Epílogo - Charles Baudelaire
Epílogo
A la montaña he subido, satisfecho el corazón.
En su amplitud, desde allí, puede verse la ciudad:
un purgatorio, un infierno, burdel, hospital, prisión.
Florece como una flor allí toda enormidad.
Tú ya sabes, ¡oh Satán, patrón de mi alma afligida,
que yo no subí a verter lágrimas de vanidad.
Como el viejo libertino busca a la vieja querida,
busqué a la enorme ramera que me embriaga como un vino,
que con su encanto infernal rejuvenece mi vida.
Ya entre las sábanas duermas de tu lecho matutino,
de pesadez, de catarro, de sombra, o ya te engalanes
con los velos de la tarde recamados de oro fino.
Te amo, capital infame. Vosotras, ¡oh cortesanas!,
y vosotros, ¡oh bandidos!, brindáis a veces placeres
que nunca comprende el necio vulgo de gentes profanas.
Traducción: Enrique Díez-Canedo
Oh Satán, ten piedad de mi larga miseria!
Tú que de la muerte, tu vieja y fuerte amante,
engendras la esperanza, una loca encantadora!
tú que, mágicamente ablandas los viejos huesos
del borracho tardo atropellado por los caballos,
tú que, para consolar al hombre frágil que sufre,
nos enseñas a mezclar el salitre y el azufre,
tú que pones tu marca, oh cómplice sutil,
en la frente de creso despiadado y vil,
Fragmentos de Las Letanías de Satán