El tiempo se preguntaba por tí.
Desde el principio de todas las cosas
flotabas en el aire.
El espacio soñaba con tu piel
La tierra te sentía y esto hizo
que el sol se encendiera para que,
ayudados por su luz, los ríos fueran
a buscarte a los rincones más alejados
y las montañas llamen a las puertas
de las nubes.

En los impulsos por encontrarte,
la naturaleza se hirió y sangró
al hombre y has sido desde entonces,
su primera palabra, su primera pregunta,
su primer deseo y lo que jamás
alcanzaría porque, tan lejos está de
tu ser, como de las estrellas.
Con el correr de los siglos fuiste
tomando forma y en la poesía y la música
se pudo apreciar tu imágen.

Imágen que sólo con los ojos del alma
se puede ver y que, aún así,
no se corresponde totalmente y sé esto
porque habito ahora en tu presencia.
He muerto varias veces al encontrarte
y resucitado muchas otras para creer
que estás frente a mí, pero, ¿por qué yo
de entre la inmensidad del universo?

¿Qué mérito puede hallarse en algo como yo,
tan insignificante como un grano de arena?
La respuesta sólo tú la sabes, y al fin, ¿qué
importa que yo jamás la sepa?
¿Qué importa que escape a mi entendimiento
sin con solo saber que me pusiste a tu lado
me acuden sensaciones para las cuales
no existe descripción?

El mundo allá seguirá anhelando poder verte
y yo aquí, del otro lado de la eternidad, a tus pies,
adorandote.