que tal atracción pudiera entenderse como una patética forma de amor involuntario, la respuesta divina no sería un gesto de cólera, sino algo peor, un rehusarse desdeñoso: «No os conozco»
Pues eso. Tiene tela esto del infierno……..