Amediados de los años ‘70 y principios de los ‘80. Italia era un polvorín.
En esos tiempos, florecían las finanzas de la Santa Sede y la Mafia siciliana llenaba las calles de heroína y cocaína. Fue en ese escenario donde se suscitaron los asesinatos de dos banqueros vinculados al Vaticano, y donde Juan Pablo II preparaba, con el Opus Dei, el hundimiento de la URSS o bloque soviético.
Hay una mujer que vivió de cerca aquellos años locos y sangrientos. Ella se llamaba, y se llama,
Sabrina Minardi. Hoy tiene 50 años.
Era una chica de familia humilde, nacida en el barrio romano de Trastevere. De buen ver, pero no guapísima. De hecho, la belleza no le alcanzó para ser actriz, pero le alcanzó de sobra para hacerse prostituta. De alta categoría.
Gracias a su oficio, Sabrina conoció muy de cerca a muchos de los protagonistas de aquella época salvaje. Delinquió, observó, calló, consumió drogas, acumuló riquezas, ganó dinero a montones, lo dilapidó, enterró a sus amigos y desapareció.
A los 19 años, casi adolescente, el 16 de junio de 1979, Sabrina se casó con el centro delantero del Lazio, Bruno Giordano, ídolo de aquel equipazo que pasó a los anales como el más aguerrido de la historia del futbol italiano. A los dos años de casados nació Valentina, su hija común, que hoy
tiene 28 años. Para ese entonces Sabrina se había hartado de ver a Giordano posando en las revistas con actrices de segunda categoría. Se separaron. Pero ella ya no podía prescindir del lujo y del champaña. Poco después de romper con su marido, Sabrina conoció al que sería su amante más fogoso, Enrico de Pedis, apodado Renatino, uno de los tres jefes de la Magliana, la Mafia que dominó Roma y su periferia durante casi una década. Una noche, Renatino vio a Sabrina en un pianobar de la Piazza Navona, y le mandó rosas y champaña. Fueron amigos y amantes durante 10 años.
El dinero sucio
Como meretriz, por los muslos legendarios de Sabrina Minardi pasaron ministros, obispos, cardenales, futbolistas, mafiosos, millonarios, policías, espías y terroristas. Sabrina toreaba en todo tipo de plazas, incluyendo la de San Pedro, en Roma. Roberto Calvi, presidente de la Banca Ambrosiana (donde el Vaticano depositaba gran parte de su dinero), perdió la cabeza por ella. Y el arzobispo Paul Marcinkus no se quedó atrás. Sabrina asegura que se acostó varias veces con el ‘banquero de Dios’. Paul Marcinkus fue uno de los prelados más poderosos y controvertidos que haya trabajado para un Papa, y uno de los principales testigos de las oscuras tramas entre el Instituto para las Obras Religiosas (Banco Vaticano) y el Banco Ambrosiano, que manejaba grandes sumas de dinero de la Mafia y de la Iglesia romana. Ante la Fiscalía italiana Sabrina Minardi ha declarado que la Mafia ingresaba su dinero al Instituto para las Obras de la Religión (Banco Vaticano) a través de la Banca Ambrosiana, que entonces presidía Roberto Calvi.
Según su relato, La Mafia estaba indignada con la Santa Sede porque el presidente del Banco Vaticano se negaba a devolver el dinero que había ido ingresando a esa institución a través del Banco Ambrosiano. “Por esta razón la Mafia buscó la manera de chantajear al Vaticano y secuestró y eliminó
a
Emanuela Orlandi, hija de un funcionario eclesial”. Según Sabrina, la operación tenía un sólo propósito: presionar a la Santa Sede para que devolviera a la Mafia el dinero ingresado en el Banco Vaticano a través
del Banco Ambrosiano.
Un final santificado
Sabrina recuerda “los tiempos felices” vividos junto a Renatino: “Me hacía mil regalos, me entregaba una maleta llena de billetes de 100 mil liras y me decía: ‘Gástalo todo; si vuelves a casa con dinero, no te abro la puerta’”. Sabrina creía que Renatino era lo que le había dicho: el dueño de un supermercado. Pero leyendo el periódico se enteró de que era jefe de la temida Magliana.
Siete sicarios acribillaron a balazos a Renatino en la Via del Pellegrino, cerca del Campo dei Fiori, el 2 de febrero de 1990. Tenía 36 años. Ese día, Sabrina estaba con él. Ella había salido del coche para hacer algunas compras por el barrio, cuando oyó los disparos desde una mercería. El mafioso fue sepultado en el Cementerio de Verano, de Roma, y más tarde trasladado en secreto en una cripta de la basílica vaticana de Sant’Apollinare, donde descansa ahora.
Cuando los fieles protestaron por haber sepultado en tan sacro lugar a un delincuente, Giulio Andreotti, senador vitalicio, ahora de 93 años, dijo: “Quizá Renatino no haya sido un benefactor para la humanidad, pero desde luego lo ha sido para la Iglesia de Roma”. (Miguel Mora/© Ediciones El País, SL.