Si en el mundo no hubiera tanto gusano arrastrándose pensando que
en realidad está escalando hacia la cima, yo de buena gana les enseñaría
de vos; si no se aniquilaran unos a otros con la estúpida idea del Yo por
sobre todo lo demás; si no se llenaran los oídos con palabras dulces mientras
que por debajo de la mesa acarician la entrepierna del primero que se haya
sentado en esa silla; si no se tomaran la molestia de robarte algunos años
de tu vida y desmenuzarlos tras tus pasos sin importarles lo que pase
después; si así fuese, yo encantado les diría cómo se oye tu voz después
de haber hecho algo como robar un bote para ir a una isla a treinta kilómetros
de la costa o tal vez algo como haber escrito una novela. Sí, yo les haría
saber todas esas cosas si la mentira, la cobardía, la traición y el egoísmo no
fuesen el combustible gracias al cual se desplazan hacia sus metas; sí, si nada
de eso fuese así, yo les predicaría de tu pelo ondulando con el viento al
atardecer, pero nunca vestiría a los cerdos con seda ni doblaría el mapa de un
tesoro buscando hacer un avión con el. Por eso te guardo y resguardo y cierro
cien puertas de acero tras de vos: porque no merecen conocerte como yo te
conozco, porque no hicieron nada para saber quien sos; porque están sucios,
sucios de cosas pasajeras, reales para ellos pero ridículas e insignificantes a
la luz de tus ojos. Porque viven hoy y ya no estarán ni mañana ni pasado;
porque no son música ni poesía, como vos.
Voy a pasar esta página, o mejor aún, voy a arrancarla y y la voy a dejar
ir por la canaleta de la lluvia porque esto es algo que ya sabemos y creo, incluso,
que sólo está ocupando lugar y en este sofá, sólo hay sitio para nosotros, nada más.