Hola, Aquiles, es muy interesante la información sobre los Miravalle, descendientes de Moctezuma. Recibir un kilo y medio de oro anualmente por más de 70 años!!!:blink: Y, esperar todavía que en la actualidad se les siga dando semejante "compensación", sin hacer absolutamente nada por el país.
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Continuando con el tema de nuestras danzas y a pedido de Nixe, dejo información sobre la
indumentaria azteca. Ojito: no voy a escarbar en la historia, simplemente aludiré a ella por tratarse de las danzas prehispánicas que aún se reproducen gracias a las compañías de ballet folclórico. También existen numerosos grupos de danzantes aztecas en el centro histórico; más puntualmente, en la explanada del Museo Nacional de Arte (MUNAL), en la calle de Tacuba, y otros, a un costado de la catedral metropolitana.
El impresionante traje de reina azteca, de por sí hermoso, fue engalanado con la belleza de la guapa Karina González y muy probablemente está inspirado en la indumentaria de los guerreros aztecas y de sus dioses. Los tocados eran verdaderas obra de arte, pues existía el denominado arte plumario; cabe destacar que las plumas del quetzal eran muy valoradas, fue una ave simbólica.
La vestimenta de la antigua civilización mexica estaba determinada por una rígida estratificación social, ordenada según rangos militares y sacerdotales. Esta jerarquía establecía cánones estrictos en la indumentaria de cada individuo. Los rangos sociales podían distinguirse a simple vista por los atributos que portaba cada uno de los encumbrados personajes. Los varones macehualtin, la mayoría de la población campesina, vestía el maxtlatl. Ropa manufacturada con ásperas fibras de ixtle (henequén, agave o yuca) con la que envolvían su cintura, y que con ciertos nudos peculiares dejaba caer las tiras colgantes al frente y detrás del cuerpo cubriendo las partes púdicas. Vestidos simplemente con el maxtlatl los hombres realizaban sus quehaceres cotidianos, deambulaban por la ciudad llevando mercancías al mercado, abastecían su hogar de alimento y leña, atendían las festividades religiosas, acudían a algún templo o trabajaban la tierra en sus chinampas ribereñas.
Por otro lado, los pilli, guerreros heroicos, los nobles y los sacerdotes, quienes formaban parte de la más alta sociedad, tenían el privilegio de lucir el tilmatli o la tilma. Estas grandes mantas se amarraban sobre uno de los hombros; hechas con algodón, eran aderezadas con bellos bordados simbólicos, llevaban entretejido pelo teñido de conejo (tochomitl), cascabeles de cobre y adornos de oro y plata. Con dibujos mostraban el rango militar o religioso de quien las portaba. Para engalanarse aún más, estos señores usaban orejeras, para lo cual perforaban el lóbulo de la oreja, narigueras que atravesaban la nariz, y bezotes que adornaban la parte inferior del labio.
Estos podían ser de oro, obsidiana, ámbar, cristal de roca, jade, turquesa y otros materiales. Los majestuosos tocados hechos de plumas preciosas, traídas como tributo de sitios lejanos, coloreaban la escena. Las plumas de cotinga, de quetzal y de otras aves multicolores formaban parte de los premios otorgados por el tlatoani en honor a su valentía guerrera. Los sartales de cuentas de jade, turquesa, oro o de caracolitos marinos adornaban los cuellos de hombres y mujeres. Los pectorales pendían como ornato sobre sus orgullosos pechos. En los brazos llevaban brazaletes de distintos materiales preciosos, algunos fabricados con mosaicos de turquesa y oro. Las ajorcas que adornaban sus tobillos, en ocasiones eran elementos bellamente labrados o constituidos con hilos de cuentas, caracolitos o cascabeles que se usaban en ocasiones especiales.
Y sus pies estaban protegidos por sandalias de cuero, llamados cactli, lujo que simbolizaba nobleza y dignidad. Engalanados, paseándose por la ciudad debieron haber constituido una bella imagen. Sin embargo, el único que podía ostentar la diadema de oro y turquesa denominada copilli, era el tlatoani o jefe, a quien nadie podía mirar a los ojos, en señal de respeto. Ningún elemento de la indumentaria se portaba al azar o por gusto. Algunos trajes eran manufacturados para usarse solamente en determinadas ocasiones. Los sacerdotes se vestían de acuerdo con la actividad religiosa que desempeñaban; llevaban los cabellos largos anudados por la espalda con un cordel de algodón. Los funcionarios, asumiendo sus privilegios, debían vestir la indumentaria requerida; si se encontraban en algún evento público, la etiqueta funcionaba de manera efectiva, aderezándose con objetos de lujo.
El armamento y la parafernalia guerrera consistía en un escudo de madera, el chimalli cubierto con plumas, que ostentaba un diseño con la insignia guerrera correspondiente, el átlat o lanzadardos, una macana incrustada con filos de obsidiana, arco y flecha, además del pamitl, que era un estandarte. De la misma manera, los guerreros llevaban un peinado distintivo que los marcaba como héroes de guerra. El joven que había capturado un enemigo, aunque fuera con la ayuda de sus compañeros, tenía el derecho de raparse el cabello de un lado más largo que del otro, subía de rango y lucía su valentía con el peinado de tzotzocolli. El guerrero que ya tenía en su cuenta cuatro víctimas, se arreglaba el cabello con un mechón erecto hacia arriba y anudado, llamado temillotl, cuyo significado es columna de piedra, y se privilegiaba de acuerdo como lo señala Sahagún llevando “bezotes de piedras preciosas de diversos colores, y borlas para ponerse en la cabeza, con tiras de oro entretejidas a las plumas ricas... y mantas ricas de los Señores de diversas divisas, y ...maxtles preciosos y bien labrados...”, distinguiéndolo como tequihua (alto grado militar).
Durante las festividades religiosas, los aderezos de la jerarquía encumbrada se cuidaban minuciosamente. Algunos personajes se vestían con el xicolli, especie de camisa abierta anudada al frente, a manera de chalequillo. Otros, llevando su tilmatli, adornaban su cabeza con grandes tocados. Sus vestimentas recordaban lo más glorioso, evocando y personificando a los dioses, honrándolos y adorándolos. Brillaban el oro y las piedras preciosas, sonaban sonajas y tambores, los caracoles hacían las veces de trompetas y se oían desde lejos. Los cascabeles, atados a los tobillos y a las muñecas, sonaban al ritmo de los bailables festivos. En el caso de las mujeres, el atuendo cotidiano consistía en una prenda base, el cueitl. Se trataba de una manta rectangular larga que funcionaba como una falda, la cual se “enredaba” a la cintura y se sostenía con el nelpiloni, es decir una cuerda o cinturón.
Las faldas podían ser sencillas o llevar remates o “enaguas”. Los diseños de los bordes podían variar, desde una cenefa que limitaba la sección inferior de la manta, hasta una complicada xicalcoliuhqui o serpiente escalonada. El cueitl era liso o decorado con bellos diseños que incluían flores y motivos geométricos elaborados. La mujer, que en su casa trabajaba arrodillada en la molienda del maíz inclinándose sobre su metate o tejiendo en el telar de cintura, llevaba los senos al descubierto, y al salir a la calle los cubría con el uipillo o huipil. Esta especie de camisa suelta, sin mangas, llegaba hasta la cadera. Otras mujeres usaban el quechquemitl, prenda romboidal que se metía por la cabeza y cubría el pecho, cayendo en forma triangular; estecubrimiento estaba destinado únicamente paralasmujeres de alto rango y las diosas. Las tejedoras se esmeraban en bordar bellas figuras con hilos teñidos por la cochinilla, el índigo, y los óxidos de hierro,bajo cánones estéticos y simbólicos establecidos.
Fuente:
https://www.mexicodesconocido.com.mx...hispanica.html
Aquí una indumentaria con pirámide.
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