En esos besos coronados de ausencia, las fibras de mi
alma se congelaron y me quedó aquél chiquillo que
jugaba en el patio de mi corazón, abatido de tinieblas.
En la plenitud de la dicha no advirtió la tormenta.
Camino entre callejones grises, el día está frío y nublado.
No parece ser ya la vida ¿Aún sigo aquí? ¿O es que
así se ve el otro lado de la vida?
Olvidos, siempre ficticios, intentan calmar mis ojos,
pero se quita el disfraz y es un gusano que roe mi
mi pecho.
Como agujas, este otoño me inyecta tus palabras
que me pintan un cuadro de desazón, de sombras,
de figuras fantasmales que me persiguen nombrandote.
Los caminos que querías, nunca los tomaste, los horizontes
que buscabas... nunca intentaste llegar a ellos.
Te quedaste en las tierras de mi ser sembrando esperanzas
de papel que ahora arrugas y tiras al cesto.
Ahora me quedan sueños marchitos durmiendo en ataúdes
transparentes, me quedan los brazos fríos, ya nunca podré
tocarte.
Me quedan las palabras que nunca podré decirte, me queda
tu recuerdo que, como un ave nocturna viene a romper la
fragilidad del silencio.
Me queda mucha oscuridad abrazándome, hablándome
al oído, cubriendome de tus ojos que aún me buscan
queriendo demoler las pocas columnas que me sostienen.
Callé mi voz buscando el consejo del silencio.
Bebí aguas verdes para exorcisarme de tus demonios.
Lejos, en donde nace el crepúsculo, fundiré lo que queda de mi
para volver en un árbol, en el viento, en la lluvia lavandote el
rostro y cuando esto ocurra no preguntes por qué.


Lucian