¡Ah! se iba el invierno de orillas del Manzanares...
Pero, había sido, no sé.., una noche fría.
Y, por tanto, en el sobrecogedor ya desaparecido Alcázar Real, un paje casi niño aún, ante la atentísima mirada de un orgullosísimo sirviente de, digamos.., grado, entregó al noble de turno en Palacio, ceremoniosamente, un brasero; el cual, siguiendo al pie de la letra, escrupulosamente, todos y cada uno de los pose-pase que precisa el imprescindible protocolo, fué devotamente colocado a los soberanos pies de la Real Persona (que, ¡obviamente en una corte donde -ya saben..- las reinas carecían de piernas!, para nada se inmutó).
El día avanzó hasta cálido...
El heredero imperial pasó por delante de su augusto padre con una miríada de nobles babosillos..; comentaba el ardoroso adolescente (contaba escasos 16 añitos...) cuán distinto era divertirse guarreando con las putas aque embarazar -todos sonrieron...- toda una princesa consorte de Asturias, Girona y Viana y princesa heredera consorte de Portugal. Uno de los muchos y muchos bufones, que se aburría.., comentó a uno de los jóvenes fámulos de cierto noble seminarista con poca pasta y un mazo ambición protegido por uno de la camarilla de todo un Grande de España que, en fin.., parecía que TAN poderosísimo monarca así como sudaba...
¡Su Majestad Católica SUDAR..!
¡Vamos..!; porque lo había dicho un bufón, el autor de semejante blasfemia no fué ipso facto sepultado en las temidísimas mazmorras inquisitoriales o, sin más, llevado al próximo Auto de Fe para ser, literalmente, asadito a fuego lento... Uno de los sopotocientos criados del aludido Grande de España recibió el encargo de utilizar con profesionalidad un zurriago de mil finísimas y afiladas bolitas de hierro cuando diera cien latigazos al bufón; y, Santas Pascuas.
Cuando llegó el mediodía el sol estaba verdaderamente fuerte...
Pasó en aquellos momentos la preñada princesa heredera consorte con sus damas... La conversación, como no podía ser menos, era en torno a la cantidad de misas, rogativas, mercedes piadosas, limosnas y oraciones en que se habían prodigado durante toda la mañana y las novenas, rosarios y velatorios a que deberían asistir antes de la cena. A pesar de que todas y cada una saludaron al egregio soberano, tuvo que ser la esclava mora de la princesa, tuerta para más inri, la que, como quien no quiere la cosa, cubicó que, no sé.., caían así como algunas gotitas de las empapadas galas reales...
Le costó tela, tela, tela que S.A.R. Élisabeth de Bourbon le hiciese caso..; pero -se dice que las preñadas tienen más sensibilidad...-, al fin, la princesa dijo que "quizá Su Majestad Católica siente así como calor"...
Mais..; costó muchísimo MÁS que el Grande de España ad hoc determinase que pudiera resultar hasta oportuno MOVER algo el brasero: ¡hubo, primero, que localizarlo..!; porque..; ¿qué otro noble con dos dedos de frente y sentido de la decencia y el honor hubiese osado meterse donde no le tocaba?, ¿eh?
De caza. Estaba de caza.
Durante toda la noche, la corte entera (un mazo personal que te cagas, oigan...) merodeó alrededor del regio tembleque..; pensando más en qué actitud, qué gesto, qué frase tocaba pronunciar que no en otra cosa... El rey, ¡oh, sangre azul!, tampoco decía NADA de NADA.
Al día siguiente, avanzadísima la mañana, el peripuestísimo noble al caso encontró adecuado apartar el brasero..; MAS, tuvo que tener largas y muy sesudas reuniones hasta más allá del ocaso con infinidad de consejeros de todo tipo antes de encontrar, también, hasta punto conveniente llamar a consultas a los galenos y a los físicos de Palacio...
Éstos, cuando decidieron actuar, a muy altas horas de la madrugada, necesitaron la ayuda de varios recios palafraneros: el rey, un océano de sudor maloliente y temblores sospechosísimos, ya no podía moverse, tenía cerrados los ojos y una viscosa babilla sucia se le salía de entre las comisuras de los Reales Labios.
Parbleu!
Aquel ecce homo fué sangrado con lujo y profusión, bien sûr..; y, como mandaba el omnipresente y reverenciadísimo ceremonial, los colosales almacenes escurialenses y todas las iglesias y todos los monasterios y conventos del imperio fueron vaciados de las reliquias que, petit à petit, fueron sepultando al dueño de sus vidas y haciendas entre los ahogos de las interminables letanías de los grupos y grupos de monjes tísicos que se apretujaban cada vez más, ¡Virgen Santísima, un pre-camarote de los Marx..!, en la muy escasa habitación donde, entonces, agonizaban los reyes que dictaban en castellano.
El moribundo, quizás.., recordó entonces cuando su augusto padre, el hijo del gran imperator, le llamó poco antes de morir para que viera su cuerpo horriblemente hinchado e insufriblemente apestoso y decirle aquello de: “mirad, pues, en qué quedan las monarquías del mundo...”; pero, si fué así, no dió ninguna señal de ello ni, ¡por supuesto..!, perdió un instante la consubstancial compostura.
Nueve días después, a las nueve de la mañana del último día de marzo de 1621, uno de aquellos ¿médicos?, como tocaba y procedía a tenor de las circunstancias, puso un pequeño y delicado espejo de Venezia cerca de la pelada Nariz Real y comprobó que Su Majestad Católica -ergo, el Piadoso-, soberano del imperio de los Habsburg, había ido a rendir cuentas al Eterno...
¡Ay!; su imperio, en realidad, era ya HUMO..; pero, cierto es que el Creador, allá en su inapelable tribunal, no parece que jamás pudiera echarle en cara que, contra viento y marea, poniendo toda la carne en el asador, mojándose a tope, genio y figura, no hizo todo lo que pudo y más, ¡ay, vanitas vanitatis et omnia vanitas..!, para parecer que no era así.
Eso, ¡vamos!, no se le pudo recriminar.
Para nada.
Siempre, en cualquier caso, a su disposición.
Jaume de Ponts i Mateu