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Tema: Deconstrucción de la flor de la canela

  1. #1
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    14-abril-2010
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    Predeterminado Deconstrucción de la flor de la canela

    "Déjame que te cuente limeña,
    ahora que aún perfuma el recuerdo,
    ahora que aún se mece en un sueño
    el viejo puente, del río y la alameda."

    Lo cantaba María Dolores Pradera. Y ahora quiero cuentos
    relatos narraciones breves, combinando lo real con lo fantástico.
    Cuentos con final feliz casi siempre. O no. Con premio o castigo.

    Déjame que te cuente limeña es para todos.

    Empiezo YO, como siempre:



    ------------ Abriendo puertas--------------------


    En una tierra en guerra había un rey que causaba espanto: A sus prisioneros, no los mataba, los llevaba a una sala donde había un grupo de arqueros de un lado y una puerta inmensa de hierro del otro, sobre la cual se veían grabadas figuras de calaveras cubiertas de sangre.

    En esta sala les hacía formar un círculo y les decía:

    – Podéis elegir entre morir a flechazos por mis arqueros o pasar por aquella puerta... detrás de esa puerta YO OS ESTARÉ ESPERANDO Y….

    Todos elegían ser muertos por los arqueros.

    Al terminar la guerra, un soldado que por mucho tiempo había servido al rey, se dirigió al soberano:

    – Señor ¿puedo hacerle una pregunta?

    – Dime, soldado.

    – Señor, ¿qué había detrás de la puerta?

    El rey contestó:

    – Ve y mira tú mismo.

    El soldado abrió temerosamente la puerta, y a medida que lo hacía rayos de sol entraron y la luz invadió el ambiente. Finalmente, sorprendido, descubrió que... la puerta se abría sobre un camino que conducía a la LIBERTAD!!!

    El soldado, embelesado, miró a su rey, quien le dijo:

    – ¡Yo les daba la oportunidad de hacer una ELECCIÓN, pero por temor preferían morir a arriesgarse a abrir esa puerta.

    ¿Cuántas puertas dejamos de abrir por miedo a arriesgar?
    ¿Cuántas veces perdemos la libertad y morimos por dentro sólo por miedo de abrir la puerta de nuestros sueños?


    Ángel :001_smile:

  2. #2
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    Predeterminado

    El Zar y la Camisa



    Un Zar, hallándose enfermo, dijo: -¡Daré la mitad de mi reino a quien me cure!


    Entonces todos los sabios se reunieron y celebraron una junta para curar al Zar, mas no encontraron medio alguno. Uno de ellos, sin embargo, declaró que era posible curar al Zar.


    -Si sobre la tierra se encuentra un hombre feliz -dijo-, quítesele la camisa y que se la ponga el Zar, con lo que éste será curado.


    El Zar hizo buscar en su reino a un hombre feliz. Los enviados del soberano se esparcieron por todo el reino, mas no pudieron descubrir a un hombre feliz. No encontraron un hombre contento con su suerte.


    El uno era rico, pero estaba enfermo; el otro gozaba de salud, pero era pobre; aquél, rico y sano, quejábase de su mujer; éste de sus hijos; todos deseaban algo.


    Cierta noche, muy tarde, el hijo del Zar, al pasar frente a una pobre choza, oyó que alguien exclamaba:


    -Gracias a Dios he trabajado y he comido bien. ¿Qué me falta?


    El hijo del Zar sintiose lleno de alegría; inmediatamente mandó que le llevaran la camisa de aquel hombre, a quien, en cambio, había de darse cuanto dinero exigiera.


    Los enviados presentáronse a toda prisa en la casa de aquel hombre para quitarle la camisa; pero el hombre feliz era tan pobre, que no tenía camisa.



    Lev Tolstói
    Última edición por Febo; 30-dic.-2010 a las 15:36

  3. #3
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    Predeterminado

    Pedro I y el Mujik
    (Hecho real)


    El zar Pedro se encontró con un mujik en el bosque. El mujik estaba cortando leña.

    El zar le dijo:

    - ¡Que Dios te ayude, mujik!

    El mujik respondió:

    - Buena falta me hace.

    El zar le preguntó:

    - ¿Sois muchos en casa?
    - Tengo dos hijos y dos hijas.
    - Entonces no sois tantos. ¿Qué haces con tu dinero?
    - Lo divido en tres partes: con una pago deudas, con otra hago préstamos y la tercera la arrojo al agua.

    El zar se quedó pensativo, pero no logró entender el significado de lo que el viejo le había dicho: que con una parte del dinero pagaba deudas, con otra hacía préstamos y la tercera la arrojaba al agua.

    El viejo dijo:

    - Cuando digo que pago deudas, me refiero a que doy de comer a mi padre y a mi madre; cuando digo que hago préstamos, me refiero a que doy de comer a mis hijos; y cuando digo que arrojo una parte al agua, me refiero a que crío a mis hijas.

    El zar dijo:

    - Tienes buena cabeza, anciano. Ahora llévame fuera del bosque, hasta los campos; no encuentro el camino.

    El mujik dijo:

    - Tu mismo lo encontrarás; ve recto, luego gira a la derecha, luego a la izquierda y luego otra vez a la derecha.

    El zar dijo:

    - No te entiendo; condúceme tú.
    - Yo, señor, no os conduciré a ninguna parte; a los campesinos cada día nos cuesta caro.
    - Bueno, si cuesta caro, te pagaré.
    - En ese caso, vamos.

    Se sentaon en el cabriolé y partieron.

    Por el camino, el zar preguntó al mujik:

    - ¿Has ido muy lejos, mujik?
    - He estado en alguna parte.
    - ¿Has visto el zar?
    - No, y bien que me gustaría.
    - En cuanto salgamos al campo, lo verás.
    - ¿Y cómo lo reconoceré?
    - Todos tendran la cabeza descubierta menos él.

    He aquí que que salieron a los campos. Cuando los súbditos vieron al zar, se quitaron la gorra. El mujik abrió mucho los ojos, pero no vio al zar.

    De modo que preguntó:

    - Pero ¿dónde está el zar?

    Y el zar Pedro le dijo:

    - Como ves, sólo nosotros dos tenemos la gorra puesta. Así que uno de los dos es el zar.

    Lev Tolstói

  4. #4
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    Predeterminado

    (Hablamos de t&#233


    El maestro zen Joshu Shinsai (778-897)
    le pregunto a un monje, que era nuevo en el monasterio:

    - ¿Te he visto antes?

    El nuevo monje repuso

    - No señor.

    - Entonces tómate una taza de té.

    Joshu se volvió entonces a otro monje:

    - ¿Te he visto antes?

    El segundo monje contestó:

    - Si, señor, por supuesto que me ha visto.

    - Entonces tómate una taza de té.


    Más tarde, el monje que administraba el monasterio, le preguntó a Joshu:

    - ¿Cómo es que ante cualquier respuesta siempre ofreces una taza de té?

    Ante esto, Joshu gritó:

    - Administrador, ¿aún estás aquí?

    - Por supuesto, maestro – repuso el administrador

    - Entonces tómate una taza de té.


    Ángel

  5. #5
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    El hombre que aprendió a ladrar


    Lo cierto es que fueron años de arduo y pragmático aprendizaje, con lapsos de desalineamiento en los que estuvo a punto de desistir. Pero al fin triunfó la perseverancia y Raimundo aprendió a ladrar. No a imitar ladridos, como suelen hacer algunos chistosos o que se creen tales, sino verdaderamente a ladrar. ¿Qué lo había impulsado a ese adiestramiento? Ante sus amigos se autoflagelaba con humor: "La verdad es que ladro por no llorar". Sin embargo, la razón más valedera era su amor casi franciscano hacia sus hermanos perros. Amor es comunicación.

    ¿Cómo amar entonces sin comunicarse?

    Para Raimundo representó un día de gloria cuando su ladrido fue por fin comprendido por Leo, su hermano perro, y (algo más extraordinario aún) él comprendió el ladrido de Leo. A partir de ese día Raimundo y Leo se tendian, por lo general en los atardeceres, bajo la glorieta y dialogaban sobre temas generales. A pesar de su amor por los hermanos perros, Raimundo nunca había imaginado que Leo tuviera una tan sagaz visión del mundo.

    Por fin, una tarde se animó a preguntarle, en varios sobrios ladridos: "Dime, Leo, con toda franqueza: ¿qué opinás de mi forma de ladrar?". La respuesta de Leo fue bastante escueta y sincera: "Yo diría que lo haces bastante bien, pero tendrás que mejorar. Cuando ladras, todavía se te nota el acento humano."


    Mario Benedetti

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