Iniciado por
expanium
En la Biblia es común personificar ciertas cosas, por ejemplo, se dice que la sabiduría tiene hijos. (Lucas 7:35.) Se llama reyes al pecado y la muerte. (Romanos 5:14, 21.) En Génesis 4:7 dice: “Hay pecado agazapado a la entrada”, y se personifica al pecado como alguien que estuviera agazapado a la puerta de Caín. Pero, por supuesto, el pecado no es una persona; tampoco el personificar al espíritu santo lo hace una persona celestial.
Una comparación de textos bíblicos que se refieren al espíritu santo revela que las personas pueden ‘llenarse de él’; pueden ser ‘bautizadas’ en él; y pueden ser ‘ungidas’ con él (Luc. 1:41; Mat. 3:11; Hech. 10:38). Ninguna de estas expresiones sería apropiada si el espíritu santo fuera una persona.
La identificación correcta del espíritu santo tiene que cuadrar con todos los textos bíblicos que se refieren a dicho espíritu. Con este punto de vista, es lógico concluir que el espíritu santo es la fuerza activa de Dios. No es una persona, sino una fuerza poderosa que Dios hace emanar de sí mismo para llevar a cabo su santa voluntad. (Sal. 104:30; 2 Ped. 1:21; Hech. 4:31.)
La iglesia católica la inventora del dogma falso de la Trinidad y que elevó al espíritu santo -en el año 381 E.C.- al puesto de Dios, admite:
“Está claro que el A[ntiguo] T[estamento] no ve al espíritu de Dios como persona, ni en el sentido estrictamente filosófico ni en el sentido semítico. El espíritu de Dios es sencillamente el poder de Dios. Si a veces se lo representa como distinto de Dios, es porque el aliento de Yahvé obra exteriormente”.
También dice: “La mayoría de los textos del N[uevo] T[estamento] revelan que el espíritu de Dios es algo, no alguien; esto se ve especialmente en el paralelismo entre el espíritu y el poder de Dios”. (New Catholic Encyclopedi, 1967, tomo XIII, pág. 575)
También informa: “Los apologistas [escritores griegos cristianos del siglo II] hablaron con demasiado titubeo respecto al Espíritu; con cierta medida de expectación, acaso se podría decir de manera demasiado impersonal” (New Catholic Encyclopedia, 1967, tomo XIV, pág. 296).