Había una vez un soleado bosque con muchos pajarotes y de hadas bien buenotas todas, pero estaban tristes, no había cheve; esto suponía un buen churro, mínimo, pero llegaron los duendes traviesos, especialistas en sado sex que buscaban sexo, pero no encontraron cocaína y decidieron fumar un churro, que fueron armando un casino clandestino donde apostaban con marihuana, píldoras y éxtasis. Vivían solo con sus amantes axtaciadas, porque tenían lepra y tenian asco, pero muy sadomasoquistas sacaban el latigo, comprado en Sexshop. Cuando agarró el camino hacia aquel puesto de chorizos, en una sentada