El amor es ciego (ciencia ficción)
La delegada danesa me alargó la mano, esbozando una sonrisa luminosa.
Pero, aunque ella probablemente no lo sabía, yo captaba perfectamente el asco que le generaba. Así es que tuve que esforzarme mucho para tenderle mi mano, dibujando también una sonrisa igual de luminosa y de vacía.
Soy consciente de mi presencia. Bajo, obeso, decididamente feo… y con acné. Pero aún así, no me puedo acostumbrar ni puedo aceptar el tremendo asco que eso le genera a tanta gente.
Ni mi familia puede entender cómo, con ese aspecto, fui aceptado en el cuerpo diplomático.
Hace ya de ello… cuánto? Más de tres años!
Iba caminando por la calle, ensimismado en mis pensamientos. Por eso, y sobretodo estando la calle tan desierta, me tomó de sorpresa el golpe en el hombro… Me di vuelta indignado, dispuesto a regalarle al insolente un dolor de cabeza que le duraría por lo menos una semana.
Me dí vuelta para enfocarlo, y allí recibí el puñetazo en el estómago, que me sorprendió más aún… y ya no vi más nada.
Cuando me desperté, estaba en una habitación completamente opaca a mis pensamientos. Nunca había visto o sentido nada igual. Detrás de una pequeña ventana de vidrio había tres personas, dos hombres y una mujer.
Telépatas, como yo. Ninguno de ellos tenía ni siquiera la mitad de mi fuerza telepática, pero entre los tres, me dominaban con facilidad.
Además, yo estaba cansado y hambriento.
La puerta se abrió, y la cabeza casi me estalla. Vi una silueta recortada contra la fuerte luz. Esa sería la primera y la última vez que me encontraría frente a frente con mi comandante.
Llevaba puesto un sombrero, tan opaco a mis pensamientos, como las paredes de la habitación.
Me explicó brevemente que desde ese momento yo pasaba a ser agente del gobierno. Es un cargo absolutamente voluntario. La alternativa, como me dieron a entender sin lugar a dudas, era ser “voluntario” en los laboratorios de la DARPA, donde probablemente me tendrían atado a una cama por el resto de mis días.
Así que me alisté como voluntario, y no me puedo quejar. Me pagan muy bien, y viajo por todo el mundo acompañando al cuerpo diplomático.
Oficialmente, por supuesto, SOY PARTE del cuerpo diplomático.
No sé cuántos telépatas hay en el mundo. Creo que muy, pero muy pocos.
Mientras la delegada danesa me daba la mano con todas las intenciones de quitarla cuanto antes, yo pensaba disgustado…
Qué basura de mujer!
Y en el momento me quedé como congelado.
Lo habría dicho en voz alta sin darme cuenta?
No, no puede ser, la delegada seguía sonriendo mecánicamente, claro que ya se las había arreglado para retirar la mano.
Me dí vuelta y me di cuenta que alguien más había pensado lo mismo que yo. La vi, e increiblemente, me sonrió.
No tenía la figura de “super modelo” de la delegada, pero era con mucho la mujer más hermosa que jamás me haya sonreído. Pero no era telépata, eso podía asegurarlo.
Comenzamos a charlar y descubrimos muchísimos puntos en común.
Liberada por la bebida, me miró y me dijo:
- No creo que Ud. se haya dado cuenta, pero la delegada danesa es una mujer despreciable.
- En serio me lo dice?
- Sí, me imagino que siendo Ud. hombre no podrá ver más allá de la estupenda figura que tiene, pero… esa mujer desprecia a todos… y a todas.
- Y eso cómo lo sabe? Yo la encontré muy simpática… Acaso le leyó Ud. los pensamientos?
- Si quiere puede tutearme. Y no, obviamente que no le leí los pensamientos… no creo en esas idioteces. Pero si sé leer el lenguaje del cuerpo.
Esa mujer te tendió una mano toda fláccida, y estaba ansiosa por retirarla lo antes posible. Le faltó poco para limpiársela una vez que la retiró…
- Ummm, me parece que estás exagerando. Para demostrártelo, te invito a cenar.
- Por qué no? Esta recepción no tiene nada que ofrecerme.
Existe el amor a primera vista? En mi caso, es difícil de creer. Pero la admiración, el calor humano que sentía en ella eran… increíbles.
Por lo menos de mi parte, ya estaba completa y absolutamente enamorado.
Así fue que me sentí tocar el cielo cuando Cynthia vino conmigo al hotel. Me debo haber dormido por lo menos a las tres de la mañana.
A las cuatro, Cynthia se despertó, me acarició el pelo, me dio un beso en la frente, y todavía sonriendo se fue al baño.
Allí, donde yo no podía ya verla ni sentirla, Cynthia se relajó y se concentró. Se despojó de su piel humana y en su forma e identidad de Montannn, estableció contacto con el almirante del sector arturiano:
- Tiroeee, la misión está encaminada según lo planeado.
- Montannn, el telépata está contigo?
- Sí Tiroeee, lo tengo completamente dominado. Estos humanos libidinosos, son tan repulsivos!
- Un poco de paciencia, Montannn, estoy autorizado a revelarte que con este nuevo recluta, la segunda fase comenzará en muy poco tiempo. Limpiaremos al Universo de la plaga humana!
Montannn entreabrió la puerta del baño y mientras miraba al humano durmiendo plácidamente en la cama, no pudo menos que pensar:
- Pobre Tierra!
Y cortó el contacto, sonriendo.
Claudio Avi Chami
Despedida (cuento de c.ficcion)
Despedida
Ha llegado por fin la noche de la Retirada, y el mundo entero está de fiesta.
El Ascensor Espacial, cuya columna central ya llega a cuatrocientos kilómetros de altura, está iluminado en toda su longitud con todos los tonos del arco iris, en una danza que nunca se repite, una sinfonía de color.
Sobre los cielos de la Tierra reaparecieron, nuevamente como por arte de magia, las setecientas naves de la flota Xhang. Hace doscientos años, cuando aparecieron por primera vez, nadie supo de dónde vinieron.
Hoy, quedando pocas horas para su partida, y a pesar de los esfuerzos de las mentes más brillantes de la Tierra, nadie sabe adónde irán.
Hace doscientos años…
Primero fue el atentado en Washington, luego, el bombardeo atómico a Teherán, y a partir de allí, en rápida sucesión, Tel Aviv, El Cairo, Damasco, Trípoli…
La locura se desencadenó, y las superpotencias activaron sus juguetes más peligrosos. Decenas de misiles balísticos salieron disparados de USA, Rusia, Ucrania, India, Pakistán. La humanidad toda estaba congregada frente a los receptores de TV, mirando como congelada las imágenes repetidas de lanzamientos múltiples, mensajes de Muerte del hombre al hombre.
Pero los misiles nunca llegaron a destino. Los pocos que estaban en las calles de las mayores capitales del mundo pudieron ver las naves Xhang materializándose de la nada. En un momento no estaban allí, y en el instante siguiente, a escasa altura, naves de kilómetros de longitud, más negras que la noche más negra.
Los Xhang tomaron las riendas del destino de la humanidad como si fuera lo más natural del mundo. En todas las pantallas del mundo desaparecieron las imágenes de cohetes, y su lugar la ocupó el hoy ya conocido por todos, Círculo de Xhang.
Con una voz cálida y natural, pero plena de autoridad, el Emisario Xhang comenzó a relatar a una Humanidad anonadada, su propuesta para el Plan de Desarrollo de Doscientos años.
La primera generación de seres humanos, aquellos cuya pesadilla de Holocausto nuclear fue reemplazada por el Plan, siguió las órdenes sin titubear.
Pero los años pasaron, generaciones nuevas aparecieron en su lugar, con muchas preguntas para hacer y poca paciencia para seguir un Plan que no habían diseñado.
Los Xhang tampoco ayudaban. Nunca se mostraron en público, jamás explicaron sus motivos, ni de dónde venían.
Su Consejo superior solía aprobar casi toda petición de presupuesto, pero aquellas que eran rechazadas lo eran en forma terminante y sin explicaciones.
Por eso, cuando el plazo de Doscientos Años llegaba a su término, y los Xhang reafirmaron su intención de retirarse una vez terminado el Plan, la mayor parte de la Humanidad recibió la noticia con beneplácito.
…
Y ahora miro los colores del Ascensor, y los mensajes de amor y paz dibujados sobre la Luna, y yo también levanto mi copa y me río de felicidad.
Son las doce de la noche, hora de Greenwich. No me di cuenta cuándo paso. La nave que estaba allí, ya no está.
Un escalofrío me corre por la espalda. No quise dejar que la pregunta salga a la luz, pero la pregunta es más fuerte que yo.
Bajo mi vaso, borro mi sonrisa, y la dejo subir a mis labios:
Qué va a pasar mañana?
Claudio Avi Chami