Bacanales de alto riesgo
Cuando alguien se encontraba paseando sin rumbo al caer la tarde por las calles de la antigua Roma (o, en los meses de verano, en el centro termal costero de Baiae, en el golfo de Nápoles), podía ser abordado por un esclavo que lo invitaba a un banquete imperial. Se esperaba que todos los romanos ricos fueran fabulosos anfitriones –cuanto más extravagantes fueran sus festines, más poderosos se pensaba que eran – , y los emperadores se veían obligados a ser los más exagerados.


En la mayoría de las veladas, cientos de personas absolutamente extrañas – hombres y mujeres de todas las clases sociales, aunque con cierta tendencia a los bien vestidos y bien parecidos – acababan participando en las veladas que se celebraban en las espléndidas villas de suelos de mármol, donde eran bombardeados con viandas y vino y acompañamiento de música de flauta y bailarinas asiáticas eróticas



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Prostitutas y prostitutos se ofrecían en las dependencias retiradas, y no hay duda de que muchas celebraciones que se prolongaban toda la noche terminaban siendo orgías etílicas. No obstante, el apareamiento múltiple indiscriminado que asociamos con las orgías romanas era muy poco frecuente: los artistas eróticos de Pompeya solo ocasionalmente representaban el sexo en grupo, casi siempre muchachos penetrándose unos a otros formando cadenas, y sorprenden por su escasez las referencias en la literatura erótica latina o incluso en los graffiti de la época.