El derecho a ser enterrado
Soy tan español como mexicano desde el punto de vista de mis documentos. Radico en México, pero he vivido mucho tiempo en España. Conozco bien ambos países, así que ejerzo mi derecho de ser duro crítico con ambos.
Era el año de 1970, en pleno franquismo. Fui a España a dar apoyo técnico a una compañía minera.
Pidieron mi presencia en una mina entre Asturias y Galicia, y allá me dirigí.
Íbamos en un auto en una carretera rural cuando tuvimos que atravesar uno de tantos pueblos de la región, y nos encontramos con un cuello de botella estilo neoyorquino: ni para adelante ni para atrás en una aldea de no más de mil habitantes.
Lo tomamos con calma, pero nos estaban esperando en la mina. Junto a nuestro auto pasaba gente excitada, enojada, apresurada. Obviamente preguntamos qué estaba pasando.
Resulta que era el entierro de un paisano normal, como cualquiera de nosotros, pero que había cometido un pecado que cualquiera de nosotros pudo haber cometido en vida.
Al empezar el ritual del entierro en el cementerio con la presencia de la esposa y los hijos…apareció otra esposa de otra aldea.
El cura del pueblo asumió su sacra responsabilidad y condenó al paisano al infierno…y a las aves, porque negó el entierro en SU panteón.
No todos los españoles estaban imbecilizados a pesar del franquismo, así que muchos cuestionaron al cura. Se generó una micro-guerra civil en cuestión de minutos. Los ánimos se calentaron a varios kilómetros y pueblos de distancia.
Cuando vimos que aquello iba a durar varios días, dimos marcha atrás y nos olvidamos del compromiso minero, pero con un triste aprendizaje: España estaba jodida y llena de curas prepotentes y omnipotentes. Esto contrastaba con mi maravilloso México juarista, en el que hasta el peor delincuente gozaba del derecho a ser enterrado.
No fue mi única experiencia en ese sentido, así que saqué mis conclusiones de lo patético e insoportable que puede ser vivir en la dictadura de la iglesia católica.
