Quien fuera el autor que, embarazado de nosotros, nos diera
a luz en el centro de la tierra; en aquella sala de paredes verdes
y pisos cristalinos, sí, ahí veríamos la luz por primera vez; desde
el primer momento tendríamos un entorno en común y creceríamos
inocentes de distancia. El espacio en nosotros, ocupado hoy por
la ansiedad, quedaría libre para que se habran paso através de él
la luz, los colores y las siluetas danzarinas características de las
tardes de diciembre de las que hablan aquellas postales. En el
inventario de nuestras tristezas no se contarían más aquellas
etiquetadas con Ausencia. ¿Quien cambiará nuestra sangre por
tinta y nuestra carne por papel? ¿qué mano se hundirá en el
alma sin temor a las posibles lesiones para arrancar este anhelo
de entre las cosas que no están hechas para ser?