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Tema: Betsy (Relato Corto)

  1. #1
    Fecha de Ingreso
    02-enero-2009
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    1.657

    Predeterminado Betsy (Relato Corto)

    YA BASTA DE POEMAS Y DE REFLEXIONES INSULSAS!!!! He aqui un relato corto: "Betsy" de Rubem Fonseca.

    Betsy

    Betsy esperó el regreso del hombre para morir.

    Antes del viaje él había notado que Betsy mostraba un apetito fuera de lo común. Después surgieron otros síntomas, ingestión excesiva de agua, incontenencia urinaria. Hasta entonces, Betsy sólo había padecido de cataratas en uno de los ojos. No le gustaba salir, pero antes del viaje entró inesperadamente con él en el ascensor, y los dos pasearon por la acera de la playa, algo que nunca habían hecho.

    El día en que el hombre llegó, Betsy sufrió el derrame y dejó de comer. Veinte días sin comer, acostada en el lecho con el hombre. Los especialistas dijeron que no había nada que pudiera hacerse. Betsy sólo se levantaba de la cama para tomar agua.

    El hombre permaneció con Betsy en la cama durante toda su agonía, acariciando su cuerpo, palpando con tristeza la flacura de sus ancas. El último día, Betsy, muy quieta, los ojos azules abierto, miró al hombre con el mismo mirar de siempre, que confesaba la comodidad y el placer que su presencia y sus cariños le proporcionaban. Comenzó a temblar y él la abrazó con más fuerza. Sintiendo que sus miembros estaban fríos, el hombre trató de acomodarla mejor en el lecho. Ella entonces estiró el cuerpo, como si se desperezara, y écho la cabeza hacia atrás, en un gesto lleno de languidez. Después estiró aún más el cuerpo, y suspiró con fuerza. El hombre pensó que Betsy había muerto. Pero al cabo de algunos segundos ella lanzó otro suspiro. Horrorizándose de su meticulosa atención, el hombre contó, uno a uno, todos los suspiros de Betsy. En un breve intervalo ella exhaló nueve suspiros iguales, la lengua afuera, pendiendo a un lado de la boca. Luego empezó a golpear su vientre con los dos pies juntos, como hacía a veces, sólo que con mayor violencia. Después, se quedó inmóvil. El hombre pasó su mano levemente por el cuerpo de Betsy. Ella se desperezó y alargó los miembros por última vez. Estaba muerta. Ahora, el hombre sabía que estaba muerta.

    La noche entera la pasó despierto a su lado, acariciándola suavemente, en silencio, sin saber qué decir. Habían vivido juntos dieciocho años.

    Por la mañana, la dejó en el lecho y fue hasta la cocina y preparó un café puro. Fue a tomarlo en la sala. La casa nunca había estado tan vacía y tan triste.

    Por fortuna, el hombre no había botado la caja de cartón de la licuadora. Regresó al cuarto. Cuidadosamente, puso el cuerpo de Betsy dentro de la caja. Con la caja debajo del brazo se dirigió a la puerta. Antes de abrirla y salir, se enjugó los ojos. No quería que lo vieran así.
    Listen, smile, agree, and then do whatever the fuck you were gonna do anyway.

  2. #2
    Fecha de Ingreso
    23-julio-2010
    Ubicación
    Más allá del bien y del mal
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    11.313

    Predeterminado

    La mirada (fragmento)

    " Sujeté al conejo por las orejas con la mano izquierda. Las piernas del animal
    se aflojaron, pero en seguida las encogió y me lanzó una mirada. ¡Una mirada
    significativa y directa, por fin!

    -Gracias, gracias por esa mirada franca y cándida -dije siempre sujetando el
    conejo por las orejas. Coloqué las caras, la mía y la del animal, frente a
    frente, muy próximas. Leí la mirada que tenía delante: era una mirada de
    oscura curiosidad, de leve interés, como si lo que fuese a ocurrir no le
    importase a él, conejo. No era, pues, una mirada inquisitiva, de
    reconocimiento. "Están sujetándome por las orejas, es todo lo que debe de
    estar pensando", pensé
    .

    Con el canto de la mano derecha, extendidos y juntos los dedos, di un golpe
    a la nuca del conejo. El cocinero me había asegurado que sólo un golpe sería
    suficiente para matar al animal.

    Pero todos aquellos años que pasé comiendo irregularmente soufflés de
    espinacas, y sentado escribiendo y acostado, oyendo y leyendo a los
    grandes clásicos, habían contribuido muy poco al desarrollo de mi fuerza
    muscular. El conejo, al recibir el golpe, tembló y continuó con los ojos
    abiertos, ahora expresando un vago miedo. No era, sin embargo, un
    sentimiento irracional, el conejo sabía lo que estaba ocurriendo, que estaba a
    merced de un ente poderoso, que no podría huir y que sólo le quedaba
    resignarse.

    Los dos nos miramos: el conejo temblando sin ningún pudor, con sus estoicos
    ojos desorbitados.

    Fueron precisos tres o cuatro golpes. Finalmente el conejo dejó de debatirse.

    Yo estaba exhausto. "Debe de ser eso lo que siente alguien que gana un
    maratón", pensé al notar que, junto con la fatiga, sentía una encendida
    euforia.

    Puse la 9a. Sinfonía de Beethoven en el aparato y, enteramente desnudo, fui
    hacia la bañera con el conejo y además un cuchillo y dos calderas. Aquel
    primer día, aún inexperto, tenía miedo de ensuciar la cocina de sangre al
    destripar y desollar el conejo, de acuerdo con las instrucciones del cocinero.

    El cuchillo estaba afilado y no tuve muchas dificultades. Acabado el trabajo,
    coloqué las sobras -tripas asquerosas, pieles, ganglios- en una caldera, y el
    conejo, listo para ser adobado, en otra.

    En seguida, me di un largo baño tibio.

    Del cuarto de baño, que había quedado inmaculadamente limpio, fui a la
    cocina, donde preparé el conejo, guisado con zanahorias y papas, mientras
    sonaban los Nocturnos de Chopin. Al fin el conejo estaba listo, frente a mí.

    Comencé a degustarlo delicadamente, en pequeñas porciones. ¡Ah, qué
    placer excelso! Fue un pausado almuerzo que duró la Júpiter, de Mozart,
    entera.

    Después fui a cepillarme los dientes. Contemplé, a través del espejo,
    pensativo, la bañera. ¿Quién era el que había dicho que los cabritos tenían
    una mirada al mismo tiempo afable y perversa, una mezcla de pureza y
    depravación?
    Hum...Aquella bañera era pequeña. Me hacía falta comprar una
    mayor. Tal vez un jacuzzi, de los grandes, con chorros estimulantes. Me
    quedé viendo mi cara en el espejo. Miré mis ojos. Mirando y siendo mirado:
    una cosa al fin irreflexiva, un eje de acero, lava de un volcán que es
    arrojada, nube inacabable. La mirada. La mirada. "

    Rubem Fonseca
    La mirada (fragmento)

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