¡Gracias Lucian por reavivar este pequeño regazo de palabras huérfanas!
Extraño tu sexo. Piso flores al caminar y extraño tu sexo...
Extraño tu sexo. Piso flores rosadas al caminar y extraño
tu sexo.
En mis labios tu sexo se abre como fruta viva, como voraz
molusco agonizante.
Piso flores negras al caminar y recuerdo el olor de tu sexo,
sus violentas marejadas de aroma, su coralina humedad
entre los carnosos crepúsculos del estío.
Piso flores translúcidas caídas de árboles sin corteza
y extraño tu sexo ciñéndose a mi lengua.
Habla Scardanelli
I
Cómo cantarte, Diótima, sin vino
y con el piano mudo que a señas me congela.
Cómo describir, en su cadencia, tus lentas ceremonias
si no puedo beberte de mi vaso,
si no te me atragantas rumorosa,
si la botella rota no conserva tu ardor
ni los reflejos.
No hay alcohol, amantísima Griega de voz noble,
comparable a tus claras humedades:
las de tus ojos grandes y en destierro,
las de tus frescas lágrimas fingidas,
las de tu vientre ajeno que humea bajo la lluvia.
Cómo cantarte con la garganta seca,
cómo vivir si no puedo beberte devorándote,
cómo sorber tus músculos tirantes
de alta mujer bandera entre los hombres
si ya no estás emparedada en vidrio,
si resulta imposible pulverizar tus huesos.
Brilla perfecto el sol de los nocturnos.
El veneno en silencio merodea.
La quietud con sus fauces me rodea.
II
Cómo nombrarte, Diótima, sin vino en la mar alta.
Se resecan los vocablos innobles,
se agrieta la faringe bajo esta
sobriedad de hachazos,
no soportan tus lóbulos carnosos
mis huecas oraciones caídas del fermento.
Qué soledad más triste la del sobrio.
De la luz amarilla se desprende un tropel
de gnomos enyesados.
Abro la boca para que mis gritos
se adornen con vómitos o maldiciones
y las encías supuran
una dulce canción por la embriaguez perdida.
Cómo nombrarte, Diótima, si no soy el ahogado
amanecido en el centro de tu calma.
Otro día sin verte, sin poner mis pupilas...
Otro día sin verte, sin poner mis pupilas
encima de tus trampas.
Quiero decir: encima de tus rodillas sin cicatrices,
de tus labios amameyados, de tus afiladas
rencillas rojas, de tus palabras claves
que continuamente preguntan si te entiendo.
Otro día sin verte, otras horas
de amarte a cielo abierto,
de acariciarte en un aire ya sujeto
por mi collar de uñas enterradas.
Todos los poemas son de Francisco Hernández. México, 1946.
"La comprensión de que la vida es absurda no puede ser un fin, sino un comienzo".
Albert Camus