Noche de luna en nubes escondida,
de mis pasos, sin marcar tiempo ni hora,
son mis huellas, caminando a la aurora,
que se acerca como hada aparecida.
El silencio en lo negro se hace quiebro,
un murmullo lastimero y encogido
rompe en ímpetu, el sentir de mi oído,
rasgando con su fuerza mi cerebro.
Mi s ojos se hacen buzo de la noche,
buscando quién así llora su pena,
y me encuentro acurrucada en la arena
a la niña que de agua era derroche.
Su carita afligía mis entrañas,
cuando alzó dos luceros encendidos
y en su mano alhelíes sostenidos,
enredados como telas de arañas.
Le pregunto el motivo de su llanto,
acercando a su latir mi rumor
arrullando su penar embriagador
con la tibia acogida de mi manto.
Sin palabras me señala a ese ramo
que manaba en su falda luminoso
y en sus ojos un murmullo afanoso
que pugnaba por salir tramo a tramo.
Le esperaba un castigo desmedido
si las flores no trocaba en dineros.
¡Malditos y satanes bucaneros!
que en niños sorteáis lo corrompido.
Sin pensarlo, asolé mi faltriquera,
entregando a la niña su fortuna
y su cara asomó como la luna,
y su llanto se fundió como la cera.
Hacia mí levantó sus alhelíes,
que en sonrisa coloqué en su regazo;
de mis ojos a los suyos un abrazo,
la sonrisa en sus labios carmesíes.
Mi camino se alejaba entretanto
con su rumbo nuevamente a la aurora,
en mi alma su carita encantadora
y la noche ya callada y sin llanto.