Estelar.

Todavía me parece estar viendo
a la hora en que la tarde se desmaya,
entre tu cabello que hacía de pantalla
a tus labios al lucero reluciendo,

tus ojos que se iban deshaciendo
en esa confesión que aún me raya
la alegría y provoca que ansioso vaya
a tu encuentro aún sabiendo,

que en ti quedé hecho solamente
retazos de dichas pasajeras
y bajo el amanecer ardiente

del alma de aquél al que esperas,
¡me harás de tu olvido penitente
por haber intentado que me quieras!



Fugaz.

Te esperan grandes multitudes
con hambre de tus palabras.
Amores de todas las latitudes
con salmos y bebidas macabras.

Cada noche un cuarto distinto
inundado dulcemente con sahumerios
donde, al suspiro del amanecer extinto
desnudarás verdades, misterios.

Tuya es ya domada la poesía
¡Toma del mundo lo que te parezca!
Y en su mal el poeta respondía:
Quiero, antes que esto crezca,

irme siendo aún fruto verde,
caer de un árbol que no me llore.
No tener ya nada que me recuerde,
hacer que el olvido mi fin decore.


Iluminados.

Era tu piel el río
y mi boca un barco.
Navegaba mi navío
por tu espalda en arco.

La luna sonrojada
se ocultó tras un sauce
y la vela enamorada
se perdía en tu cauce.


Ana.

Recuerdo la tarde en el puente
entre aromas y brisas estivales.
El río cantaba en su torrente
la canción de los amores triunfales.

Mi alma colmada de tu gracia
voló de mi ser como gilguero.
Llevó mis palabras en su acrobacia.
Fue cuando te dije que te quiero.

Se hicieron azúcar tus ojos
y llegando el instante tan ansiado,
nuestros brazos fueron cerrojos
que encerraron al beso enamorado.

Ana II.

Me he convertido en una garita
donde la soledad aguarda
que mi última estrofa marchita
suelte tu mano húmeda y tarda.

Lo que queda de mí, del hombre
en el que una vez me transformaste,
agoniza en el sonido de tu nombre ,
llora por no amarte como me amaste.

Cuando el recuerdo me conduce
hacia un tiempo pleno de paz,
encuentro al silencio que reluce
en lágrimas preguntando dónde estás