En una ocasión que me tocó baño, dos enfermeras me cargaron desnudo hasta una silla de ruedas, que curiosamente tenía un agujero en el asiento, me taparon con una toalla grande y levantando las ruedas delanteras, como carrito de paletas, me llevaron por un largo pasillo, sentía el aire frío en la cola, les hice notar que iba enseñando la cola, se rieron y me contestaron “aquí nadie se fija en eso” les dije ¡claro que se fijan!, yo los veo pasar junto a mi cama con esas batas que no cubren nada, se les ve el culillo seco. Se rieron diciendo pero a usted se le verá mojado después del baño, me condujeron a un baño donde había muchas regaderas y mediaron el agua hasta que estuvo tibiecita, ni fría ni caliente y me empezaron a enjabonar, pero al llegar al área genital me dieron el estropajo enjabonado para que esa parte la tallara yo, se desentendieron de mí, platicando sus cosas. A haber varias regaderas, supongo que alguien más necesitó del agua caliente, lo que desequilibró el flujo a mi regadera y ahora el agua se tornó helada, no protesté y cuando la enfermera continuó lavando mis piernas, se dio cuenta de la situación, me apartó de inmediato y volvió a mediar el agua.
A pesar de todo no me sentía una víctima de las circunstancias y llevaba mi estancia con resignación, mis hermanas me visitaban a diario y yo las recibía con mucho gusto. De igual manera ocurría con los otros enfermos. Rubencito tenía una hermana, una mujer ya entrada en años, con la cabeza totalmente blanca, llegaba muy temprano y desde antes de entrar en la sala saludaba “buenos días ¿Cómo amaneciste mi amor? Rubencito aún dormía como resultado de sus despertadas por la noche, entonces yo le respondía “muy bien” se daba cuenta y rezongaba “no le digo a usted Don Francisco” yo reía y le contestaba “yo pensé que si, estoy acostumbrado a que me despierten con amor” después le improvisaba un piropo “que guapa viene hoy, si se descuida la van a raptar y Rubencito no se va a dar cuenta”, sonreía agradecida y platicaba brevemente conmigo, mientras Rubencito se esforzaba en despertar.
Como resultado de mi problema no controlaba mis esfínteres, pero de pronto no me daba cuenta de eso, lo supe cuando mi enfermera me preguntó ¿cómo amaneció? Y al tocar la sábana la sentí mojada, con pena respondí “orinado”, me dijo sonriente, “no se preocupe, ahorita lo limpio” trajo una toallita que apenas le cubría la mano y separó la sábana tratando de bajar mi pantalón de hospital, dándome cuenta que estaba desnudo bajo el pantalón le rogué que no lo hiciera, que no tardaría en llegar Ana, mi esposa y ella lo haría. Se puso seria y me dijo “No tenga pena, cuando usted estuvo en coma, no comía, no bebía, no sabía de nada, pero su cuerpo seguía trabajando y yo lo limpié de todo, lo conozco tan bien como su esposa, aquello aumentó mi vergüenza. Llegó el tiempo en que, tras evaluaciones dijeron a Rubencito, que el jueves lo darían de alta, lo mismo hicieron con Juan Antonio, el otro enfermo que compartía la sala con nosotros, ¿y yo? Pregunté, me dijeron que si lograba no orinar mis sábanas también me darían de alta el jueves, entonces hice una propuesta a mis compañeros “el último que salga paga las chelas”, me miraron sin comprender, “ o las vikis” les aclaré, nuevamente me miraron con interrogación en sus miradas, tuve que explicarles que me refería a las cervezas o por la marca, a las victorias, reímos contentos por la posibilidad de abandonar el hospital, pero fui el último en salir y como ya no estaban, lógicamente no pagué la apuesta. Tuvimos un tropiezo muy importante, el hospital presentó una cuenta muy elevada, tal vez justa pero fuera de nuestro alcance, ascendía a 130,000.00 pesos por hospitalización y operaciones, mis hermanas estaban muy preocupadas, pero después de un estudio socio-económico, el hospital aceptó recibir pagos razonables conforme se pudiera, y de esa forma me dieron de alta,