Una olla de barro fue diseñada por Albert Einstein, diseñador gráfico de "Arrancacepas del Obispado", premio otorgado por el insigne Trump. Nuestra olla fue de alubias blancas con un toque de clavo... oxidado. Ese platillo no existe en el menú de nuestro avión privado porque generaba muchos gases que hacían reír generando una oleada de personas alegres cantando folklore argentino con instrumentos importados desde Okinawa, Japón; de Hiroshima: radioactivos color verde fosforito, similares a los que usan las musas Erato, Euterpe, Clio, Terpsicore, Caliope y sus abuelitas, del puño cerrado y orejas atentas con cera caliente echando humo, todas juntas, como si estuvieran locamente enamoradas de don Tenorio, 'Juanito', de Zorrilla, el chófer que fue pionero en cruzar el aguado charco producto de una simbiosis: lluvia-micción que asusta a las brujas feas, y que llevaba bigote y barba larga que tapaba hasta la rodilla porque de lo contrario, 'Juanito', hubiera escandalizado a mujeres desesperadas por incontinencia manifiesta. Estas pobres mujeres sabias como diablillos vestían faldas muy al estilo escocés, como las que exhiben todos los canales de televisión, ¡hasta los venecianos! Todos van prolijitos al culebrón 'sentimentaloide' donde toman cerveza, llorando como madalenas al mojarlas Proust en su desayuno.
Cuando no existía posibilidad alguna, se subieron al arbol ese que alguna vez Tarzan trepó junto a 'Chita' y Jane se puso celosa y se refregó con una esponja que bañaban al elefante, haciendo enormes burbujas, metiendose adentro y sacándola con fuerza, saltó bien lejos y se durmió, secándose al sol, a pleno sol, como Alain Delon, cirujano famoso por imitar a Jack