Desvelados por el hambre, José Luis Alvite


En una discusión sobre la esencia del amor, le dije a mi amiga del alma que muchas de las parejas que yo conozco almuerzan sin decirse palabra y que cada vez que salgo a cenar a un restaurante, observo que incluso entre novios de poco tiempo se produce ese silencio casi misional alterado apenas por el sonido casi quirúrgico de la cubertería y por el rumiante murmullo de la masticación. ¿Es eso amor?, me pregunto. ¿Qué es lo que les une?¿Resistirán mucho tiempo en una relación en la que aparentemente lo que les une no parece mucho más sólido que la carta en la que el camarero les sugiere el menú? ¿Es eso amor? ¿Cuál es el secreto de que se hayan emparejado y la razón por la que siguen juntos? Mi amiga se enfada porque cree que yo defiendo la teoría de que a menudo lo que parece amor en realidad se trata solo de instinto de supervivencia o de la apremiante necesidad de buscar alguien con quien compartir los gastos de subsistencia. ¿Existe el amor eterno? Claro que sí, al menos en el plano teórico, aunque yo a mi amiga del alma le digo que muchos de esos matrimonios longevos si se mantienen incólumes al cabo de tanto tiempo no es porque se amen, sino porque ambos saben que a cierta edad es necesario tener cerca a alguien que en caso de emergencia sea capaz de llamar cuanto antes al teléfono de las ambulancias. ¿Es eso amor?¿Se trata acaso de costumbre?¿O será simple resignación? Y por otra parte, ¿cuál es la influencia del bienestar material en la supervivencia del amor? Yo a mi amiga de alma le dije que la violencia conyugal se da con más frecuencia entre los miserables, en el ámbito de los proscritos, en hogares en los que ni siquiera desprende calor el fuego, en esos suburbios ácidos y bituminosos en los que el amor se degrada por la apremiante necesidad de convertir la dignidad en comida y las niñas se prostituyen con los transeúntes ante la resignada amoralidad de esas madres estoicas y descrecidas en cuyos ojos yo he visto muchas veces las pupilas de la muerte mezcladas con la garganta del hambre. A mi amiga del alma quiero decirle que también yo creo en el amor eterno, aunque he de advertirle de que por otra parte estoy convencido de que la sensación de estar alucinado por el amor se da con menos frecuencia entre quienes, por desgracia, al anochecer se acuestan desvelados por el hambre. (A Rocío González, por escucharme).