Una rubia fue a cortarse las puntas su rubísima melena al peluquero. Llevaba puestos unos auriculares de botón.

* —Señorita, por favor, ¿puede quitarse los auriculares? No puedo cortarle el pelo si los lleva puestos —le inquirió el peluquero
* —Por ningún motivo del mundo debo quitarme estos auriculares. Haga su trabajo y calle —respondió la rubia
* —Pero señorita, podría cortárselos o incluso arañarle el cuello con las tijeras, le sugiero que se los quite —dijo nuevamente, mientras le enseñaba las tijeras a través del espejo
* —¡Oiga! No me voy a quitar los auriculares, le guste o no. O me corta el pelo o me voy a otra peluquería —finalizó la rubia

Así que el peluquero empezó tris-tras con las tijeras, pero pasada casi una hora vio que no había avanzado nada. La rubia parecía estar entretenida leyendo una revista, así que le quitó los auriculares con disimulo y empezó a cortar el pelo por encima de las orejas.

Al cabo de un par de minutos, la rubia cayó fulminada al suelo, con la cara amoratada. El peluquero, asustado, cogió un auricular para ver qué era aquello tan importante que estaba escuchando la rubia, y oyó una voz que decía:

Inspirar... espirar... inspirar... espirar...