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Hoy ocurrirá lo de siempre.
Ciudad abarrotada de carros. Larguísimas filas en que los conductores ya aprendieron a tomarlo con calma, porque es una pesadilla que desde que tengo memoria acontece de lunes a viernes. Ruido, mucho ruido de motos pasando a tu lado victoriosas por su agilidad, aunque muchas veces te arranquen los retrovisores. Vendedores de todo lo imaginable (e inimaginable) golpeándote la ventanilla para venderte algo. Los infaltables malabaristas. Los que te lavan el parabrisas sin que se lo pidas. Las malas noticias que escuchas en la radio. El tener que apagar el aire acondicionado para que no se recaliente el motor al estar tanto tiempo parado, con el riesgo de bajar los cristales y que te asalten.
No estoy viviendo en ninguna de esas ciudades, pero sé lo que pasará dentro de pocas horas. Toda esa locura, a partir de las 15 horas desaparecerá como por arte de magia. Las calles quedarán fantasmagóricamente desoladas y en silencio, como aquellos pueblos abandonados en el lejano oeste.
¿Acaso toque de queda? ¿Alarma de bombardeo? ¿Un martes que se transforma en domingo a esa hora de la tarde?
Nada de eso.
Brasil juega con Corea.
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