Un profesor de la secundaria siempre nos repetía un viejo proverbio, según él de origen árabe: No abras los labios, si no estás seguro de lo que vas a decir, es más hermoso el silencio

Hace unos días una amiga me prestó un libro de cuentos y me encontré con el siguiente, que me hizo pensar en el viejo proverbio de mi profesor.

Aconseja un cuento anónimo que, antes de decir algo, es necesario hacerlo pasar por las tres rejas:

“El joven discípulo de un filósofo sabio llega a su casa y le dice: −Maestro, un amigo estuvo hablando de ti con malevolencia...

−¡Espera! −lo interrumpe el filósofo−. ¿Hiciste pasar por las tres rejas lo que vas a contarme?

−¿Las tres rejas? −preguntó su discípulo.

−Sí. La primera es la verdad. ¿Estás seguro de que lo que quieres decirme es absolutamente cierto?

−No. Lo oí comentar a unos vecinos.

−Al menos, lo habrás hecho pasar por la segunda reja, que es la bondad. Eso que deseas decirme ¿es bueno para alguien?

−No, en realidad no. Al contrario...

−¡Ah, vaya! La última reja es la necesidad. ¿Es necesario hacerme saber eso que tanto te inquieta?
−A decir verdad, no.

−Entonces... −agregó el sabio sonriendo−, si no es verdad, ni bueno ni necesario, sepultémoslo en el olvido.


Vivir la experiencia del silencio comunica con la reflexión y brinda la posibilidad de experimentar calma y serenidad.
Según se cree, las mejores verdades son las no enunciadas, tal vez, por eso es que se torna necesario tener en cuenta siempre: “el hombre es esclavo de sus palabras y dueño de sus silencios”.