Tener que hacer de cuenta que soy un viajero me es
indispensable y para esto, recurro a la parte menos
atractiva de la ciudad que es, curiosamente, la entrada
de la misma.
Calles hirviendo de puestos de comerciantes, mercancía
colgando por todas partes; comestibles, indumentaria,
herramientas, discos sonando aquí y allá de distintos
géneros musicales pero iguales en su afán, talvez involuntario,
de reflejar la decadencia de la sociedad en la que se oyen; bares
uno al lado del otro con las puertas abiertas de par en par
mostrando sus magras condiciones higiénicas.
Las calles se hacen un embudo para el tránsito y en medio
de todo ese ruido, humo y correteo, estoy yo; parado en
una esquina esperando oir la voz que me indique que es
tiempo de moverme.
La voz que me pregunte "¿Dónde estamos?" y que con este
interrogante me lleve a la acción.
Buscaré direcciones, números, entraré en tiendas preguntando
por cosas que no necesito pero que nadie sabe que es así ya que,
"vengo de muy lejos" y, una vez que esa parte mía haya saciado
su necesidad de haberse sentido en casa, es decir, lejos, volveré
a mi exilio de libros y trataré a toda costa de evitar preguntarme
si realmente estuviera en ese lugar lejano, en la otra esquina del
mundo, alguna otra parte mía despertaría reclamándome volver