2. De rebeliones y oportunidades

Fue una de estas rebeliones la que llevaría al establecimiento del linaje que había de, en su día, dar un linaje de reyes a Aragón y enseñorarse del Mediterráneo.

Humfredo, duque de Gotia, demostró ser poco leal a su señor feudal, el rey Carlos el Calvo, lo que lo costó perder sus tierras, que fueron repartidas. Entre sus feudos se contaba la mayoría de los condados catalanes que acabaron siendo entregados a varios nobles (Girona a un tal conde Otger y Empuries a un conde Sunyer) mientras que Barcelona y el Roselló pasaban a formar parte de los amplios dominios de Bernardo de Gotia, que también se sublevaría a su debido tiempo y se convertiría en el último franco que gobernó los condados catalanes.

Así, entre rebeliones, fue como una familia originaria del Conflent que se mantuvo fiel a la monarquía se vio recompensada con sucesivos ennoblecimientos. Así, tras las asambleas de Attigny (870) y la de Troyes (878), Guifré el Pilòs (Wilfredo el Welludo) se vio confirmado como conde de Cerdanya, Urgell, Barcelona y Girona y su hermano Miró recibió el Rosellón. Para redondearlo, sólo le faltaba hacerse con el condado de Osona que, desde la rebelión de Aissó en 827, era tierra de nadie.

(Como podemos ver, el deporte nacional de los nobles francos era rebelarse. Es lo que pasa cuando la televisión e internet está por inventar...)