¿CÓMO podía ser? Tenía que haber una solución..; eso.., eso.., ¡eso NO le podía estar pasando a ella!

Anna, a.c.s., cuando tras el fallecimiento de ma iaia, a.c.s., tan poco evadía ya hablar conmigo sobre ella, me contó muchas veces, retorciendo angustiosamente el pañuelo en que se secaba el llanto con sus trémulas manos, CUÁNTO lloró ma iaia, a.c.s., y CUÁNTO imploró misericordia y piedad a las alturas y CUÁNTO, a fin de cuentas, le costó asumirlo.

¡Ay!; siguiendo la costumbre, ya entonces privadamente pelín cuestionada por los médicos, de "les 400 families" ma iaia, a.c.s., había seguido durante su arduo embarazo el embarazo de varias candidatas a dida... Anna, a.c.s., me dijo que la finalmente escogida era una masovera del Ripollès recomendada por uno de los Mas de la Cerdanya. Dos meses antes de nacer mon pare, a.c.s., la masovera había parido dos hermosos chicos, no tenía pecas, el médico decía que su leche era abundante y nutritiva y el mas donde vivían era un lugar de mucha salud. Anna, a.c.s., dijo que cualquiera se habría decidido por ella y que, además, era una buena mujer.

Pero..; así de repente...

Sú único hijo iba a perder un oído y sólo podrían salvarle un tercio de la capacidad del otro. Anna, rogándome la comprendiera, me confesó que la había oído MALDECIR a la dida cuando el médico de Ripoll se había ido. Y que, si por ella hubiese sido, la habrían DESCUARTIZADO después de hacerle presenciar cómo castraban a sus hijos. Anna, ¡yo no podía imaginarme a ma iaia, a.c.s, perdiendo, no ya los papeles, los estribos o aun los nervios, sino ni siquiera la debida compostura!, me juró que mon iaio, a.c.s., tuvo que sujetarla para que, por lo menos, no la ARAÑARA.

Seguramente ni la dida ni su familia tuvieron culpa de ... Pero Anna, a.c.s., me dijo que ma iaia, a.c.s., NO quiso volver a saber de ella ni de nadie de su sangre (mon pare, a.c.s., por tanto, JAMÁS tuvo relación ninguna con sus germans de llet) y que cuando yo nací decidió encargarse ella personalmente de los biberones y de dármelos (yo, a pesar de que entonces ya era lo normal, NO fuí amamantado por mi madre). Anna, a.c.s., me decía que, cuando estaban solas y a pesar de que ella le decía que no dijese tonterías, ma iaia, a.c.s., le confesaba estar convencida que si su hijo hubiese estado con ella NO tendría tarado el oído y que TODAS las dides eran un peligro. Ella, en realidad, se había dado cuenta que había sobrevivido a la suya porque Dios Nuestro Señor, por lo que fuera, no quiso que le pasara nada de lo que les pasa a los/as niños/as que están con dides. ¡Ella, infeliz, había vivido engañada y así le había ido! No, no, no..; Anna, a.c.s., me dijo que JAMÁS le valió le dijera que esas pasaban y había que resignarse... Ella decía que, ya que no le quedaba otro remedio, se resignaba a las consecuencias de un error que no debió cometer.

Mon pare, a.c.s., tenía, cuando el diagnósticio del médico de Ripoll, cuatro o cinco años... Desde entonces, damas y caballeros, su madre JAMÁS se movió de su lado.

A su lado estaba siempre en las, finalmente, inútiles hoy se dirían INSUFRIBLES operaciones.

A su lado siempre cuando se probaba audífono insuficiente tras audífono insuficiente y, también, siempre cuando lo llevaba con tal audífono a tal o cual sitio donde NADIE quería nunca dar a entender que llevaba un audífono. NO dejó de acompañarle cuando fué a la revisión para declararle inútil para hacer la mili.

A su lado se acostumbró a estar siempre; porque, NUNCA hizo amigos (hasta que, ya adulto, empezó a tener por amigos los que los demás tienen sólo por conocidos) y NADIE le hacía verdadero caso salvo su madre.

Anna, a.c.s., miraba su fotografía, y, poniéndose hasta sería ante mí, emplazaba al mundo y a la Historia a encontrar una madre más entregada a su hijo, a protegerlo, a mimarlo, a cuidarlo... Y, para hacer carne su sentencia, me miraba a mí y me decía que IGUAL que había sido conmigo.

Sí: yo siempre supe que ma iaia, a.c.s., ¡no hubiese matado, no (que también, por supuesto)!, sino que se habría dejado violar por el mismísimo Satanás entregándose a él sin matices y fisuras por mí.

¿Cómo iba a dudar, pues, de su entrega a mon pare, a.c.s., que, para más inri, oía sólo un poquito y mal?

Yo, por tanto, a la edad que tenía ya cuando Anna, a.c.s., me contaba esas cosas, me CONMOVÍA de comprobar que la entrega existía más allá de las películas; que lo que pregonaba larvadamente el, digamos.., "espíritu del siglo", era, simple y llanamente, mentira. AMAR, en definitiva, ¡no consistía en no más "no decir nunca 'lo siento'"!; AMAR era AMAR sin palabras y ENTERAMENTE; porque las palabras, por muy apasionadas y sinceras que sean, son, a fin de cuentas, sólo palabras y quien se entrega ENTERO no tiene tiempo de explicarse porque lo precisa todo para darse.

¡Yo nunca le pregunté a mon pare, a.c.s., cómo llevó él de niño y adolescente y más ser publique de ma iaia, a.c.s., cuando -era, ultra una fan del maestro Schumann, una fina y cuidada intérprete- se ponía al piano con su sin par Kreisleriana o su resplandeciente Carnaval!; porque, nunca me imaginé que también hubiese hecho esto con él hasta que Anna, a.c.s., me lo dijo (y, a partir de que ella me lo dijo, NUNCA estimé era ocasión de hablarle de ello a mon pare, a.c.s.).

Ella no quería ocultarlo y que tocara el piano ¡le gustaba hasta a mon iaio, a.c.s.! Anna, a.c.s., nunca pudo contestarme cuando le pregunté por cómo parecía sentirse mon pare, a.c.s., porque ella aseguraba que NUNCA había podido saber qué pensaba mon pare, a.c.s. (y yo, oigan.., tenía motivos más que sobrados para creerla).

A mí, cette éclosion!, me ENCANTABA.

Miraba a quienes, puro PASMO, la oían..; la miraba a ella mirándome FELIZ, GOZOSA, ENTREGADA..; y, ¡NO me imaginaba pudiese haber algo mejor que ser su nieto!; mejor aún: ¡que ser su ÚNICO nieto!, ¡su razón de existir!

¡Era TANTO! ¡quienes la oíamos, Manresa, el cosmos entero era un publique que NO estaba a su altura!

¡Y ella, TANTO, me AMABA -lo supe siempre- TANTO!

Nada, lo he comprobado con los años.., crea más AMOR que el AMOR.

Y el resto, ¡los sucedáneos..!, son sólo habladurías...

Siempre, en cualquier caso, a su disposición, damas y caballeros.

Jaume de Ponts i Mateu