Qué tormento, qué perfidia!
Hoy declaran casamiento
del conde con su fiel novicia
y el conde preocupado
reclama feroz hacia el viento
para conocer si el pecado
a la dona hoy le vicia.
Comienza el juicio al vuelo
sin tener preparatoria
sólo una breve oratoria
del conde a maese Marcelo
que es un cura regordete,
vicioso, vago y salido
tenaz y poco instruido
y de raído bonete.
Decidme mi buen Marcelo,
no le temáis a mi furia,
contad y hacedlo sin duelo
si la dama ha lujuria
cuando estaba en el convento.
Os he de de decir, mi buen Conde
sin faltar a la verdad
que ni aquí ni en el convento
faltó a la castidad.
¿Con esto se os responde?
¿Y su gula?
¡Qué decís!
Ni la cadera le ondula,
ni cuelga de ella la panza
si se entera la herís,
en ella todo es templanza.
Me preocupa su avaricia.
No encontraréis más novicia
de mucha o poca edad
que tenga menos codicia
es clara su generosidad.
¿Y es ociosa o perezosa?
¡Menuda temeridad!
No existe en el mundo
abeja más laboriosa,
es afable, diligente,
de hacer pulcro y fecundo
no hay pereza que le tiente.
¡Decid, Conde, hablad!
Pues contadme de su ira.
¿Quién en esta casa conspira?
¡Ira vuestra doncella!
¿No conocéis que en ella
es todo quietud y paciencia?
Es de alma pura y bella,
se lo dejó en herencia
su tía Doña Edelmira.
Entonces, ¿será la envidia?
Nada habéis de temer,
lo que os cuenten es insidia,
preguntad vos al abad
os dará a conocer
de su fe y caridad.
¿Es soberbia lo que espero?
Soberbia con pena escucho…
Habéis de saber caballero
que en ese cuerpo flacucho
al que cuido con esmero
no cabe orgullo alguno,
id, buen conde y observad
os lo dice este frailuno,
en ella es todo humildad.
¡Pues algo habrá de ser!
Una doncella tan pura
casta, virtuosa mujer,
nadie me quita la idea.
Decidme, Marcelo, presto,
¿qué me decís de aquesto?
¡Ay, buen Conde!
Es que es fea.
(Mía)