Tres amigos estaban descansando a la sombra de un gran àrbol y vieron a un grupo de matones quienes venìan en su misma dierecciòn.

Por un porsiaca, se subieron al àrbol para esconderse. El màs gordo se quedò apenas unas ramas arriba, el otro al medio del àrbol y el màs agilito casi en la copa allà bien arriba.

Los malechores se sentaron en la base del mismo àrbol y pusieron en el pasto todo lo que habìan robado. Habìa dinero y joyas.

El gordito, quien tambièn era bien ambicioso, no pudo aguantar quedarse callado y dijo en voz alta:

-¡Cuànto dinero!

Los delincuentes lo detectaron y lo bajaron y allì mismo le metieron navaja y lo tiraron para un lado. Luego se pusieron a repartir el botìn. Estaban en medio de la reparticiòn cuando el segundo de los amigos, quien sabìa mucho de joyas, tampoco pudo contenerse y dijo:

-Esa reparticiòn està mal hecha, porque el que es su jefe se està quedando para sì con las joyas de màs kilates y a ustedes les està dando las que valen menos.

Los malhechores se subieron hasta èl, lo bajaron a la fuerza y le metieron cuchillo y lo tiraron a un lado junto al otro cadàver.

Luego, terminaron de repartirse el botìn, se prendieron unos cigarrillos y mientras descansaban se pusieron a conversar un buen rato. En eso uno de los ladrones mirò los cadàveres y dijo:

-Pero què brutos estos dos hombres, estando bien escondidos sin que nadie se de cuenta, en lugar de esperar a que nos vayamos, en cambio se pusieron a abrir su boca y miren, allì estàn bien muertos, por tontos...

-¡Por eso es que yo estoy calladito!- dijo sonriendo el tercer amigo desde la punta del àrbol...