En las fiestas patrias, y en las fiestas religiosas, nunca faltan los cohetones por parte de los “altos mandos”, y por supuesto los cohetes para “la tropa”; que anuncian el júbilo por la celebración en turno. Es una costumbre arraigada y antiquísima, desde los tiempos de la invención de la pólvora.
Ni siquiera la crisis supuesta por el cambio climático y por el calentamiento global, han logrado que los jerarcas de la iglesia católica se tienten el corazón ”cristiano” para abolir esa costumbre de mal gusto y escandalosa. Cuando sus cohetones retumban en las calles de esta localidad, mucha gente que aun reposa del cansancio de sus labores, ve interrumpido su sueño en aras del júbilo religioso. En la calle más de una alarma de autos se activa por la expansión de las ondas sonoras en altos decibeles, y cientos de perros rasguñan desesperados las puertas de las casas y habitaciones, intentado refugiarse de aquel ruido que los espanta, que atormenta su oídos sensibles al ruido y los llena de una desesperación por ponerse a salvo.
Nuestro perro, desesperado al no poder entrar al interior de las habitaciones de esta casa, dejó más de una vez la puerta manchada de sangre, de sus patas cansadas de arañar por entrar; y esto desde ahora lo digo no es a cargo mío ni de mi familia, sino de los primitivos truena cohetes, llámense como se llamen, sacerdotes, sacristanes, presidentes municipales, soldados y pueblo en general.
El asunto es simple, es una manera tolerada, autorizada y oficializada de infringir las leyes de, en este caso, no contaminación auditiva. Es una de las mil formas de la impunidad, y en este caso no es exclusividad de los mexicanos como ya es de tan mala fama para todo lo malo; sino que es todavía un mal mundial.
Es pues la impunidad de los ministros religiosos que así festejan a sus santos y sus creencias; y de los propios funcionarios públicos que así conmemoran las fiestas cívicas; y de la gente común que al ver un delito tolerado, igual da rienda suelta a su piromanía y oídos sordos.
Es el escape del ente primitivo que aun llevamos dentro (mas ellos que yo), para espantar los propios miedos y pretender hacernos notar en este universo en apariencia desolado.
Hasta el trabajador desvelado por los frecuentes cohetones que perturban su sueño apacible, acude al trabajo perdonando (en este caso, si muy cristianamente) de antemano las molestias recibidas, en nombre de la satisfacción de la “mamá lupita” que desde el tepeyac sonríe por el júbilo que la conmemoración del aniversario de sus apariciones despierta en su ruidoso pueblo. No así los perros, gatos y el resto de almas simples que siguen y seguirán espantándose seriamente por este acto de barbarie humana.
Así las cosas, señores curas y señores políticos demagógicos y gasta presupuestos.